“CUALQUIER DÍA ES
BUENO PARA MATAR”
(HOMO DE MENS
SAPIENS)
Cuento de: Francisco González
Christen
Los
extraterrestres observaban el comportamiento de dos simios. Se podía decir que
eran hermanos, pues eran de especies muy afines: chimpancés y humanos. Se trataba
de un experimento genético: aquella especie intergaláctica estaba en vías de
extinción y necesitaba insertarle el gen de la sabiduría y de la justicia a uno
de aquellos monos. Los chimpancés parecían ser los más indicados, dada su
simpatía y aparente sociabilidad. Pero no lo eran: los machos de un grupo se
comían a las crías del otro, tras violar a sus hembras para cargarlos con hijos
propios. Además, la especie humana se veía tan pacífica que parecía tonta y
conformista. No parecía apta para la sobrevivencia. Sobretodo, no tenía el
sentido de la justicia, era totalmente refractaria a esta idea.
El
experimento final consistió en hacerse pasar por dioses y exigir a ambos simios
una ofrenda. El chimpancé les ofreció una de carne asada de crías de chimpancé
del grupo rival, en tanto que el humano les ofreció una ofrenda vegetariana. En
el fondo, los extraterrestres estaban horrorizados con la ofrenda del chimpancé
y sentían ternura por el humano. Bueno, más que ternura, era algo más, algo más
que piedad: era una verdadera lástima. Así que pasaron a la última etapa del
experimento, con ganas de que el humano pasara la prueba: si éste tenía el
sentido de la injusticia en carne viva, era probable que ya con la sabiduría y
el paso del tiempo pudiese desarrollar el sentido de la justicia.
Así
que elogiaron con grandes muestras de entusiasmo a la ofrenda del chimpancé y
tiraron a la basura la del humano, fingiendo un gran desprecio; y todo esto, en
presencia de ambos. El chimpancé lanzaba piruetas de júbilo y se reía del
humano. Parecía que el sentido de la especie humana estaba sellado, pero no. El
humano tomó una quijada de burro, no para festejar con cantos y danzas el
triunfo del chimpancé, como les hizo creer, sino para machacarle el cráneo a
aquel primate guasón de una buena vez por todas.
Los
extraterrestres se mostraron complacidos y le trasmitieron al humano el gen de
la sabiduría y el del sentido de la injusticia. Después de todo, ya no tenían
opción, porque el chimpancé había muerto y el tiempo se les acababa. Este hecho
fue una de las causas por las cuales los descendientes de este primer homo
sapiens se dedicaron a la música y al teatro, con gran celo de sus
competidores.
Estas
bestias peludas, decía un mesero español por boca de mi padre, salieron de las
cavernas hacia lugares más amables, cultivaron la tierra, pastorearon a otras
especies, fabricaron productos, tinas, jabones, perfumes y ropas; por ejemplo, salieron de Altamira, España, y se fueron hacia el sur. Usaron estos productos hasta que llegaron a estar
perfumados, lampiños o rasurados y vestidos con elegancia. Eran los fenicios.
Hasta que llegaron los griegos, unos tipos peludos y salvajes, que los
corrieron a macanazos. Pero los griegos vieron la vida de lujo y dispendio que llevaban aquellos. Así que
ellos también empezaron a bañarse, a rasurarse, a perfumarse y a vestirse con
minifaldas, como da cuenta de ello Platón en su famoso diálogo de La República.
Esta
situación idílica y paradisiaca duró hasta que llegaron otros tipos peludos,
brutos y macanudos –no el sentido argentino- que venían armados con grandes
cachiporras. Eran los romanos, quienes, ya una vez en el poder, empezaron a
ungirse el cuerpo con cremas y aceites aromáticos y a bañarse colectivamente en
unos lugares que ellos llamaban termas. Hasta que un buen día, provenientes de
las grutas de Oriente, llegaron otras bestias peludas, cuyos cascos traían
cornamentas de animales, que decían llamarse los godos.
Inevitablemente
llegó el día en que los godos también empezaron a bañarse, a adornarse la
frente con coronas de flores, a leer, a escribir y a hacer música. Hasta que
aparecieron unos sujetos provenientes del norte de África, que en su vida se
habían bañado. Los godos fueron expulsados de las mejores ciudades de España y
confinados en las grutas de Altamira, en tanto que los árabes empezaron a
construir alcazabas y alhambras, decoradas con bellísimos jardines colgantes y
una hermosa fuente al centro del palacio, donde se bañaban. Les dio por
escribir cuentos y poemas. Algunos se dedicaron a las ciencias, algunas de las
cuales aún conservan el nombre árabe: alquimia, álgebra, algoritmos. Toda
palabra española que empiece con la sílaba “al” es árabe, incluidas las
almorranas.
El
problema fue que los godos, recluidos en las grutas de Altamira, regresaron a
su estado anterior: dejaron de bañarse, les creció el pelo, sus músculos se
fortalecieron y se armaron con enormes garrotes. Fue así que Boabdil, el último
sultán de Granada, al ver las huestes de estos bárbaros norteños, en vez de
ordenar a sus tropas presentar batalla, se limitó a decir:
–Vámonos de aquí, ¡que estos tipos
nos desnudan!
Tal
es el resumen de la historia de España, narrada por un camarero ibérico y
transmitida al que estas líneas escribe por mi señor padre. Yo mismo la he
continuado: los aztecas, seres peludos poco proclives a bañarse cuando eran
emigrantes, pues en los desiertos del norte de México no hay agua, al llegar al
altiplano y solicitar un cacho de tierra para vivir, los lugareños, temerosos
de estas bestias peludas, los engañaron con una señal de un águila devorando
una serpiente, con una idea en mente: que los aztecas muriesen envenenados por
las serpientes que vivían en ese islote. Pero se equivocaron, porque los
aztecas, hambrientos, devoraron a todas las serpientes del lugar, hasta extinguirlas.
Incluso, algunos hasta creyeron que la carne de víbora de cascabel tenía
positivos efectos afrodisiacos.
Como
el territorio del islote era muy pequeño, los aztecas empezaron a ganarle
espacio al agua haciendo edificaciones sobre el lago. Las cuales eran muy
prácticas, porque nunca les faltaba agua para bañarse. Estos islotes flotantes
fueron muy eficientes, hasta que llegaron las tropas de Hernán Cortés. Sobra
decir que los españoles de esta armada eran peludos y no se bañaban. De modo
que los mexicas fueron confinados a las grutas de Cacahuamilpa y otras cercanas
a un lugar llamado Ayotzinapa.
Los
españoles, ya fundada La Nueva España, edificaron fastuosas mansiones con
sesenta recámaras, todas ellas provistas de hermosos baños con tinas decoradas
con mosaicos de Talavera. Las más modernas, incluso tenían ya regaderas. A los
perfumes de origen europeo, añadieron otros de procedencia lugareña. Hasta que
los mexicas regresaron, animados por el ejemplo de los franceses, otro pueblo
de mugrosos, quienes recientemente habían tomado La Bastilla y, posteriormente,
derrocado al monarca español.
Como
se sospecharan, La Historia no es tan sencilla como pretendía el camarero
español y seguramente éste incurrió en varias imprecisiones en su relato. Por
ejemplo, sucede que los descendientes del monito que se descontó a su rival con
una quijada de burro, no sólo se dedicaron a la música y al teatro, pues al ver
el éxito que había tenido la ofrenda del chimpancé ancestral, ellos mismos se
dedicaron a sacrificar bebés a los extraterrestres. Uno de ellos dijo llamarse
Baal. Claro que no sacrificaban a sus propios hijos, sino a los de la tribu
vecina. Los aztecas eran unos expertos en sacrificar humanos provenientes de
otras tribus.
Pero,
en La Mesopotamia los hacían pasar por propios, cosa que irritaba mucho a los
extraterrestres, hasta que uno puso a prueba a un individuo, al que le exigió
sacrificar a su propio hijo en ese momento. Al ver que este tipo era lo
suficientemente bruto y salvaje como para cometer tamaño homicidio, lo detuvo a
tiempo, antes de que cometiese el desaguisado y le ofreció una alianza. De este
individuo surgieron primero unos clanes, luego varias tribus, hasta que se
fundó una nación. Tanto los que adoraban a Baal como esta nueva nación, eran
pueblos que habitaban entre montañas y desiertos, donde la cabra era un
animalito muy apreciado, porque les proporcionaba leche y con ésta podían hacer
quesos y jocoque. También podían obtener carne para comer; pero para esto, era
mejor que las sacrificadas fuesen las cabras de la tribu vecina.
Estas
prácticas llegaron a ser tan difundidas, que pronto se convirtió en una
obligación religiosa no sólo matar a las cabras del vecino, sino al vecino
mismo. Todos los rituales anteriores no se hubiesen complicado si los varones
de una tribu no se hubiesen mezclado con las mujeres de la otra y viceversa.
Como en aquella época no existían las píldoras anticonceptivas, no faltaron
parejas ilícitas que engendraron bastardos. Porque los libros religiosos
prohibían claramente tener una pareja proveniente de una tribu rival.
A
estos bastardos se les expulsaba de ambas tribus, pero llegaron a haber tantos
bastardos que éstos se convirtieron en una nueva tribu, la cual no fue aceptada
por ninguna de las tribus primigenias. Incluso, cuando la nueva tribu
prosperaba, las otras dos olvidaban por un momento sus diferencias, para
combatirla y arruinarla.
Así
las cosas, los filisteos mataron a muchos judíos, hasta que llegó el rey Saúl,
quien mataba mil filisteos diarios, pero se moría de envidia cuando se enteraba
que David mataba a diez mil.
Pese
a ser un pueblo elegido (algunos judíos se cuestionan para qué los eligieron)
los asirios, los caldeos y los persas los sometieron. Y a todos estos, los
griegos. Pero a los griegos tampoco les duró el gusto porque llegaron los
romanos. Por si ya lo olvidó, repase Usted este relato y busque la historia
según el camarero español. Tras los romanos, vinieron los árabes y tras los
árabes los europeos: franceses, ingleses y rusos. Finalmente, llegaron los
americanos.
Los
americanos se identifican mucho con los romanos, quienes merecen una mención
especial en este relato. Pero antes de hablar de los romanos, les tengo que
decir que los extraterrestres les dijeron a varios pueblos que su máximo líder
era medio extraterrestre; es decir, un dios vivo. Los egipcios creían que su
faraón era un dios viviente. Los Japoneses aún creen que su emperador lo es.
Los chinos pensaban que la Ciudad Prohibida era la casa del Emperador
Celestial. Los más raros eran los antiguos mexicanos, que sacrificaban a sus
mejores deportistas para convertirlos en extraterrestres.
Pues
bien, los romanos no fueron la excepción y pensaron que El César era un dios
viviente. Y así fue hasta que sus guardias pretorianos se dieron cuenta de que
él solamente era un miserable gusano parasitario que sobrevivía gracias a
ellos, los verdaderos dioses. Así que lo asesinaron y se pusieron en su lugar.
Se mataron entre ellos y el último guardia pretoriano ahora era César y nuevo dios
viviente, hasta que sus subordinados se dieron cuenta de qué él también se
parecía más a un insecto rastrero que a un verdadero dios. Y lo sacrificaron,
para ponerse en su lugar. Llegó un momento en que nadie quería ser emperador de
Roma.
Para
complicar más el cuadro, de cuando en cuando aparecieron personajes iluminados,
que provocaron la ira del orden establecido con sus ideas exóticas: Confucio,
Buda, Sócrates, Cristo y Mahoma, entre otros. En lo posible, se les sacrificaba
lo más rápido posible. Pero lo más importante era tergiversar sus ideas y
doctrinas, antes de que éstas pudiesen disolver al sistema político social
dominante. Esto se sigue haciendo hasta la fecha. Normalmente, este tipo de
iluminados es gente joven, cuyo sacrificio, por esta razón, tiene más valor. No
importa si el motivo para este sacrificio es religioso, político o mixto. Lo
importante es sacrificar a la gente inocente de la otra tribu, a los que no
piensan como nosotros, a los que no quieren regalarnos su cabra o su petróleo y
se los tenemos que quitar a la fuerza.
Al
ver el gran desarrollo tecnológico de los humanos para destrozarse entre sí,
pero sin tener el menor sentido de la justicia, el líder de los
extraterrestres, en vez de organizar una guerra de exterminio contra los
humanos, se limitó a decir:
–Vámonos de aquí, ¡que estos tipos
nos desnudan!
Los
extraterrestres se fueron a otro planeta, lamentando no haber hecho caso en su
momento al que dijo “estos ahora son como nosotros y hay que exterminarlos”.
Es
por esta emigración que en la actualidad ya no ocurren milagros; y muchos
humanos de una secta reciente, al observar esta ausencia, exclaman:
–¡Dios ha muerto!
Pero
las demás sectas saben que esto no es cierto y siguen matándose entre sí; y
algunas veces, en nombre de Dios; otras, nada más para robarles su cabra o su
petróleo.
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