EL GATITO
CANTANTE
A la memoria de La Titi
Por Francisco
González Christen.
Había una vez un
gatito que vivía en un parque ecológico cercano a un conjunto de departamentos
habitados por humanos. Le gustaba vivir bien, no le gustaban los lugares
húmedos, como el bosque. Un día decidió meterse en la casa de Rosita, una niña
que se pasaba todo el día frente a la televisión, porque sus papás iban a
trabajar temprano y regresaban muy noche. Rosita, al ver que un gatito estaba
en su casa y quería ser su amigo, se puso muy contenta.
-Miau –le dijo a
Rosita.
-Qué bonito
gatito –respondió Rosita -¿qué haces aquí?
-Miaaauuu.
-¡Ah! ¡Entiendo!
¿Quieres vivir aquí?
-Miau –dijo y se
le frotó contra las piernas.
-Bueno, le voy a
pedir permiso a mis papás para que te quedes a vivir conmigo. De hoy en
adelante, tu nombre será Tito.
-Purrmiau
–agradeció Tito, el gatito.
El duende Puk
era el tío de Tito. Era irlandés, vino con su hermana el Hada Puka a México,
con los piratas ingleses del Caribe. México les gustó a los Puk para vivir: se
hicieron amigos de los chanekes, unos duendes mexicanos. El Hada Puka se casó
con Ocelotl, un nagual. Eso no le gustó a su hermano, quien hubiera preferido
que su hermana se casara con un duende irlandés. Ocelotl era un brujo muy
guapo, que podía transformarse en un hermoso ocelote. Porque los naguales son
seres humanos que pueden tomar la forma de un animal. El duende Puk, celoso,
cuando su hermana y su esposo le estaban transmitiendo poderes a su hijo,
escondió la varita mágica del Hada Puka y le dio otra con la misma forma, pero
con los poderes equivocados. Cuando el Hada Puka tenía su varita mágica
verdadera, a donde apuntaba caía el hechizo, pero cuando no la tenía las cosas
no le salían como quería. Esa era la razón por la que Tito no tenía completos sus
poderes y sólo podía permanecer en forma humana por tiempo limitado, y estaba
resignado a pasar la mayor parte de su vida en forma de gato. Ocelotl y el Hada
Puka estaban muy contentos porque su hijo ya había adoptado a una familia de
humanos.
-Está muy bonita
la casa de Rosita –decía Ocelotl –además está muy cerca del bosque.
-Y se ve que
guisan muy bien –contestaba el Hada Puka.
-Hay que
avisarle a nuestro amigo Puk que Tito ya adoptó a unos humanos –dijo a sus
amigos uno de los chanekes, quien observaba la escena escondido entre las
hierbas del bosque.
-¿Quién trajo
aquí a este gatito? –Preguntó el Papá de Rosi.
-Llegó solo
–decía Rosita -¿me puedo quedar con él?
-¡No! –dijo su
Papá, quien al ver la carita de tristeza que puso Tito se sintió muy incómodo.
–Bueno, solamente si…
-Solamente si tú
lo cuidas –Le dijo su mamá.
-¿Qué podré
hacer para que Tito se aleje de Rosita? –pensaba Puk, quien no quería mucho a
su sobrino porque era hijo de Ocelotl. -¡Ya sé! Le voy a decir a la gatita
peleonera que Tito es un impostor que usurpa el lugar de los gatos verdaderos.
Por eso es que Brunilda, como la nombraría Rosita, se apareció en su casa,
adoptándola de inmediato.
-¿Otro gato?
–protestó el papá de Rosita.
-No es gato, es
gata, y Tito necesita una novia –reclamó Rosita.
-Tiene razón la
niña –dijo su mamá. –Total, un gato más, un gato menos, qué más da.
Y así fue como
Rosita y sus papás adoptaron a Brunilda, una gatita esbelta y muy ágil.
-Comiuarr –le
dijo Tito a Rosita, para que le diera de comer.
-Aquí está,
gatito bonito.
-¡Ngau! –dijo
Brunilda, y le quitó la comida a Tito.
Tito poco a poco
iba pasando de hablar un lenguaje gatuno a uno humano, a fin de que la niña no
se asustara. Puk trataba de que Rosita no le hiciera caso, tirando cosas y haciendo
ruido, para que se distrajera cuando Tito le hablaba. Y Brunilda, cada vez que
Rosita no la veía, atacaba a Tito.
-¡Pelea cobarde!
–Lo retaba –tú no eres un gato verdadero. Si quieres ser mi novio, me tienes
que vencer en combate.
Tito era muy sensible,
era un verdadero artista. Y no era un gato, era un nagual con poderes
limitados. De modo que, aunque Brunilda era mucho más pequeña y esbelta que él,
todos los zarpazos que lanzaba arañaban la cara de Tito. Ella peleaba con
series de “combos” finta-zarpazo superior-finta-dos zarpazos
inferiores-cabezazo para esquivar el zarpazo del contrario-finta-tres zarpazos
a la cabeza. Lanzaba el combo en fracciones de segundo, todos sus zarpazos
hacían blanco y ella salía intacta, no recibía uno solo rasguño. Él solamente
podía arañarla en la cara una vez, si la tomaba desprevenida. Tito detestaba la
violencia, y cuando Brunilda se acercaba, él prefería retirarse discretamente
del lugar.
Un día, mientras
Rosita estaba aburrida viendo la televisión, Tito se le acercó. Con mucho
cuidado posó sus garritas en el vestido de la niña y lo jaló suavemente varias
veces, para llamar su atención. La niña volteó a mirarlo, admirada por la
inteligencia del gatito.
-Yo te puedo
enseñar a cantar –le dijo Tito.
-¡Ah! ¡Puedes hablar!
–dijo Rosita, asombrada.
-Y cantar
también –contestó Tito, con seguridad.
-¿Podré cantar
tan bien como Filippa Fenicia? –preguntó Rosita.
-Lo podrás hacer
mejor –respondió Tito.
Filippa Fenicia
era una mujer rubia y muy bonita que cantaba en la televisión. Su canción
favorita era “una voce poco fa” en estilo moderno.
-Mira esto, no
te vayas a asustar –le dijo Tito a Rosita y se transformó en un muchacho
gordito, de cabellos negros, ondulados, cejijunto y con abundante barba.
-Una voce poco
fa, cui nel cuor mi risuono –Tito empezó a cantar, una vez pasada la sorpresa.
-Oye ¿y por qué
cantas con voz de mujer? –preguntó Rosita.
-¡No es voz de
mujer, ignorante! –Contestó enojado Tito –soy un contratenor. ¿A poco no canto
mejor que Filippa Fenicia? Mira, ella no puede hacer este pasaje y yo sí. -Tito
se puso a cantar una especie de acrobacias vocales que dejaron a la niña con la
boca abierta.
-Yo quiero
cantar así.
-Primero tienes
que hacer vocalizaciones.
-¿Qué es eso?
-Son ejercicios
para cantar mejor.
-¿Cuándo
empezamos?
-Hoy en la
noche, antes de que tus papás regresen.
Llegó la noche y
Tito no estaba para darle su clase de canto a Rosita.
-Tito, pst, pst,
pst –Lo llamaba Rosita con preocupación, pues el gatito no aparecía por ningún
lado. Cada noche lo buscaba, llorando y llorando porque no lo encontraba. Pero
cuando Rosita se sentaba a cenar, Tito se aparecía.
-Comiaurr –decía
Tito.
Rosita le daba
alimento para gatos.
-¡Ngau!
–Protestaba Tito –Dame pescado frito con tocino o no te doy tu clase de canto
–exigía. Rosita se desvelaba todas las noches, porque Tito se escondía cada
rato, para que Rosita se desesperara y sacara los filetes de salmón. Rosita iba
al refrigerador, tomaba un filete y lo ponía en el sartén.
-Por favor ya
dámelo –decía Tito.
-¡Espérate, que
se está guisando! –protestaba Rosita.
-Miaargggh
–decía Tito, y se tiraba al suelo, con gran dramatismo, para hacerle creer a
Rosita que se estaba muriendo.
-¡Está bien,
cómetelo! ¡A ver si no te quemas la boca por desesperado!
-Mmmh, ¡está
delicioso! –decía Tito, comiéndose apresuradamente el platillo antes de que
Brunilda la envidiosa viniera a quitárselo.
-Bueno, ya te di
de comer, ahora dame mi clase.
-Voy a distraer
a Brunilda –decía el Hada Puka, viendo que Brunilda se dirigía hacia Tito. Tomó
su varita mágica, la correcta, e hizo aparecer un ratón cerca de las narices de
la gatita.
-Y yo voy a
hacer que el ratón se dirija al piano, -decía Puk -para que Brunilda se pelee
con Tito –mientras chocaba un tarro de cerveza espumeante con sus amigos los
chanekes.
Pero Ocelotl
capturó al ratón y salió corriendo hacia el bosque, perseguido por Brunilda.
-¿Quién canta
tan bonito? –decían los papás de Rosita, cuando llegaban al departamento.
Brunilda
acorraló a Ocelotl, quien era un gato tan grande que más bien parecía un
leopardo.
-Te invito a que
me devuelvas mi ratón pacíficamente o no respondo por mis actos –le dijo la
valiente Brunilda al gatote. Ella estaba muy segura de sus habilidades
guerreras. Pensaba lanzarle a Ocelotl su combo favorito a la velocidad del
rayo. Si hubiera competencias de peleas de gatos, Brunilda sería la campeona.
-Aquí está –le
respondía Ocelotl, liberando al ratón –no sabía que era tuyo, discúlpame.
Realmente,
Ocelotl no comía ratones, le daban asco. Ya que había logrado su propósito de
atraer a Brunilda al corazón del bosque, no tenía por qué pelearse con la
gatita. En lo que Brunilda se comía al ratón y regresaba a la casa de Rosita,
Tito ya le había dado la clase de canto a Rosita.
-¡Grrr! –gruñía
enojado Puk –esta vez se salieron con la suya. Ahora voy a esconder todos los
filetes de salmón, para que sospechen de Tito y lo corran de la casa.
-Muchas gracias,
Tito, -Agradecía Rosita -mañana me vas a enseñar las notas del pentagrama y yo
te voy a preparar un filete de salmón con tocino. Y te tienes que apurar,
porque dentro de poco va a habrá un concurso de canto en el que quiero
participar. Pero Rosita no era la única que quería participar en ese concurso.
-Quiero
participar en el concurso de canto de ópera y oratorio en México –dijo la
cantante Filippa Fenicia.
En algún lugar
del bosque, un grupo de singulares criaturas tenía un animado banquete.
-Mmmh, está delicioso
este pescadito –Decía Chane, un chaneke que se estaba comiendo el salmón que
Puk le robó a los papás de Rosita.
-¡Y sabe mejor
con cerveza irlandesa! –Dijo Cheneque, otro chaneke.
-¡No es cierto!
–Contestó Chane –sabe mejor con cerveza mexicana.
-¡Mentira!
–Corrigió Aluxob, un tercer chaneke –es más sabroso si la cerveza mexicana la
mezclas con whisky irlandés.
-¡Cállense,
borrachos! –Los interrumpió el Hada Puka -¿de dónde sacaron el salmón con
tocino?
-Nos los dio tu
hermano Puk -contestaron a coro todos los sinvergüenzas chanekes.
-Mmmh, seguro
que ya hizo otra fechoría –Y diciendo esto, el Hada Puka hizo un pase mágico
con la varita equivocada. –Abracadabra, que regrese el salmón a sus dueños
originales.
-Ja, ja, jaa
–reía Puk –en vez de enviarle el salmón a los papás de Rosita, se lo enviaste a
Filippa Fenicia.
-¡Ay malvado!
–Contestó furiosa el Hada Puka –deja que te alcance y me las vas a pagar todas.
-Ja, ja, jaa,
eso si es que me atrapas –y diciendo esto se esfumó entre las hierbas del
bosque.
Entretanto, en
la casa de Rosita había una pequeña discusión.
-Quiero que me
lleven a la ciudad de México, voy a participar en un concurso de canto –le
ordenó Rosita a sus papás.
-¿Estás loca?
¡Nos va a costar un dineral! ¡Y tú ni siquiera sabes cantar!
-¡No es cierto!
¡Tito me enseñó!
Al decir esto,
el gatito movió la cabeza afirmativamente.
-Estás loquita
niña. Es ópera y oratorio, es muy difícil de cantar.
-Tito,
enséñales.
Tito dio un par
de saltos y se colocó en la parte superior del piano. Se paró sobre sus dos
patitas traseras y empezó a cantar “una voce poco fa”. Los papás de Rosita
quedaron muy impresionados.
-Bueno, él sí
sabe cantar, pero tú no –dijo el papá.
-¡Ja! –Contestó
Rosita desafiante –Tito, vamos a cantarles el Stabat Mater de Pergolessi.
Ella cantaba la
parte de la soprano y Tito la del contratenor. Los papás de la niña
comprendieron que tenían un tesoro en las manos y decidieron apoyarla. Tito
sabía que para asesorarla correctamente, tendría que hacerlo con su forma
humana. Fue a ver a sus papás, a ver si ellos lograban ayudarlo.
-Pá’, necesito
poder mantenerme más tiempo como humano –le dijo Tito a Ocelotl -Tengo una
misión muy importante que cumplir –agregó.
-Realmente no sé
cómo hacerle. Tal vez tu mamá te podría preparar algo que te ayude.
Mientras Tito y
su papá deliberaban sobre el concurso, los papás de Rosita también lo hacían.
-¡Es un milagro
que canten así! –dijo el papá de Rosita.
-Sí, Dios es muy
generoso con nosotros –confirmó la mamá de Rosita.
-¡Mira que feliz
está esa familia! ¿No es hermoso? –Decía el Hada Puka a su hermano, viendo la
escena a través de la ventana.
-¡Bah! –Gruñó
Puk -¡Puras cursilerías!
Cuando sus papás
se retiraron y Tito volvió a casa, Rosita acarició al gatito, quien ronroneaba.
-Hoy en la noche
continuaremos mis clases de canto y te daré tu platillo favorito
–Le prometió
Rosita a Tito.
-Purrmiau
–contestó Tito.
-Mieou, comiuarr
–Dijo Brunilda, quien en ese momento se acercó a Rosita, jalándole el vestido
suavemente con sus garritas.
-A ti también te
quiero mucho, gatita –Dijo Rosita y se levantó para ir por un sobre de comida
para gatos.
Brunilda
aprovechó ese descuido para lanzarle un combo de zarpazos a Tito, quien salió
corriendo como rayo. Brunilda lo persiguió tenazmente hasta que Tito se subió
al tejado de la mansión abandonada, frente a la casa de Rosita.
En Italia,
Filippa Fenicia pensaba “Tengo muchos admiradores, pero éste es el más raro”,
mientras observaba su frigorífico y la tarjetita con el mensaje de su admirador
Puk. “En vez de flores, me llenó el refrigerador de filetes de salmón y tocino.
Está bien loco.”
-¿Y ahora por
qué están tan generosos conmigo? –Le preguntó Ocelotl a los chanekes, desconfiado.
-Siempre te
hemos estimado –Dijo Chane.
-Sí –decía
Cheneque, mientras le servía un tarro de cerveza con whisky irlandés a Ocelotl.
-¡Salud!
–Brindaba Aluxob.
Los chanekes
planeaban distraer a Ocelotl para que Puk pudiera hacer de las suyas, en tanto
que Tito desesperaba.
-Brunilda
–imploraba Tito –déjame bajar de aquí, no seas mala.
Tito, aún en el
tejado de la mansión abandonada, tenía que darle sus clases de canto a la niña,
pero Brunilda lo vigilaba y no lo dejaba bajar. En cuanto tuviera a Tito al
alcance, le iba a dibujar un crucigrama en la cara. La luna se ocultaba entre
las nubes. Eran las dos de la mañana. Rosita llamaba desesperada a Tito. No
encontraba los salmones que Puk le había enviado a Filippa Fenicia, entonces
abría una lata de atún tras otra. Tito maullaba desde lo alto del tejado para
que Rosita lo ayudara, pero la noche estaba muy oscura y la casa abandonada
daba miedo, estaba muy alta. Cuando Rosita se distraía, Puk desaparecía la lata
de atún y Rosita iba por otra y otra, hasta que se acabó todas las latas que
tenían sus papás en la alacena. Puk le enviaba las latas a los chanekes,
quienes seguían disfrutando de su banquete con Ocelotl, borracho como estaba,
no se daba cuenta de los apuros que estaba pasando su hijo Tito.
-Anda, Brunilda,
déjame bajar de aquí ¿Qué no ves cómo está sufriendo Rosita?
-Tendrás que
pasar sobre mi cadáver –le respondía la aguerrida felina.
-No seas así.
Anda, mira, que eres una gatita muy bonita.
-¡Ngau!
–contestaba Brunilda.
Mientras, Filippa
Fenicia y su ayudante hacían sus maletas para viajar a México.
-¡Rosita! –Le
preguntaron sus papás -¿Qué estás haciendo a estas horas en la calle?
-¡Necesito que
llamen a los bomberos! Tito está en la azotea de la mansión abandonada y no
puede bajar –imploraba la niña.
-¡Ya bajará él
solo, niña, vente a dormir! –le aconsejó su papá.
-¡No! ¡Yo sé que
le pasa algo! ¡Ayúdame! ¡Llama a los bomberos! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por
favor!
-Niña ¡No seas
imprudente! –decía la mamá de Rosita, tratando de hacerla entrar en razón –los
bomberos están dormidos, son las tres de la mañana.
¡Por favor! ¡Por
favor! ¡Por favor! –Suplicaba desesperada Rosita. Era tal la insistencia que el
papá tomó el teléfono.
-¿Bueno? ¿Hablo
con el departamento de bomberos?
-Sí ¿qué se le
ofrece?
-Tenemos una
pequeña emergencia.
-Sí, ¿de qué se
trata?
-Ejem, mire, no
es una emergencia normal, pero es una emergencia.
-Lo escucho.
Dígame de qué se trata y adónde es.
-Es que… el
gatito de mi hija está en el tejado de una casa abandonada y no puede bajar.
Ustedes, con sus escaleras, lo pueden ayudar.
-Mire Usted, sí
tenemos escaleras. Pero en este momento el cuerpo de bomberos está dormido. Le
sugiero que espere hasta mañana, y si a las nueve el gatito no ha bajado, nos
vuelve a llamar. Que pase buenas noches. Click.
-¿Qué dijo? ¿Qué
dijo? ¿Qué dijo? –preguntó Rosita, quien no podía calmar sus nervios.
-Que lo más
probable es que el gatito se baje solo, que te vayas a dormir. Y si mañana
sigue ahí, que entonces los volvamos a llamar –Le dijo su papá, de la manera
más persuasiva y tranquilizadora que pudo.
-¡No! ¡No! ¡No!
-¡Esto no es normal! ¡Yo sé que le pasa algo! ¡Tienes que hacer algo, Papá!
-No niña. ¡Ya
acuéstate! Yo me voy a dormir. A los gatos les gusta estar en los tejados
–dijo, furioso.
Nadie pudo
convencer a Rosita: se estuvo vigilando la mansión hasta las cuatro de la
mañana. Afligida, no podía dormir. No lo haría hasta que Tito estuviera a
salvo. No se había dado cuenta de que Brunilda era la responsable.
-¿Qué hiciste
con los filetes de salmón de la familia de Rosita? –Le preguntaba el Hada Puka,
furiosa, a su hermano, el duende Puk.
-No sé de qué me
estás hablando –respondía el sinvergüenza duendecillo.
-¡Te voy a
convertir en calabaza si no me dices la verdad! –Le decía, agitando su varita
mágica.
-Huy, que miedo
–se burlaba Puk –de seguro vas a tirar el hechizo por un lado y te va a salir
por otro.
-¡Te equivocas,
torpe duendecillo! ¡Ya me di cuenta adónde habías escondido mi varita mágica!
¡Abracadabra, que Puk se convierta en una cabra!
-Beee –dijo Puk,
convertido en un hermoso cabrito.
-Oye, (hic)
¿Dónde está Tito? –Preguntó Ocelotl al Hada Puka –me dijo que hablaría contigo
(hic) porque necesita permanecer más tiempo como humano.
-¿Te fuiste a
emborrachar con los chanekes? –Regañó el Hada Puka a su marido sin oírlo –ya te
he dicho que no son una buena compañía.
-Si no son tan
malos (hic). En serio, Tito necesita que lo ayudes a permanecer más tiempo como
humano.
-Voy a consultar
mis libros de magia. Tal vez si le preparo un salmón encantado…
-Brunilda ¿dónde
estás? –preguntó Rosita, al ver que Brunilda tampoco aparecía. –Brunilda –pst,
pst, pst.
-Purrmiau –dijo
Brunilda, olvidando a Tito, al ver que Rosita la llamaba con una lata de atún
abierta, la última que le quedaba.
Entre tanto,
Filippa Fenicia y su asistente llegaron a la ciudad de México. Descansaron.
Posteriormente visitaron el teatro donde habría de ser el concurso.
“No soporto
estar convertido en un chivo, no puedo hacer nada” Pensaba Puk.
-Creo que a
nuestra hija se le zafó un tornillo –le decía el papá de Rosita a su esposa.
-Sí, creo que
exagera con sus gatitos –dijo la mamá.
“Ahora que Puka
está dormida, le voy a quitar su varita, ojalá no se despierte” pensaba Puk,
mientras jalaba con la boca la varita mágica de su hermana, quien parecía
despertarse a cada instante. Pero Puk era muy paciente, se quedaba quieto,
esperaba y daba otro jaloncito, y otro, y otro, hasta que consiguió quedarse
con la varita. Rosita se quedó dormida y Tito bajó del tejado, como si nada
hubiera pasado.
-Miau –le dijo
Tito a Rosita, con sencillez.
-Gato malo, me
hiciste desvelarme y no pudimos ensayar, ya pronto es el concurso.
Entre tanto, los
chanekes estaban tan borrachos que Ocelotl se les había escapado y ni cuenta se
dieron.
A los dos días
siguientes, se inició el concurso de canto de la ciudad de México. Rosita y
Tito cantaban el Stabat Mater de Pergolessi y Filippa Fenicia una versión
moderna de Una voce poco fa de Rossini. Aunque había cantantes de todo el mundo
que lo hacían muy bien, Rosita, Tito y Felippa Fenicia ganaron en la etapa
preliminar, luego en semifinales y, por fin, eran los únicos finalistas.
-Con el salmón
encantado que preparé – le decía el Hada Puka a Ocelotl -Tito podrá permanecer
más tiempo en su forma humana.
Rosita quería
que sus papás la vieran cantar en la final, pero ese día salieron más tarde de
su trabajo de lo acostumbrado.
-¡Qué tráfico
más espantoso! Parece que no vamos a llegar a tiempo al concierto
–Dijo el papá de
Rosita.
-Te dije que
saliéramos más temprano –Le reclamó la mamá de Rosita.
Mientras,
durante el concurso, no todos los que estaban presentes eran seres humanos.
-¡Aguas! ¡Mira
quién viene! –Previno a sus amigos Chane, el primer Chaneke.
-¡Cuidadito y le
hacen trampa a Rosita y a Tito, Chanekes del demonio! –Les dijo Ocelotl -¡Los
tengo bien vigilados!
-Huuy, ¡Qué
desconfianza! –Le contestó el Chaneke segundo –Si nada más pasábamos por aquí
¿Verdad Aluxob?
-Sí, Cheneque
–Contestó el tercer chaneke.
-¿Alguien anda
ahí? –Preguntó Filippa Fenicia, al oír las vocecitas de los chanekes.
Brunilda, que
vigilaba a Tito, lo había seguido hasta el teatro.
-(Rosita canta
muy bien, pero tú eres un farsante) –le decía Brunilda a Tito atrás de los
bastidores del teatro – (Y cuando salgas de aquí verás la tunda que te voy a
dar).
-(Te equivocas.
Vamos a ganar.) –le respondía Tito en secreto, cuando no le tocaba cantar.
-Quando corpus
morietur –cantaban a dúo Rosita y Tito, como un par de ángeles celestiales.
“Debo hacer algo
para quitarle el salmón encantado ¿Qué veo? ¡Mira quién viene llegando a estas
horas!” pensaba Puk al ver a los papás de Rosita llegando tarde al evento.
“Debo tener
listo el salmón encantado, aunque ya vamos a terminar y todo nos esté saliendo
muy bien” pensó Rosita. “No creo que Filippa Fenicia nos pueda ganar”.
-Pssst, Rosita…
–murmuraba en secreto Puk –tus papás apenas vienen llegando.
-Fac ut animae
donetur –cantaba Rosita, buscando a sus papás entre los espectadores del teatro
“Se está
distrayendo Rosita, esto no es bueno” pensaba el Hada Puka, con preocupación.
-¡Qué bueno que
llegamos a tiempo para oír a Rosita! –Le dijo el papá a la mamá.
-Sí, -contestó
la mamá de Rosita –espero que no se haya dado cuenta de que llegamos tarde.
“¡Ay! Creo que
ahora sí me van a ganar. Qué bien cantan los dos” pensó Filippa Fenicia.
-¡Ya está! –dijo
Puk, aprovechando el descuido de la niña para quitarle el salmón.
“¿Qué está
haciendo ese malandrín?” pensó Brunilda cuando vio lo que estaba haciendo Puk.
“Ya empiezo a
sentir hambre y no hemos terminado de cantar el Stabat Mater” pensó Tito con
aflicción. “¿Y si Rosita olvida darme el salmón encantado por estar tan
concentrada en su canto?
-Rosita y Tito
son los que cantan mejor –dijeron a coro los chanekes- pero no saben la que les
espera, ge, ge, gee.
-¡Qué bien canta
mi hijo! ¡Seguramente que van a ganar! –Le comentó Ocelotl al Hada Puka.
-(Rosita ya es hora
que me des el salmón encantado) –le dijo Tito en secreto, mientras ella
cantaba.
-Amen, miau,
amen –Cantaba Tito, mientras ocurría que se transformaba en un hermoso gatito.
-¡Oh, no! –Gritó
Ocelotl alarmado.
-(Dame el salmón
encantado) –le pidió Tito a Rosita, en secreto, mientras ella cantaba.
-(No lo
encuentro) –le contestaba Rosita, en secreto, cuando él cantaba.
-Amen, miau,
amen –Cantaban Tito y Rosita el final del Stabat Mater de Pergolessi.
-¡Cómo se ríe el
público con esta transformación! –celebraba Puk con los chanekes.
-El Stabat Mater
es una obra muy seria –decía el papá de Rosita –no creo que ayude ese truco.
-Ellos siguen
cantando como si nada hubiera pasado –decía la mamá de Rosita -¿Les gustará a
los del jurado? De todas maneras es como un milagro.
-Oye Puk, no
seas mal amigo e invítanos a comernos ese salmón –comentaba Chane.
-Sí, no seas
gacho –añadían Cheneque y Aluxob.
-Parece que es
el fin de la carrera de Rosita –Decía Filippa Fenicia.
-No me gusta que
traten así a Rosita –gruñía Brunilda –ella es mi amiga y se merece más respeto.
Cuando
terminaron de cantar, Rosita y el gatito salieron del escenario.
-¿No le diste el
salmón encantado a Tito? –Le preguntó el Hada Puka a Rosita.
-¿Dónde está el
salmón encantado? –Preguntaba Rosita con desesperación.
-ja, ja, ¡Ya me
lo comí! –Se reía Puk, mientras brindaba con un espumoso tarro de cerveza
helada.
-Después del
desastre que tuvo la tal Rosita –dijo Filippa Fenicia a su asistente –ya no
tengo rival.
-Tito, parece
que ya no va haber más salmón con tocino para ti, ja, ja –se reían los malvados
chanekes.
-Te equivocas
–les respondió Tito –el tramposo siempre cae al pozo.
-Huy sí – ¡Mira
cómo me da miedo la oscuridad del pozo! –se burlaba Aluxob.
-¡Qué bien canta
la tal Fenicia! –decía el papá de Rosita.
-Sí, y siempre
lo hace igual –decía resignada la mamá de Rosita –Ni se adelanta ni se retrasa.
En cambio Rosita y Tito, unas veces hacen más rápido este pasaje, en otra lo
hacen más lento.
-Sí, los grandes
artistas son seres sobrenaturales –contestaba el papá de Rosita.
-Nada puedo
hacer ya –decía el Hada Puka –no tengo la varita mágica correcta.
-Alguien tiene
que hacer algo, por favor –imploraba Rosita, desesperada.
-Ya no es
posible –respondía Ocelotl –porque Tito recuperará su forma humana hasta
mañana.
-¿No se les hace
extraño que Filippa Fenicia siempre cante igual? –Preguntó Tito, con sagacidad
–voy a investigar cómo le hace.
-Te concedo una
tregua –le dijo Brunilda –a mí también me gusta cómo canta Rosita. Por tu bien,
espero que encuentres la solución.
-Brunilda ¡No lo
permitas!-ordenó el duende Puk, desesperado –Brunilda, no seas así ¿qué ya no
somos amigos? ¡Brunilda! Brunilda…
-Parece que ya
no te oye –Dijo Rosita con regocijo.
-Una voce poco
fa… -empezó a cantar Filippa Fenicia, pero, repentinamente, se quedó moviendo
la boca sin emitir sonido alguno.
Cuando se dio
cuenta que no estaba saliendo su voz de las bocinas del teatro, abrió
inmensamente los ojos. Sentía que la tierra se la tragaba. O más bien, que el
teatro estaba lleno de monstruos que la abucheaban y no tenía adonde
esconderse. Cuando giró su cabeza haciéndole una seña a su asistente para que
conectara el reproductor de discos compactos, lo único que vio fue a un lindo
gatito jugando con el cable del aparato. Al público le dio mucha risa ver a su
asistente correteando al minino por todo el escenario. El jurado se dio cuenta
de la trampa de Filippa Fenicia, por lo que inmediatamente quedó descalificada.
Y así fue como Rosita ganó su primer concurso de canto, con la ayuda de Tito,
el gatito cantante. La moraleja de este cuento es “en esta vida no hay que
hacer trampas, porque el tramposo, tarde o temprano cae al pozo”.
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