Alfa y omega.
Por: Francisco González Christen
Recuerdo.
Me encontraba en casa de un amigo cuando la vi; era la nueva
vecina, una muchacha de cabellos rubios. Tuve buena suerte: alguien nos
presentó y no hallé dificultad para conversar con ella.
Al día siguiente, sentados en el patio de su casa, sentíamos
cómo el sol de la tarde bañaba nuestras espaldas, produciéndonos un agradable
calor que propició la unión de nuestras miradas y algo más…
¡Qué agradable fue ese atardecer! Mas ahora pertenece al recuerdo.
Los recuerdos son como las estrellas: percibimos su luz aunque ya no existen.
¡Cuántas ilusiones! Ilusiones desvanecidas cual nubes pasajeras que vacían su
rocío, golpeteando como martinetes afelpados sobre la ansiosa tierra, sin
saciarla… sólo levantando el polvo…
Después, la tierra se seca y se parte… ninguna semilla
germinará en ella ¡Qué agradable fue todo eso! Aunque ahora ese recuerdo sólo
pertenezca al pasado y esté oculto tras la niebla del olvido y del desengaño.
Ella.
Los viejos libros de una biblioteca que ya no existe eran el
fondo para esa fotografía, último testigo mudo de su belleza fugaz. Sus ojos
tiernos y tristes, como los de un ciervo herido, eran el remate de aquel
vestido, de ese tiempo de amor, mi amor, que no volverá.
“Ulises ya no pasa” ¿quién escribió ese verso? Es demasiado
fuerte para mí que estoy aquí y ahora, entre estas cuatro paredes, lejos de ti.
Podría gritarlo con rabia y desesperación o recitar susurrándolo con
resignación. Yo soy Ulises, ya no paso por tu jardín, pero me duele en lo más
profundo del alma.
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