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jueves, 13 de noviembre de 2014

En deuda eterna con José Revueltas

Se están celebrando los 100 años del natalicio del escritor mexicano José Revueltas, a quien pude conocer al principio de la década de los setenta. Ya tenía conocimiento de él a causa de un gran amigo de la juventud, Francisco Herrera Lima, a quien le he perdido la pista, pues estaba fascinado con la novela Los muros de agua. Fue tanto el entusiasmo de mi amigo que yo mismo acabé leyéndola. Estaban frescos los recuerdos de las turbulencias del sesenta y ocho, una época tan convulsa como la actual. Mi madre, la señora Maria Christen Florencia, era directora del Área de Humanidades de la Universidad Veracruzana por aquel entonces. Mis padres siempre fueron dados a organizar comilonas con un montón de amigos, entre los que desfilaron los escritores Sergio Galindo y Othón Arroniz, los directores artísticos Francisco Savín, Marco Antonio Montero y Manuel Montoro, los artistas plásticos Luis García Guerrero, Mario Orozco Rivera, Kiyoshi Takahashi, Fernando Vilchis y Willy Barclay. O personalidades de cierto nivel en la política universitaria e incluso la política: Rafael Velasco y Roberto Bravo Garzón, ambos rectores de la Universidad Veracruzana, en su momento. O jóvenes como Esther Hernández Palacios, Rafael Villar y Jorge Lobillo, por citar algunos. Claro que era una Xalapa más pequeña, una ciudad de aproximadamente 70 000 habitantes. El caso es que siendo Directora del Área de Humanidades las comilonas eran más concurridas y entre los invitados aparecieron celebridades como Carlos Monsiváis, Helio Flores y José Revueltas. Por aquella época ya estaba decidido que yo abandonaría la carrera de físico-matemáticas (en la que no daba una, pese a haber aprobado el examen de admisión a la Universidad Veracruzana) y que me dedicaría a la música. En especial, a la composición musical. Mi padre, viendo la calidad de vida de Francisco Savín, deseaba para mí que yo tuviera una similar. Pero se equivocó en una cosa: Savín, como compositor, se habría muerto de hambre. No por la calidad de sus obras, sino por su carácter vanguardista y, por consiguiente, no vendible. Mi padre me debió haber enviado al D.F. a estudiar dirección de orquesta. Entonces otro gallo me cantaría. El caso es que, como compositor, me convendría tener una idea de lo que era la narrativa, la trama, las estructuras en el tiempo. Y quien mejor que un escritor famoso hermano del compositor mexicano más famoso de todos los tiempos.
-Si, efectivamente aprendí mucho de Silvestre -me dijo José Revueltas.
Me explicó que su hermano analizaba obstinadamente a Beethoven, a quien le había arrancado grandes secretos. Pero, el más importante de ellos, era el de saber medir el peso de las ideas y distribuirlas conforme a él. Así, me recomendó iniciar siempre con una idea de mucho peso, por ejemplo, un cadáver tirado en la vía pública. De ahí pasar a la investigación policial, a los interrogatorios, los careos, las confesiones, los relatos de los testigos e ir metiendo nuevas ideas. El amor es una idea de un peso muy ligero y de tonos rosados. En tanto que un crimen, para nosotros los occidentales, es de color negro. O de blanco sucio para los del Lejano Oriente. Un blanco de enfermedad como el color de la pus. Así que por medio de estos relatos intermedios, José Revueltas me recomendaba transitar hacia una relación amorosa. Por ejemplo, a una relación adulterina, pero idílica. Y de ahí iniciar una transición de regreso, introduciendo ideas de peso cada vez mayor: los celos, el iter criminis y, finalmente, el asesinato. En música, las primeras cuatro notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven, son una idea de mucho peso. Hay quien las ha bautizado como "la llamada del destino". ¿Se imaginan al destino dando cuatro golpes violentos a la puerta de entrada de su casa? Cuatro golpes que se reiteran y quedan resonando obsesivamente a lo largo de toda la sinfonía, muchas veces explícitos y otras más soterrados. A veces ni los músicos sabemos distinguir cuántas veces está presente ese motivo, porque lo está pasando más rápido o más lento y con otro diseño melódico. Pero la Quinta Sinfonía está saturada de esa pequeña idea de cuatro notas. Lo magistral es cómo Beethoven incrementa la atención de los públicos con tantas repeticiones, en vez de aburrirlos, como cabría esperar. Y la Quinta Sinfonía se puede escuchar una y otra vez. Cada vez con mayor interés porque se ha descubierto algo nuevo. Ése era el poder que Silvestre Revueltas perseguía como Indiana Jones al Santo Grial. Y lo encontró: Sensemayá, La noche de los mayas, Redes, el Homenaje a García Lorca, son testimonio de obras que inician con un tema de mucho impacto, debido a su peso y profundidad. Al grado de hacerle sentir celos profesionales a Carlos Chávez, por más que éste haya declarado que eran calumnias infundadas. Y, hablando de la escuela de Carlos Chávez, una ironía de la vida es que yo acabé estudiando en el taller fundado por este maestro, el otro gran pilar de la composición musical mexicana del siglo XX. Porque está documentado que la relación entre ambos maestros tuvo momentos de gran tensión. Incluso se habla de actos inmorales cometidos por Chávez en perjuicio no sólo de Silvestre, sino de muchos otros, entre los que se cita a Manuel M. Ponce. Se dice que Chávez abusó del poder a tal grado, que para evitar que eso vuelva a suceder jamás se le dará la dirección de la SEP a un compositor musical. Volviendo al punto, tuve la fortuna de ganar una beca y recibir clases personalizadas de Mario Lavista. Tarde o temprano, el maestro Mario me preguntaría
-¿Y cómo le hiciste para ordenar así estas ideas? Porque aquí hay algo diferente a lo que hace la mayoría. Y funciona.
Pasé a exponerle la charla con José Revueltas. Mario, en reciprocidad, me dijo que él había recibido un consejo de similar importancia transmitido por Carlos Chávez, de quien recibió clases directas: la tensión de los acordes. Estaba estudiando con Mario "Armonía por cuartas". Los acordes clásicos, es decir, los de la escuela tonal (Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler e incluso Richard Strauss), se construyen agrupando intervalos de tercera. El siglo XX, caracterizado por el cambio de todo tipo de estructuras (sociales, mentales, científicas), se caracterizaba por la búsqueda de nuevos horizontes. Dejar de construir por terceras para hacerlo con cuartas, implicaba renunciar a buena parte de la teoría acumulada, pero también a razonar sobre el porqué de ella y buscar soluciones equivalentes y funcionales para el nuevo sistema. Y una de ellas era la tensión de los acordes: pues un acorde con mayor tensión tiene mayor peso que uno con menor tensión. De ahí a jugar con incrementar o decrementar la tensión había un paso. Y acomodar los acordes incrementando la tensión, nos lleva a jugar con el arco dramático. A plantearse los mismos problemas que se planteó Aristóteles en su Poética y a cuanto teórico que quiso seguirlo o refutarlo.
Aunque este consejo fue lo más valioso que recibí de José Revueltas, con el paso del tiempo, recibí algo más. A principios de los setenta yo alcancé los veinte años de edad. Necesitaba tomar las riendas de mi vida. Curiosamente, la ideología que heredé de mi padre, me llevó a una ruptura momentánea con él: la ideología de izquierdas. Me llevó a reunirme en brigadas estudiantiles "para concientizar a la clase obrera", a Comités de Lucha, a Sociedades de Alumnos, a arriesgar la vida en manifestaciones (que hoy considero estúpidas: nada han cambiado, pero sí fastidiado a muchas personas). Llegué a leer a Lenin, al Ché Guevara y me convencí de que hacer manifestaciones era hacerse como el tío Lolo. Según estos marxistas, lo que hay que hacer es tomar las armas y destruir los aparatos burocráticos y militares de la burguesía. Lo demás es masturbarse mentalmente. Veinte años después, estudiaría Derecho y me cambiaría un poco la visión. La idea de la democracia es evitar los derramamientos de sangre a través del diálogo, de la democracia. Pero los resultados de las votaciones siempre me confirman que la mayoría no necesariamente tiene la razón: si un científico alega que dos mas dos es cuatro y la mayoría dice que es cinco, no porque el grupo mayoritario gane la votación el primer científico estará equivocado. Pero para la democracia sí lo estará. En fin, me sigue pareciendo que Lenin y el Che Guevara tienen razón en un punto: las manifestaciones no van a cambiar nada, pero sí pueden arruinar muchas vidas. Pero, para seguir el camino que proponen, hay que tener mucha valentía. Incluso temeridad, la cual, confieso que no la tengo. Yo no tengo el valor de enfrentar a un soldado. Y menos si estoy desarmado. El ajedrez me ha enseñado que hay que luchar por alcanzar la victoria. Pero que si la derrota es inminente, lo mejor es rendirse.
José Revueltas si tuvo ese valor y acabó en la cárcel en varias ocasiones. Y siempre a causa de sus ideas políticas. Otra lección que recibí de él es que siempre hay que retratar la realidad, por dura que sea. Por eso él escribió desde la cárcel Los muros de agua y El Apando. Son novelas impactantes. Bueno, el caso es que yo trabajaba para mi señor padre como "Agente de compras" para el Servicio Bibliográfica Universitario de la Universidad Veracruzana (la U.V.) y eso me consumía mucho tiempo. Si me hubiese dedicado nada más a estudiar música y a atender mi trabajo, el tiempo me habría alcanzado, pese a vivir en el D.F.
Pero como tenía reuniones con "La Brigada" y posteriormente con "Los Telerines" (quienes estudiaban El Capital de Marx con mucha seriedad), y además formé parte de un Comité de Lucha en el Conservatorio Nacional de Música durante la gestión del refugiado español Simón Tapia Colman y posteriormente formé parte de una Sociedad de Alumnos de esa misma escuela, pues tuve que optar entre el Servicio Bibliográfico de la U.V. (que tuvo momentos estelares durante la gestión de mi padre) y mi activismo. Activismo que finalmente abandoné, porque chocó con mi vocación de compositor. Pero me dejó estigmatizado para siempre dentro de la política cultural mexicana. Pues al PRI la izquierda le ha hecho los mandados desde aquel entonces. Porque Lenin y el Che Guevara tenían razón siempre sobre el mismo punto: las manifestaciones no sirven para nada. Para cambiar de sistema social, hay que tomar el poder. Y otros autores, de carácter más anarquista, también tienen razón: Lenin, Stalin, Fidel Castro y Pol Pot tomaron el poder. Pero tomar el poder implica ejercerlo o perderlo. Y, si tienes el poder, controlas la economía, el ejército, los medios de comunicación, la educación, las políticas culturales, etc., etc., y acabas siendo un tirano igual o peor que tu antecesor. De modo que, si lo que me interesa es producir obra artística, lo mejor es que me dedique a producirla y a plasmar en ella la realidad que me toque vivir. Ya sea desde la cúpula del poder, ya sea desde la celda de una prisión. O la tranquilidad hogareña. La realidad siempre irrumpe y es más surrealista que la fantasía. Quiero decir, que la realidad supera (con creces) a la ficción. Por más que quiera encerrarme en mi estudio a producir novelas de ficción, o a montar un espectáculo de música escenificada (una mini ópera, pues), la realidad me alcanzará: un grupo de políticos emprenderá, desde la cúpula del poder, una serie de reformas que provocarán mucha irritación social. Habrá manifestaciones por doquier. Tarde o temprano, algún político perderá los estribos y les dará a los manifestantes los que quieren: mártires. Porque los manifestantes no quieren cambiar el sistema. Solamente quieren tener mártires para tener nuevos motivos para hacer otras manifestaciones. Y tener más y más mártires. Les importa un bledo tomar como rehenes a terceros que ni la deben ni la temen, y que tampoco tienen poder de mando sobre los gobernantes, quienes emitirán nuevas reformas. O, por si las reformas no son suficientes, de plano saquearán las arcas públicas de manera muy eficiente. Y las reformas serán para sanear el saqueo: Privatización de la cosa publica, socialización de la deuda. Las bolsas financieras irán a la baja, habrá despidos masivos, más manifestaciones, tarde o temprano habrá nuevos mártires. El dos de octubre no se olvidará. Tampoco el 10 de junio, el primero de mayo, el 28 de agosto. En fin. Que no se olvidarán los 365 días del año. No tampoco los 29 de febrero. Tal vez, para fines prácticos, se condense el ejercicio de la memoria hacia el dos de noviembre, para resumir. O tal vez no. Total, si hay manifestaciones los 365 días del año, la economía se irá a pique. Y, si se va a pique, la gente estará irritada. Pero nada de cambiar el sistema. Ni siquiera en las urnas. Hay que protestar en las calles, pero votar por los opresores. Es el principio de Lampedusa: Cambiar para que nada cambie.
Volviendo a José Revueltas, el caso es que renuncié al empleo que tenía con mi padre. Fue un drama familiar, que por fortuna, tuvo remedio. Me envalentoné porque tenía becas de la Secretaria de Educación Pública, la SEP, por sus siglas. Tenía una beca de $300 para estudiar piano, otra similar para estudiar guitarra y una de $1000 para estudiar composición musical. Pero, en piano me reprobaron. Así que perdí la beca. También dejé de vivir en la casa de mi abuela materna y mi suerte con las mujeres cambió. Por alguna razón, pese a mi juventud, cuando vivía con mi abuela no tenía éxito con las mujeres. En cuanto viví solo, mi suerte cambió a tal grado que en unos diez meses ya era padre de familia. Con obligaciones y sin dinero. Tarde o temprano, tenía que pedir prestado dinero. En Xalapa, tomé la dirección del Maestro José Revueltas, para seguir charlando con él. Sobra decir que con tanto ajetreo, nunca fui a visitarlo. Salvo una vez. Llegué a su departamento. Me parece que era en la colonia Nápoles, cerca del Poliforum de Siqueiros.
-¿Quién es? -me preguntó una mujer joven, temerosa.
Me identifiqué. Me invitó a pasar una mujer guapa, un poco mayor que yo. De tez blanca, algo regordeta, y de labios rojos. En seguida, apareció el maestro Revueltas. Extrañado. Me recordó. Charlamos largamente. Yo no sabía como encaminar el asunto de mi visita al meollo del asunto. Finalmente, lo hice.
-No me abunda el dinero. Pero sí te puedo prestar $200. ¿Cuándo me los pagarás?
-Lo próxima semana.
Chin, ya se pasó otro fin de semana y no he ido a saldar mi deuda. Me mortificaba sobremanera no pagarle, sabiendo que había hecho un gran esfuerzo económico. Más, cuando no era la falta de dinero, era la falta de tiempo. Finalmente, el Maestro Revueltas, pasó a mejor vida. Como compositor, he escrito dos homenajes a su hermano Silvestre, el primero por encargo de Gilberto Martínez Alvarado, el cual, fue estrenado por una orquesta de Ciudad Mendoza, Veracruz. Sitio al cual me invitó a impartir algunas conferencias. En alguna de ellas, expuse la vergonzosa anécdota de la deuda eterna con José Revueltas, y un individuo del público, un señor cuarentón, con barba negra, me hizo notar:
-Mejor no siga contando esa anécdota, porque los herederos de José se la pueden cobrar. Y con el monto de los intereses moratorios que tendrá que pagar, le va a salir más caro el caldo que las albóndigas.

1 comentario:

  1. Como lector y admirador de Revueltas le agradezco esta página, y más en el Centenario de don Pepe.

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