Por: Francisco González Christen
Cada vez que pienso en la situación de mi padre, quien hacia
1937 era un niño de 11 años, que tuvo abandonar su patria y alejarse de sus
progenitores, para refugiarse en tierras lejanas, siento que se me estruja el
estómago por la emoción adversa. Basta pensar en la suerte que corren los niños
centroamericanos que por alguna razón están embarcados en un proceso
migratorio, atraídos por el espejismo del sueño americano y repelidos por la
situación desastrosa de su país. Muchos niños mueren en el trayecto. Las
razones son muchas: los atropelló el tren, los asesinó un sicario, murieron a
causa de una enfermedad y falta de apoyo médico. Y van a otro país, a otra
cultura, a donde nadie los invitó. También hay que imaginar la vida de reyes
que se dan los señores de la guerra, mientras arruinan vidas humanas y
dilapidan infinidad de recursos económicos y naturales, para que se pueda sentir
lo que yo siento cuando pienso en mi padre, convertido en un huérfano sin
serlo. Pienso también en la grandeza de hombres como el General Lázaro
Cárdenas, cuyo gobierno tomó bajo su protección a estos emigrantes, y no sé que
pensar de políticos como Fernando Gutiérrez Barrios, quien tenía un
departamento policiaco para espiarlos. Porque estaban bajo sospecha del
gobierno mexicano de Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Carlos Salinas de Gortari,
por ser “comunistas”. Cuando los niños de Morelia dejaron su patria, sus padres
tenían la esperanza de que la guerra finalizara pronto y a favor de la
República. Cosa que no sólo no sucedió, sino que estalló la Segunda Guerra
Mundial y por esta razón el Gobierno Mexicano tomó la sabia decisión de
mantenerlos en territorio mexicano hasta que obtuviesen la mayoría de edad. Mi
padre, al llegar esa fecha, volvió a España.
-¿A qué regresaste? –Le dijeron por allá-. No seas tonto.
Acá las cosas ya no están igual. No vale la pena vivir en España.
El problema era que mi padre, al ser español y mayor de
edad, ya no podía salir de su país con pasaporte de la república. Porque si lo
intentaba y lo atrapaban, sería considerado “traidor a la patria” y lo
fusilarían. ¿Traidor a la patria? ¿Quiénes fueron los verdaderos traidores?
Franco usurpó el poder, se alió con Hitler y después le dio la espalda para
aliarse con los norteamericanos. ¿Quiénes son los verdaderos traidores?
Un cuñado de mi padre era contrabandista. Escaparon por las
montañas, huyendo hacia Francia. Al llegar al país galo, sólo quedaba un día
para abordar el barco que lo traería de regreso a México. De lo contrario, la
policía francesa lo entregaría a la española. Tal vez por eso de chico yo tenía
una pesadilla recurrente: me imaginaba que caminaba por delgados senderos entre
acantilados y profundos abismos. Hasta que había un momento en que había una
grieta de un metro en el camino. Yo buscaba el fondo de la grieta y no lo
encontraba. Tenía que saltar o quedarme ahí. Y era peor no saltar. Pero sentía
que si saltaba no llegaría al otro lado. Y una voz me animaba:
-Anda. Sólo es un paso. Concéntrate. Si te quedas ahí, estás
perdido. Yo no puedo quedarme aquí. Te quedarás sólo y no podré acudir en tu
auxilio.
No sé si los miedos se transmitan genéticamente. O tal vez yo
escuchaba la historia cuando mi padre la narraba a los amigos y después mi
mente la procesaba en el sueño. Con una gran carga de angustia. Finalmente, yo
me armaba de valor y daba el salto. Y llegaba al otro lado. Mi padre hizo bien
al regresar a México. Más allá de conocer a mi madre y engendrar una familia
numerosa y feliz, debo hacer notar que mis abuelos españoles fueron los primeros
en morir. Mi abuelo Francisco nunca pisó tierras mexicanas y murió apenas
cumplir los sesenta. Aún recuerdo una guitarra de juguete para mí y una muñeca
para mi hermana Emilia. Eran su herencia, su última voluntad.
-Por favor, acepta tu regalo –me dijo mi madre, cuando me
daba la guitarrita. Regalos humildes, pero que aún los guardo en mi corazón. La
tía Pilar se quedó en España. Murió a los 20 años de edad. La abuela Pilar,
llegó con la salud quebrantada. Murió en México a los 72 años de edad. Algunas veces
conviví con ella. Mis abuelos mexicanos vivieron 82 y 100 años. Y conviví con
ellos en muchas ocasiones. De la Guerra Civil Española poco sé y no quiero
saber más. Aunque me gusta leer a Hemingway y algún día tendré que leer Por quien doblan las campanas. De esa
fatídica guerra, sólo sé que algunos intelectuales como Ortega y Gasset toda la
vida me han producido una profunda antipatía. Pues, siendo refugiados, pensaban
que era mejor el bando de Franco.
Quien quiera saber un poco más de la materia, puede ver el
vídeo https://www.youtube.com/watch?v=T--RkJPqYtM
donde mi padre lo relata de viva voz.
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