A nosotros siempre nos ha gustado cantarle al Año Viejo cada
31 de diciembre. Nos armamos de botes, cacerolas, garrafones del agua vacíos e
improvisamos una batería. Nos disfrazamos de viejitos y salimos a cantar “Una
limosna, para este pobre viejo, que ha dejado hijos, que ha dejado hijos, para
el Año Nuevo”. El año pasado nos propusimos hacerlo hasta la media noche, hasta
el último suspiro del Año Viejo. Ya entrada la noche, se nos unió un güerito
regordete con acento alemán. Dijo llamarse Robert. Para ser alemán, tenía buen
ritmo.
-Yo no tengo problemas con las síncopas y los contratiempos
-nos dijo-. También me gustan los staccattos.
El que tiene problemas con eso es Richard: lo quiere tocar todo ligado y con
ritmos isócronos. ¡Qué aburrido!
Nosotros no sabíamos quién era ese tal Richard y nos
importaba un comino. Más, evidentemente, por el tono con que lo dijo, tal vez
era un personaje muy importante, pero un tanto pesado y antipático.
Robert sacó una composición suya quesque para cantarla en
año nuevo. Iba algo así como ta-tá-ta-tá-ta táa-ra, tá táa-ra; ta-táa-rarará
ta-tá. Sonaba anticuada y clásica, salvo por algunos acordes muy novedosos
colocados en sitios estratégicos. Luego nos dijo que él podía hablar con Bach
para que nos arreglara nuestra canción de año nuevo. Después, si queríamos podríamos
tocar ese arreglo a ritmo de jazz. A nosotros nos parecía como que a Robert se
le andaban flameando los platinos, pero nos caía muy bien este alemán
regordete. Con su pelo lacio cortado a lo “Cleopatra”, se parecía un poco a El Príncipe Valiente.
-Oye –le dijo uno de nosotros –tu arreglo bachiano en jazz
¿No crees que está muy complicado para la gente común y corriente?
-No me importa, –respondió Robert –para mí es más importante
captar el momento en que una mariposa se posa en una roca en medio del arroyo
que lograr la comprensión de la humanidad.
No supimos qué contestarle, pero, sin duda, creció nuestro
aprecio por él. A veces nos parecía que algo no andaba bien con Robert. Como
que había algo en su interior que lo desesperaba. Algo grave que podría hacerlo
atentar contra su propia vida.
-Es que tengo un tinitus
horrible. Me friega las 24 horas del día: hay veces que sube de volumen y me es
insoportable.
Ya en la cantina, saboreamos –a petición suya- una serie de
cervezas oscuras. Se puso a recitar poemas de Heine y de Goethe. Como que esos
poemas se disfrutaban más al calor de las cervezas. Al despuntar los primeros
rayos de luz del alba y del Año Nuevo, se esfumó. Desapareció instantáneamente.
Nadie lo vio salir.
Les reitero que deseo a todos mis lectores un Año Nuevo colmado de bendiciones, salud, paz y prosperidad.