¿Cualquier
hijo de vecindario puede ser escritor? O, por el contrario, ¿sólo una pequeña
élite de iluminados puede acceder a las cumbres de la Literatura? A ambas
preguntas se puede responde “sí y no”. Decir que cualquiera puede ser escritor
ofendería a quienes se han consagrado tras una ardua lucha contra el destino.
Afirmar lo contrario sería desdeñar los estudios de psicólogos y pedagogos que
afirman que cualquier ser humano normal (es decir, sin taras graves), no
solamente puede llegar a ser un gran escritor, sino bailarín, actor, cantante,
científico, abogado, hombre de negocios, compositor, pintor, karateka, etc. Los
que niegan esta posibilidad, los “apocalípticos” (Umberto Eco dixit) dirán que esto depende del
entorno familiar y social que le toque vivir sobre todo en sus primeros seis
años de vida y que el que nace para maceta hasta la tierra le llueve del cielo y el que no aprovechó el momento se
condenó para siempre.
La verdad es que sólo unos cuántos llegan a
la cúspide de sus carreras, y también es cierto que a muchos les favoreció el
ambiente donde transcurrió su primera infancia: es un lugar común en el ámbito
cultural que Mozart fue un gran genio musical pues estaba dotado de habilidades
casi sobrenaturales. Pero también es verdad que su padre Leopold era un músico
y compositor profesional con grandes habilidades pedagógicas y una bien dotada
visión de negocios ¿¿W. A. Mozart habría dado el mismo rendimiento si hubiese
nacido en México hacia 1995? La pregunta vale lo mismo si hubiese nacido en un
barrio pobre con padres ignorantes que en la colonia Polanco con padres
ausentes. Mozart no era un Beethoven que luchaba contra el destino armado con
su gran fuerza de voluntad, aunque se sabe que probablemente no tuvo infancia
por estar estudiando música todo el tiempo.
A Mozart, además del entorno familiar le
tocó una época en que sólo se escuchaban dos tipos de música: el barroco que ya
iba de salida y el clasicismo que ya hacía su aparición, de modo que no tuvo
mayores problemas para definir su estilo; si, además de nacer en México 1995,
su oído fuese sometido al reguetón, la cumbia, todas las modalidades del rock,
el jazz y la música clásica, los boleros y la música tropical, la música para
películas, etc. ¿Se había concentrado en un solo estilo para alcanzar la cima
como lo hizo en el siglo XVIII? Podría decirse que el “hubiera” no existe y que
el que es gallo donde quiera canta. Pues ya mencioné a Beethoven, quien pese a
estar sordo y haber tenido un padre borracho y violento, pudo hacer una obra
monumental. En la política puedo citar a Benito Juárez y recientemente, en el
cine, a Yalitza Aparicio. Pero incluso estos personajes, en algún momento
tuvieron algo o alguien que les permitió estar en el lugar adecuado en el
momento más oportuno.
Quizá Mozart ahora sería un reguetonero millonario, o un rock star, o un atleta sobresaliente; o,
por el contrario, tal vez andaría manejando un taxi o despachando hamburguesas
en un Mcdonalds. Como diría un
personaje del actor Héctor Suárez “eso no sabemos”. Pero lo que sí tienen en
común esas celebridades de ayer y hoy es que alguien los estimuló y apoyó
durante alguna etapa de su vida, sobre todo en la infancia.
Richard Wagner y el ajedrecista Anatoli Karpov
quedaron huérfanos a tierna edad pero tuvieron tíos que los adoptaron y los
apoyaron con eficacia durante su formación. Benito Juárez se escapó del hogar
paterno y el patrón de su hermana se encargó de su primera educación.
Grandes científicos y deportistas se
prepararon bajo la tutela estatal de la desaparecida U.R.S.S. en tanto que otros
triunfaron a temprana edad gracias a un
éxito comercial dentro del capitalismo y acabaron en una de dos: consumiendo
drogas y entrando al club de los 27 (artistas muertos a los 27 años de edad) o
más viejos que Matusalén, convertidos en multimillonarios, como Paul McCartney,
Caballero del Imperio Británico, a quien debe darse el tratamiento de “Sir”.
¿Qué conclusiones podemos atrevernos a
establecer? Que el refrán que dice “el que es gallo donde quiera canta” no está
tan equivocado, pero que a una persona con buena disposición para hacer alguna
actividad no le viene mal el apoyo de un padre, tío, amigo, el gobierno, un
empresario o hasta un sacerdote, sobre todo si este apoyo se recibe en la
infancia. A los Millennials les encantan los videos de pintores que carecen de
los dos brazos o de octogenarios que hacen gimnasia. Por eso a mí me da mucha
tristeza cuando algún padre de familia tiene el impulso de llevar a sus hijos a
adquirir o desarrollar alguna actividad
y que no obstante ésta haría feliz al niño, el padre lo traiciona porque en
cuanto calcula el costo monetario que habrá de pagarse al profesor o la
distancia entre la casa o la escuela prefiere ahorrarse el dinero o el viaje.
La otra cuestión de la que quiero hablar
ahora es que si uno, ya siendo adulto, quiere apoyar a su niño interior y se
decide a aprender un arte u oficio diferente al que ya domina ¿Es posible?
¿Es buena idea? La respuesta es que si se tiene fuerza de voluntad y las
facultades propias no están deterioradas, puede hacerse este aprendizaje y es
benéfico. Federico García Lorca y E.T. A. Hofmann además de ser escritores
componían música de buen nivel. Félix Mendelsohnn pintaba, en tanto que Richard
Wagner escribía sus propios libretos. Albert Einstein tocaba el violín y
Paganini la guitarra, pues es sabido que durante mucho se olvidó del violín a
causa de este instrumento.
Para desmentir la frase “Zapatero a tus
zapatos” citaré una curiosa anécdota: hubo alguien quien dijo “mi zapatero sabe
más contrapunto que Haendel”. Es enorme el número de personas que reconocen la
melodía del “Aleluya” de “El Mesías” que año tras año se escucha en diciembre
por todo Occidente, en tanto que pocas personas podrían decirme que ellos sí han oído alguna composición del
zapatero en comento. Tal vez un musicólogo de la talla del Doctor Ricardo
Miranda algún día me la pueda mostrar; porque, la verdad sea dicha de paso, yo
ignoro hasta el nombre del zapatero contrapuntista.
La bailarina de la época de oro de la danza
mexicana Rocío Sagaón se convirtió en una ceramista muy respetada a una edad
avanzada. Hay quien aprendió a tocar piano a los cincuenta años de edad. Claro
que son garbanzos de a libra, pero los hay.
También quiero poner en duda la creencia de
que si no has compuesto 41 sinfonías, 50 sonatas para piano y otras tantas para
grupos de cámara, 20 óperas, 27 conciertos para piano, 7 para violín y tu
propio Requiem a los 27 años de edad,
estás perdido. En el siglo XVIII, cuando el promedio de vida oscilaba entre los
30 y 40 años de edad, tenía sentido esa recomendación. Hoy no, porque el
promedio de vida se ha prolongado y las condiciones en que uno puede llevar su
madurez han mejorado gracias a los avances de la ciencia. Entonces,
menospreciar en la actualidad la actividad de un artista que empezó tardíamente o es mayor de 30 años puede ser de una gran
frivolidad y la causa de un gran desperdicio ¿Dónde está escrito que si eres
mayor de 30 años ya no puedes hacer bien las cosas?
No hay duda de que en la actualidad siguen
surgiendo muchos niños prodigio: me viene a la mente el caso del ajedrecista
Magnus Carlsen, quien seguramente se apoyó en la cibernética para alcanzar su
título de Gran Maestro en tiempo récord. Pero la historia también abunda en
anécdotas de niños prodigio vencidos por gente menos prodigiosa: Clementi le
ganó a Mozart en un certamen de piano y Alekhine le arrebató el Campeonato del
Mundo a Raúl Capablanca. De modo que si tienes más de tres décadas encima y
quieres probar a hacer algo diferente a tu rutina diaria no te reprimas. Te
tengo una buena noticia: aprender algo de lo que no tienes ni idea es una gran
vacuna contra diversas enfermedades degenerativas de la mente. De modo que si
ya aplicas para el INAPAM y quieres aprender escribir novelas en chino, no te
desanimes y hazlo. Es por tu bien. Sólo necesitas una fuerte dosis de fuerza de
voluntad, constancia y amor por la investigación. Lo demás será conseguir un
buen maestro, libros de texto, viajar a China o buscar material en You Tube. En
conclusión, tú puedes ser escritor, si te lo propones. Te recomiendo que leas
los libros “Teorías de aprendizaje para maestros” de Morris L. Bigge publicado
por la Editorial Trillas, y “¡Úselo o piérdalo! Cómo prevenir e invertir la
decadencia de la memoria con la edad” de Allen D. Bragdon y David Gamon, Ph.
D., publicado por Grupo Editorial Tomo, S.A. de C.V., México.
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