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lunes, 2 de noviembre de 2015

Inframundos, ultramundos.

Muchas culturas tienen la seguridad, más que la creencia, de que hay vida más allá de esta vida; o, al menos, que esta vida continúa en otra dimensión. Los antiguos egipcios, por ejemplo, construían pirámides y embalsamaban muertos con esta creencia. Los ingleses son famosos por sus castillos húmedos y sus sesiones con mediums para contactar con algún difunto. Los norteamericanos, siguiendo una tradición celta, celebran el Halloween; nosotros los mexicanos tenemos una tradición propia que es una fusión de rituales prehispánicos con cristianos católicos. Por eso muchos ponemos ofrendas a finales de octubre y las levantamos a principios de noviembre. Los Testigos de Jehová dicen no creer en eso, pero creen en Cristo. Y Cristo, además de resucitar muertos, él también, según las liturgias cristianas, es un muerto resucitado. Creer lo contrario es poner en entredicho muchos de los fundamentos de la religión cristiana.
El fenómeno de lo paranormal siempre ha atraído la atención de muchos seres humanos. Un género cinematográfico muy fructífero es el cine de terror: los vampiros, Drácula, Frankenstein, el hombre lobo y muchos tipos de fantasmas y de actividades paranormales han inundado las pantallas de las salas de cine.
El Profesor Vargas, quien nos daba clases de Técnica Freinet en la Escuela Experimental de Pedagogía hacia 1966, en pleno siglo pasado, en una ocasión nos hizo quedarnos de noche en el edificio de la escuela, que en aquel entonces estaba ubicada en una vieja casona de la calle Bravo, en Xalapa, donde ahora está la escuela Constitución.
-¿Escuchan como se mueve una puerta? -nos dijo-. No hay viento y no hay nadie más que nosotros en la escuela.
En efecto, estábamos imprimiendo la revista escolar, con una  prensa de linotipos. Nadie estaba al fondo de la escuela.
-¿Escuchan como rechina esa puerta? Vayan a ver si está abierta una ventana. Pero les hago notar que no está corriendo el aire.
En efecto, en esa noche el viento estaba quieto, no había corrientes de aire; además, estaban cerradas las ventanas desde donde salía el ruido.
-¿Verdad que es extraño? -nos decía-. Es fácil pensar que hay fantasmas en una situación así. Pero puede haber otra causa y, mientras no la averigüemos, la teoría de los fantasmas es la más creíble; sin embargo, antes de sacar esa conclusión, hay que descartar otras pruebas más mundanales. Tal vez un animal deambulaba por ahí y la movió. O algún bromista nos está jugando una mala pasada.
En la Colonia Aguacatal, por esas fechas, un vecino nos puso un susto marca diablo: se metió dentro de un saco, escondiendo la cabeza y las manos, se dirigía hacia nosotros de noche y se veía muy raro, hasta que alguien se le acercó y le quitó el saco.
Independientemente de las bromas y los timos, a veces si ocurren cosas tan extrañas que sí parecen ser pruebas de una actividad paranormal. Al menos, sirven de tema de conversación para imprimirle un poco de poesía y suspenso al relato. A mucha gentes se le ha aparecido La Llorona. Sobre todo de noche, cerca de un río o de un arroyo. A veces yo he tenido experiencias de ese tipo: un día oí ruidos dentro de mi casa, en la Colonia Salud. Ví a dos varones adultos. Pensé que eran ladrones, me puse en guardia (yo estudiaba Karate con mi cuñado, pero no tenía mucho nivel como combatiente). Los sujetos se abalanzaron hacia mí, con gran rapidez. Yo grité del susto, aunque en guardia de Karate. Los tipos se esfumaron. Como que implosionaron en mi pecho. Mi familia despertó por el grito.
-¿Qué pasa? ¿Por qué gritaste así?
Mis hijos aseguraban haber visto un ser extraño en esa casa, en varias ocasiones.
En otra ocasión, cuando vivía en Teocelo, un día decidí salir a correr en  invierno, a las seis de la mañana; pero, por alguna razón, puse el reloj a las cuatro o cinco. De modo que salí a correr antes del amanecer. Había niebla. Yo estaba feliz, era mi primer día de ejercicio corriendo al aire libre. Pero todo estaba muy oscuro. Dejé atrás el último poste con alumbrado eléctrico y me interné en la carretera, hacia un sitio que tiene una curva muy cerrada, y un puente arriba del río que viene de la cascada de Texolo. La verdad es que estaba en el bosque, con niebla y sin luz alguna. Me pareció un poco insensato andar corriendo en esas circunstancias.
"Ya va a salir el sol. Se está tardando mucho", pensé.
Decidí dar media vuelta y regresar al pueblo. En eso escuché que a mi izquierda, a un lado de la carretera, se movían unas hojas, como cuando anda por ahí un reptil.
-Veeeen- me dijo una suave y dulce voz femenina que parecía venir desde muy lejos.
La verdad es que no me atreví a averiguar y aceleré el paso. Me sentí un tanto ridículo corriendo a toda velocidad y cuesta arriba por la empinada calle que está a la entrada de Teocelo: era mi primer día de ejercicio en diez años, no tenía condición. Cuando llegué a mi dormitorio, me asombré al ver que mi reloj despertador marcaba las cinco y media. Hay otras personas que oyen pasos en la azotea de su casa a media noche. La verdad es que hay un límite entre lo paranormal y la locura; pero, ¿a poco no son mejores las charlas cuando algún amigo se pone a relatar cómo un tío se topó con La Llorona y cómo la persona que lo refuta con pruebas científicas queda clasificado como un pedante mal educado y carente de poesía?

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