Los compositores de música, como todos los seres humanos,
tienen que comer para vivir y ganar dinero para poder comer. Normalmente, el
dinero se obtiene trabajando. Para trabajar hay que hacerlo en un entorno
gobernado por una élite. La música es cultura y la cultura, a su vez, es el
departamento de propaganda de las instituciones, sean gubernamentales,
religiosas o lucrativas. En especial, las dos primeras suelen inmiscuirse en
todas las actividades del ser humano de manera dominante. Claro, depende del
régimen en turno que haya más o menos libertades. Así las cosas, Palestrina (s.
XVI) fue el músico del Vaticano por excelencia, lo cual no lo mantuvo a salvo
de ciertos maltratos psicológicos y económicos; J.B. Lully (s. XVII), en
cambio, movió muy bien sus influencias con Luis XIV de Francia, en tanto que
J.S. Bach (s. XVIII) trabajó para la Iglesia Protestante, viviendo al final de
su vida ninguneado; Melesio Morales (s. XIX) fue el músico favorito de
Maximiliano de Habsburgo, pero, al caer el Segundo Imperio Mexicano, se las
arregló para escribirle una marcha a Benito Juárez. Rossini (s. XIX) fue aún
más lejos: le compuso una marcha militar a un monarca, me parece que del ámbito
austro-húngaro y, pasado el tiempo, se la dedicó a su peor enemigo, un monarca
francés, ofreciéndosela a éste como obra de creación reciente y escrita en su
honor. Cuando el monarca francés se dio cuenta del engaño, Rossini ya estaba en
otro país. Héctor Berlioz (s. XIX) estaba muy molesto porque “cada dos años
tenía que cambiarse de casaca” cada vez que cambiaba el partido político en el
poder, y tenía que pasar de la casaca roja a la azul, para luego sacar del
clóset la roja al periodo siguiente. Napoleón III sólo le patrocinó dos obras y
fue bastante tacaño con él. Pero, los que quieren desprestigiar al compositor
de la Sinfonía Fantástica, aducen que
era el compositor favorito de este nefasto personaje, y que su concepción
artística respondía a su ideología. Ni qué decir de las difíciles relaciones de
Shostakóvich y Prokofiev con Stalin, en
la primera mitad del siglo XX, permanentemente acusados de promover una
ideología “pequeño burguesa”.
Carl Orff (1895-1982), compositor alemán bávaro, no fue la
excepción: tuvo que vivir bajo el régimen nazi de Adolfo Hitler. De modo que si
quería permanecer con vida en su adorada Baviera, sólo le quedaba de tres sopas
para beber o derramar: o era aceptado por el nazismo, o huía, como lo hizo Béla
Bartók (Hitler se anexó el imperio Austro-Húngaro y Bartók fue de los que no le
aplaudieron), o acababa convertido en jabón y su piel en pantallas para lámparas,
zapatos o carteras (esto no es un recurso retórico, es literal). Mucho se ha
escrito de la filiación pro-nazi o no de Orff . Según el autor del blog La Música y el holocausto, “Orff se las
ingenió para encontrar un lugar para él y su música en la Alemania nazi. La
música de Orff, como la de Paul Hindemith y Ernst Krenek, solía estar
catalogada como ‘degenerada’, pero los intentos del artista por congraciarse
con el régimen dieron sus frutos. A principios de 1940, su música era celebrada
por muchos nazis de la elite y su ópera Carmina
Burana fue una de las piezas más populares de la Alemania nazi” http://holocaustmusic.ort.org/es/politics-and-propaganda/third-reich/orff-carl/
Esto lo logró Orff pese a ser considerado izquierdista.
Tenía muchos amigos judíos, y colaboró con Brecht, de marcada afiliación
marxista. Y posiblemente Orff era en parte
judío, un hecho que lo hacía más vulnerable. El hecho es que nunca se
resistió ni se opuso abiertamente o secretamente a las políticas nazis.
El musicólogo Enric Riu también nos da cuenta de las
difíciles y acomodaticias relaciones de Orff con los nazis, quien se propuso mostrar
con una obra escénica lo que su Schulwerk
podía lograr. Por consiguiente, adaptó el proyecto académico para alcanzar la
aceptación de las autoridades nazis. “Y esto implicaba una obra descargada de
intelectualismos, en una palabra: fácil, tanto de interpretar, como de dirigir,
como de escuchar; una obra de masas”. http://www.mundoclasico.com/ed/documentos/doc-ver.aspx?id=12993b7b-6188-49d8-91f4-288f880c73b8
El hecho de escoger unos textos medievales tenía el poder
altamente simbólico de nutrirse con las raíces de la cultura alemana, acudiendo
a los buscados y amados orígenes de lo ario. Veinticuatro poemas procedentes
del Codex Buranus proporcionaron el
texto a esta bella cantata coral, tomados de una extraordinaria colección de
cerca de trescientos poemas escritos por goliardos durante los siglos XII y
XIII. Elección algo sospechosa en un momento en que las relaciones de los nazis
con las iglesias protestante y católica de Alemania estaban en crisis: gran
parte de los altos cuadros del gobierno y del NSDAP estaban apostatando de una manera
abierta.
De lo que no hay duda es del acierto que este compositor
tuvo al tomar como fuente de inspiración a los simpáticos Monjes Buranos de la Edad Media, quienes no eran monjes, sino
estudiantes de las universidades medievales que se disfrazaban de clérigos para
meterse a las tabernas a cantarle al amor, a las mujeres y al vino, cantando a
menudo en latín “macarrónico” (vulgar). Al mezclar el saber y los instrumentos
modernos con las técnicas medievales, Orff no sólo hizo su mejor obra, sino una
de las más populares del siglo XX. Y la Orquesta Sinfónica de Xalapa le apostó
a ella los días 13, 14 y 15 de diciembre de 2013, con una intensa campaña
publicitaria que incluyó anuncios espectaculares: finalmente, el sábado 14
cumplió con su meta mercadológica: la novedosa Sala Tlacná estaba repleta: incluso la sección reservada a las
autoridades tenía inquilinos (pues normalmente, esta área permanece vacía),
como puede verse en el vídeo que publiqué en http://youtu.be/lXaGeV5h_AQ
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