Licenciada en Artes Angélica Ramírez, Directora de Katarsis. Centro de Artes. |
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jueves, 28 de agosto de 2014
Un nuevo lugar para el arte
Quizá usted haya oído de la organización Katarsis,
música y danza, del Centro de Artes Katarsis o de nuestro grupo Katarsis,
Danza. Quizá ya no nos recuerde o nunca haya oído hablar de nosotros. Mas, si
está leyendo este artículo, seguramente se preguntará ¿Quiénes son? ¿Qué hacen?
¿Para qué o porqué lo hacen? Somos una organización cultural con más catorce
años de labor ininterrumpida que hemos producido y gestionado recitales de
música contemporánea, clásica y folklórica. Somos los creadores y productores
del primer festival de danza contemporánea de Xalapa, si bien en aquella época
nuestro nombre era Ars Nova/Ars Antiqua. Tenemos una amplia experiencia y un
alto nivel de preparación tanto en la creación artística como en la docencia
enfocada a la enseñanza de varias disciplinas. Es probable que muchas personas
recuerden nuestro antiguo Centro de Artes Katarsis ubicado en la calle de
Magnolia. Tras dos años de espera, nuestra sede ha cambiado a la casa ubicada
en Adalberto Tejeda número 13: a unos metros de la Iglesia de La Piedad estará
la nueva sede del Centro de Artes Katarsis. En este espacio se impartirán
cursos de iniciación al ballet clásico, danzas árabes, ajedrez, ritmos latinos
y artes plásticas: diseño de cartel, dibujo, pintura, manualidades y, en un
futuro, escultura. Paralelamente a estas actividades, en este sitio habrá
sesiones de yoga y masaje tailandés, disciplinas cuya práctica produce efectos
muy sanos y relajantes.
Las actividades de este sitio iniciarán el día 13 de
septiembre a las diez horas de la mañana con un curso de danzas gitanas y
orientales con enfoque terapéutico impartido por la maestra Flor Pastor. Estas
danzas permiten explorar las posibilidades de nuestro propio movimiento, desde
sus raíces y con el espíritu despierto, no sólo con el cuerpo. La danza-terapia
busca desarrollar movimientos personales y auténticos que estimulan la
integración, comprensión y expresión de nuestros procesos corporales,
emocionales y cognitivos. La Maestra Flor Pastor, tras impartir este taller, se
trasladará a España a vivir. Así que es una oportunidad probablemente
irrepetible para recibir sus enseñanzas acá en Xalapa. Este taller es
multi-nivel y resulta ideal para quienes comienzan su travesía por las danzas
gitanas y orientales. Éste será un taller intensivo de ocho horas. Por la noche
del día 13 de septiembre habrá una función ofrecida por maestros y alumnos de
la academia de danza Katarsis, así como de amigos artistas que tocarán y
bailarán para compartir la alegría de este festejo. Al final habrá un vino de
honor. La entrada es libre. Los demás cursos y talleres comenzarán a partir del
miércoles 17 de septiembre. Es preciso hacer notar que el nivel de la planta de
profesores es muy profesional, pues hablamos de personajes con maestrías,
licenciaturas o una gran experiencia y conocimiento de las materias que
impartirán. Pues tenemos la creencia de que la cultura ayuda a sanar al tejido
social; y que Katarsis es la liberación, purificación y transformación del
espíritu por medio del arte. Nuestra Misión es contribuir a la creación de un
mundo de belleza, paz, poesía y alegría, por medio de la enseñanza y
apreciación del arte, así como espectáculos multidisciplinarios. Esto lo
hacemos porque queremos formar seres felices, libres y sensibles, a través de
la experiencia del arte. ¿Cómo? En primer lugar planeamos consolidar un espacio para la creación y el
desarrollo del talento artístico, mediante cursos permanentes y talleres
intensivos; nuestro valor principal es transmitir habilidades artísticas con
calidad profesional y humana. Y, como objetivos específicos tenemos el detectar
e impulsar el talento así como contribuir a la formación de seres
humanos íntegros, emprendedores y sensibles. Para mayores informes comunicarse
al teléfono 8179277 o al correo katarsiscentrodeartes@hotmail.com.
lunes, 25 de agosto de 2014
Música y poesía en la casa Lamm
quindecim
y casa lamm
Presentan
ENLACES
Música y poesía
Un disco único con poemas de Elvia de
Angelis y Homero Aridjis, unidos a la música de
Lucía Álvarez
Septiembre 9 a las 19.00 horas, en punto.
Salón Elena de Casa Lamm (Álvaro Obregón 99)
Colonia Roma
Verónica Murúa, soprano, Isaac Ramírez, tenor,
acompañados por el pianista Mauricio Náder.
Presentación : Clara Meierovich
Vino de honor
sábado, 23 de agosto de 2014
¿Arte o virus letal?
Ayer leí una frase de Marshall Mc Luhan (sí, el que dijo que
"el medio es el mensaje" y que "vivimos en una aldea
global"). La frase dice "Cualquier innovación amenaza el equilibrio
de las organizaciones existentes. En las grandes industrias, se deja que las
nuevas ideas asomen la cabeza para poder aplastarlas en el acto. El
departamento de ideas de cualquier gran empresa es una especie de laboratorio
donde se aíslan los virus peligrosos". A mí me parece que mi poema
sinfónico Cuando del Tajín se desata. http://www.youtube.com/watch?v=x8MVupCWTLA&feature=player_detailpage
es innovador, pues lo mismo rompe los cánones de los
conservatorianos tonales, que el de los academicistas de vanguardia (Desde
Schoenberg hasta a los postminimalistas), así como el de toda clase de música
comercial: no encaja en rock latino, ni en salsa. Mucho menos en Heavy metal o
en reguetón. Quiero pensar que el bloqueo al que es sometido es por esta razón.
Y sé que las grandes empresas, cuando no pueden con un virus, le sacan provecho
comercial y no pierdo la esperanza de que algún día este virus no letal para la
humanidad se propague. Si estás de acuerdo conmigo y te gusta esta música,
compártela y ponle su "like" en mi canal de youtube. Si me equivoco,
te pido disculpas por haberte hecho perder tu tiempo. Gracias por todo. Y
gracias a la vida, no me quejo de mi destino. Como quiera que sea, es divertido
perseguir el objeto del deseo (Que, en este caso, mi deseo es que "Cuando
el Tajín se desata" forme parte del repertorio de todas las orquestas
sinfónicas del mundo y cada una lo programe al menos una vez al año).
jueves, 21 de agosto de 2014
Estrés positivo
Se asocia al estrés con futuras patologías. Pero no todo el estrés es malo. Es conveniente un poco de tensión derivada de la práctica de algún deporte o de la satisfacción del deber cumplido. En mi caso, estoy que me caigo de sueño: toda la semana he estado con los preparativos para la reinauguración de nuestro sitio, que ahora se llamará Katarsis. Centro de Artes. Lo desesperante es que hoy en día, al menos en Xalapa, las cosas se mueve con una lentitud de fantasía: el tráfico vehicular, el internet, la capacidad de resolver de las personas. Hoy perdí muchos minutos en BBVA porque me llegó un insistente anuncio que me informaba que me podía disponer de un préstamo de $129 000 con maravillosos planes de pago. Ayer, incluso, me lo dijo de viva voz una ejecutivo de dicho banco. Pues nada, como contraté a Resuelve tu deuda, tengo algunas notas negras en el Buró de Crédito y no me dieron nada. La verdad, es que me hicieron un favor.
Esto es cansado: traigo un gran empuje para reabrir nuestro centro cultural, el cual choca contra la lentitud monolítica de la burocracia, el internet y el tráfico vehicular. Mas se que todo saldrá bien. Es, por consiguiente, un estrés bueno, aunque ya pido esquina: estoy suspirando por una vacaciones en el caribe, tendido en una hamaca, con un coco lleno de ginebra en la mano derecha. Me voy a dormir. Buenas noches.
Esto es cansado: traigo un gran empuje para reabrir nuestro centro cultural, el cual choca contra la lentitud monolítica de la burocracia, el internet y el tráfico vehicular. Mas se que todo saldrá bien. Es, por consiguiente, un estrés bueno, aunque ya pido esquina: estoy suspirando por una vacaciones en el caribe, tendido en una hamaca, con un coco lleno de ginebra en la mano derecha. Me voy a dormir. Buenas noches.
martes, 19 de agosto de 2014
sábado, 16 de agosto de 2014
El Claro de Luna
En la Xalapa que me tocó vivir desde mi pubertad hasta la juventud, había una tienda de música en la avenida Revolución. Se llamaba La Estrella. Creo que todavía existe, no lo he comprobado. Hace tiempo que ya no me paro por ahí, por diversas razones. En ese sitio podía comprar desde cuerdas para guitarra (marca Cometa, con borlitas y de metal, no había de otras), guitarras marca Tres Pinos o Gilb, y partituras de la editorial Little Duck and Francis Drake (estoy bromeando), de calidad un tanto dudosa, pero que contenían piezas musicales como los Pequeños preludios, fugas y fuguetas de J.S. Bach, el Ave María de Schubert, Sueño de amor de Franz Liszt y el primer movimiento de la Sonata Claro de Luna de Beethoven. A veces había cosas como Recuerdos de la Alhambra de Francisco Tárrega editadas por Miguel Gómez, que venían preparadas en un sistema para aprender guitarra "sin maestro": el sistema de arriba era una tablatura; es decir, un pautado de seis líneas que representaba las cuerdas de la guitarra y, mediante cifras numéricas y cruces, se indicaba el sitio donde se debía poner el dedo de la mano izquierda. La cifra cero significaba "cuerda al aire". El sistema de abajo, era un pentagrama con la notación musical convencional. No sé si conservo esta partitura. Sin duda, hoy tendría un valor histórico.
El hecho es que, armado con mi guitarra Tres Pinos y lo poco que sabía, me aprendía de memoria fragmentos de los Pequeños preludios, fugas y fuguetas de Bach, así como el primer movimiento de la Claro de Luna de Beethoven, hasta el punto donde era imposible tocarlas de manera literal en la guitarra. Don Miguel Ángel Gómez (otro Miguel Gómez), el compositor de Un beso balconero y posteriormente fundador y alma del grupo Guitarras Xalapeñas, padre de mi amigo Arturo Gómez Vignola, gentilmente me escuchaba y me explicaba:
-Lo que pasa es que El Claro de Luna de Beethoven es imposible de tocar en la guitarra en la tonalidad y versión original.
Tomaba su guitarra. La afinaba. Como todo guitarrista que se respete, lo hacía tras varios intentos. Parte del show era hacerle creer al respetable público que afinar una guitarra era una empresa prácticamente imposible. Una vez templado el instrumento su satisfacción, se soltaba tocando el primer movimiento de esta romántica sonata. Pero en Re menor, con la sexta cuerda en Re y algunos ajustes en las voces internas de ciertos acordes estratégicos, que de otra manera serían intocables en guitarra.
-¿Ves cómo si se puede tocar completa en guitarra? -de decía, y yo me quedaba con la boca abierta.
El hecho es que este movimiento siempre me ha fascinado. Cuando aprendí armonía, fue la primera pieza que analicé en su totalidad. Me había motivado el profesor de Armonía, Don Alfonso de Elías, quien nos mostró los primeros cuatro compases de este movimiento, convertidos en un coral a cuatro voces que nos hizo cantar a coro. Cuando quise ingresar al Taller de Composición, le llevé mi análisis al Maestro Quintanar. Ni lo vio, pero si tomó nota de mi interés. Total, ya dentro del Taller, lo tendría que analizar de nueva cuenta; y esa vez, sí lo revisó. Por mis épocas de tallerista, en una ocasión fui a una fiesta en casa de algún roquetiano. En aquella época, las fiestas y reuniones eran en casa de alguien. Nada de fiestas disco, de antro o de pub. Recuerdo que Margarita de la Mora se puso al frente de un piano vertical, negro, barroco y probablemente apolillado, con un par de candelabros encendidos a los lados. Eran las ocho de la noche, ya estaba oscuro. Y se soltó tocando la Claro de Luna, para gran deleite de quienes estábamos ahí. Éramos unos cuantos y estábamos casi junto a ella. Y, cuando yo andaba con Los Telerines en casa de alguien que tuviese piano, el que tocaba ese movimiento era yo. Cuando más me gustó hacerlo fue en la hacienda de una amiga. Como que la Hacienda de Zinzimeo era de una época cercana a la de Beethoven. Tocarla a la luz de la luna, alumbrado con unos cuantos candelabros y cerca de otros jóvenes como yo, realmente fue una experiencia digna de haber sido vivida. Si alguien me dijera en la actualidad que el romanticismo hoy en día es un movimiento estético muy fuerte, yo le respondería
-Sin duda. Hay que seguir siendo románticos.
Es por eso que he incorporado todo lo que he podido de ese movimiento a mi estilo. No se puede ser cien por ciento romántico en la actualidad. Creo que en cualquier época es peligroso ser cien por ciento romántico, tanto para uno como para los demás. Pero el romanticismo tiene valores e ideas que siguen dando la batalla en la actualidad. Podrá haber románticos despechados. O muertos antes de cumplir los cuarenta. O prisioneros de una cárcel o manicomio. Pero nunca habrá románticos aburridos. Me refiero a los auténticos románticos. No a los post románticos que escribieron obras densas, largas e interminables. El Beethoven romántico, Chopin, Schumann, el Schubert de La Inconclusa, realmente son unos tipazos que nos hacen vibrar con sus emociones al rojo vivo y con sus visiones fantásticas: son tipos enamorados, triunfadores, perdedores, violentos, llorones, lunáticos y dispuestos a practicar cualquier exceso. Pero nunca serán sujetos tibios y aburridos. Aunque Beethoven dijera que los románticos eran unos seres despreciables y decadentes, él mismo era un ícono del romanticismo. Los románticos, a su vez, decían de él que sólo una mente ignorante como la suya podría haber perpetrado un mamotreto del tamaño de la novena sinfonía. Ambos pasaban por alto que la novena sinfonía es profundamente romántica y producto de una mente sencillamente genial.
Recuerdo a un amigo que me hizo una pregunta verdaderamente insidiosa:
-¿Cómo es que Schoenberg, sabiendo más teoría que Beethoven y conociendo la obra de éste, nunca pudo superar el pasaje de la novena sinfonía donde lo único que escuchamos es un timbal redoblando largamente sobre una sola nota? Pues no hay nada más sencillo que eso; y, sin embargo, funciona mejor que la más compleja teoría del mundo.
La verdad, es que no he podido responder la pregunta, aunque estoy de acuerdo en que ese momento Beethoveniano es de una intensidad y sencillez verdaderamente insuperables. Me encanta el estilo de los románticos, con sus noches tempestuosas llenas de truenos y relámpagos. O sus escenificaciones en viejas casonas, alumbradas por velas que el viento amenaza apagar, mientras que las cortinas parecen fantasmas mecidos por el aire. No hay nada más íntimo e intenso que sus adagios susurrando al oído una declaración de amor. Ni nada más frío, solitario y devastador que el solo de violines del segundo movimiento de la Sinfonía Inconclusa de Schubert: nunca he encontrado mejor definición de lo que es sentir la soledad en carne viva. Por muchas de estas razones fue que en Lunas de octubre, hoy llamada Historias bajo la luna, le apostamos al espíritu de Beethoven, abriendo la acción con una versión para cuarteto de cuerdas del primer movimiento de la Claro de Luna, y más adelante, con mi Allegro Beethoveniano. Y dos canciones de Ángela Peralta, digna exponente del romanticismo mexicano del siglo XIX. Todo, como un conjunto de historias que se tejen durante la misma noche, a la luz de la luna.
El hecho es que, armado con mi guitarra Tres Pinos y lo poco que sabía, me aprendía de memoria fragmentos de los Pequeños preludios, fugas y fuguetas de Bach, así como el primer movimiento de la Claro de Luna de Beethoven, hasta el punto donde era imposible tocarlas de manera literal en la guitarra. Don Miguel Ángel Gómez (otro Miguel Gómez), el compositor de Un beso balconero y posteriormente fundador y alma del grupo Guitarras Xalapeñas, padre de mi amigo Arturo Gómez Vignola, gentilmente me escuchaba y me explicaba:
-Lo que pasa es que El Claro de Luna de Beethoven es imposible de tocar en la guitarra en la tonalidad y versión original.
Tomaba su guitarra. La afinaba. Como todo guitarrista que se respete, lo hacía tras varios intentos. Parte del show era hacerle creer al respetable público que afinar una guitarra era una empresa prácticamente imposible. Una vez templado el instrumento su satisfacción, se soltaba tocando el primer movimiento de esta romántica sonata. Pero en Re menor, con la sexta cuerda en Re y algunos ajustes en las voces internas de ciertos acordes estratégicos, que de otra manera serían intocables en guitarra.
-¿Ves cómo si se puede tocar completa en guitarra? -de decía, y yo me quedaba con la boca abierta.
El hecho es que este movimiento siempre me ha fascinado. Cuando aprendí armonía, fue la primera pieza que analicé en su totalidad. Me había motivado el profesor de Armonía, Don Alfonso de Elías, quien nos mostró los primeros cuatro compases de este movimiento, convertidos en un coral a cuatro voces que nos hizo cantar a coro. Cuando quise ingresar al Taller de Composición, le llevé mi análisis al Maestro Quintanar. Ni lo vio, pero si tomó nota de mi interés. Total, ya dentro del Taller, lo tendría que analizar de nueva cuenta; y esa vez, sí lo revisó. Por mis épocas de tallerista, en una ocasión fui a una fiesta en casa de algún roquetiano. En aquella época, las fiestas y reuniones eran en casa de alguien. Nada de fiestas disco, de antro o de pub. Recuerdo que Margarita de la Mora se puso al frente de un piano vertical, negro, barroco y probablemente apolillado, con un par de candelabros encendidos a los lados. Eran las ocho de la noche, ya estaba oscuro. Y se soltó tocando la Claro de Luna, para gran deleite de quienes estábamos ahí. Éramos unos cuantos y estábamos casi junto a ella. Y, cuando yo andaba con Los Telerines en casa de alguien que tuviese piano, el que tocaba ese movimiento era yo. Cuando más me gustó hacerlo fue en la hacienda de una amiga. Como que la Hacienda de Zinzimeo era de una época cercana a la de Beethoven. Tocarla a la luz de la luna, alumbrado con unos cuantos candelabros y cerca de otros jóvenes como yo, realmente fue una experiencia digna de haber sido vivida. Si alguien me dijera en la actualidad que el romanticismo hoy en día es un movimiento estético muy fuerte, yo le respondería
-Sin duda. Hay que seguir siendo románticos.
Es por eso que he incorporado todo lo que he podido de ese movimiento a mi estilo. No se puede ser cien por ciento romántico en la actualidad. Creo que en cualquier época es peligroso ser cien por ciento romántico, tanto para uno como para los demás. Pero el romanticismo tiene valores e ideas que siguen dando la batalla en la actualidad. Podrá haber románticos despechados. O muertos antes de cumplir los cuarenta. O prisioneros de una cárcel o manicomio. Pero nunca habrá románticos aburridos. Me refiero a los auténticos románticos. No a los post románticos que escribieron obras densas, largas e interminables. El Beethoven romántico, Chopin, Schumann, el Schubert de La Inconclusa, realmente son unos tipazos que nos hacen vibrar con sus emociones al rojo vivo y con sus visiones fantásticas: son tipos enamorados, triunfadores, perdedores, violentos, llorones, lunáticos y dispuestos a practicar cualquier exceso. Pero nunca serán sujetos tibios y aburridos. Aunque Beethoven dijera que los románticos eran unos seres despreciables y decadentes, él mismo era un ícono del romanticismo. Los románticos, a su vez, decían de él que sólo una mente ignorante como la suya podría haber perpetrado un mamotreto del tamaño de la novena sinfonía. Ambos pasaban por alto que la novena sinfonía es profundamente romántica y producto de una mente sencillamente genial.
Recuerdo a un amigo que me hizo una pregunta verdaderamente insidiosa:
-¿Cómo es que Schoenberg, sabiendo más teoría que Beethoven y conociendo la obra de éste, nunca pudo superar el pasaje de la novena sinfonía donde lo único que escuchamos es un timbal redoblando largamente sobre una sola nota? Pues no hay nada más sencillo que eso; y, sin embargo, funciona mejor que la más compleja teoría del mundo.
La verdad, es que no he podido responder la pregunta, aunque estoy de acuerdo en que ese momento Beethoveniano es de una intensidad y sencillez verdaderamente insuperables. Me encanta el estilo de los románticos, con sus noches tempestuosas llenas de truenos y relámpagos. O sus escenificaciones en viejas casonas, alumbradas por velas que el viento amenaza apagar, mientras que las cortinas parecen fantasmas mecidos por el aire. No hay nada más íntimo e intenso que sus adagios susurrando al oído una declaración de amor. Ni nada más frío, solitario y devastador que el solo de violines del segundo movimiento de la Sinfonía Inconclusa de Schubert: nunca he encontrado mejor definición de lo que es sentir la soledad en carne viva. Por muchas de estas razones fue que en Lunas de octubre, hoy llamada Historias bajo la luna, le apostamos al espíritu de Beethoven, abriendo la acción con una versión para cuarteto de cuerdas del primer movimiento de la Claro de Luna, y más adelante, con mi Allegro Beethoveniano. Y dos canciones de Ángela Peralta, digna exponente del romanticismo mexicano del siglo XIX. Todo, como un conjunto de historias que se tejen durante la misma noche, a la luz de la luna.
jueves, 14 de agosto de 2014
Ojo interesados en el marketing musical mexicano
REALIA INSTITUTO UNIVERSITARIO PARA LA CULTURA Y LAS ARTES
Diplomado
LA INDUSTRIA MUSICAL EN MÉXICO
Objetivo: Comprender cómo funciona el negocio de la música en nuestro país y de aquí hacia latinoamérica y el mundo.
Dirigido a Artistas, grupos, Productores, Agentes de Representación, Comunicólogos, Promotores y cualquier interesado en aprender cómo funciona el negocio musical en México.
Imparte: Mtra. MARTA PALLARÉS (Directora de Márketing y prensa en
casete agricultura digital, experta en plataformas digitales (itunes, spotify, deezer, rdio, google play...profesional de management dentro de México y para latinoamerica de bandas como nacional records, infectious music. mute, cooking vinyl y artistas como goldfrapp, omd, nick cave, these new puritans, yann tiersen).
sábados 6,13 y 20 de septiembre y 4 de octubre
de 10 am a 15 pm.
INFORMES AL 228 8175009 centroculturalrealia@gmail.com
Diplomado
LA INDUSTRIA MUSICAL EN MÉXICO
Objetivo: Comprender cómo funciona el negocio de la música en nuestro país y de aquí hacia latinoamérica y el mundo.
Dirigido a Artistas, grupos, Productores, Agentes de Representación, Comunicólogos, Promotores y cualquier interesado en aprender cómo funciona el negocio musical en México.
Imparte: Mtra. MARTA PALLARÉS (Directora de Márketing y prensa en
casete agricultura digital, experta en plataformas digitales (itunes, spotify, deezer, rdio, google play...profesional de management dentro de México y para latinoamerica de bandas como nacional records, infectious music. mute, cooking vinyl y artistas como goldfrapp, omd, nick cave, these new puritans, yann tiersen).
sábados 6,13 y 20 de septiembre y 4 de octubre
de 10 am a 15 pm.
INFORMES AL 228 8175009 centroculturalrealia@gmail.com
miércoles, 13 de agosto de 2014
martes, 12 de agosto de 2014
Una noche de estreno y debut.
En nuestra organización, estamos en una fase de espera, en lo que otros hacen su parte para adecuar nuestro espacio y reiniciar labores en el nuevo Centro de Artes Katarsis. Por mi parte, tuve que reparar mi equipo de sonido. Constantemente sufre desperfectos y me cuesta mucho trabajo creer que no es obra de algún competidor envidioso y mediocre, pero con suficientes conocimientos de tecnología para hacerme estos daños. Tengo que pensar en positivo y creer que es solamente la caducidad inducida acelerada de la mercadotecnia moderna. La verdad es que tengo ya décadas viviendo con los desperfectos a mi equipo de grabación y procesamiento de audio. Concretamente, estoy pasando en limpio Las eternas despedidas tocadas por Raúl Ladrón de Guevara en el Aula Clavijero el primero de agosto de 1979. Aquí está, por fin: https://soundcloud.com/frankgyon/despedidas
Fue el primer concierto de música contemporánea que organicé, y, por consiguiente, fue mi debut como productor, gestor y/o promotor cultural. Lo hice sin mayor conocimiento de causa que los consejos que me dieron Raúl Ladrón de Guevara y Manuel de Elías. Para los amantes de la Historia de la Música Veracruzana, este concierto considero que tuvo un valor agregado: entre los oboístas estaban Roland Dufrane y su hijo Bernardo. Los pianistas fueron Raúl Ladrón de Guevara y Roberto Lira. Al clarinete estuvo Thomas Phillips, los violinistas eran Duan Cochran y Jane C. Kimmes; viola: Connie Lorber; cello, Jiri Bunata y trombón Stanislau Pierozek. Los compositores que presentamos obra, fuimos Francisco González Christen, Raúl Ladrón de Guevara, Manuel de Elías, Rafael Palacios Quiróz y Eugenio Slezyak. Fue una noche de debuts, pues Slezyak iniciaba actividades en Xalapa, en tanto que Rafael Palacios, quien aún era un estudiante, debutó como compositor. Este concierto formó parte de la celebración de los primeros cincuenta años de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Considero que el nivel de calidad fue muy alto.
El problema con la grabación que ahora ofrezco, como prometí en una entrada anterior, es que fue grabada con una grabadora setentera y casera. Tiene mucho gis (ruido blanco) y no puedo eliminarlo sin afectar la calidad de la grabación. Al menos no con mi equipo y conocimientos actuales. Más, a quien le interese el testimonio, creo que será suficiente. Si en aquel entonces hubiese podido contar con el equipo moderno, tengan la seguridad de que lo habría empleado. Las obras que se presentaron, como puede verse en el programa cuya imagen acompaña a este artículo, fueron: Las eternas despedidas, para piano, estreno mundial; Sonata para oboe o clarinete y piano de Raúl Ladrón de Guevara, editada por la Universidad Veracruzana. Raúl ya había estrenado la versión para oboe y piano. Esta vez se estrenó la versión para clarinete. Seguramente se estrenó en Xalapa Sine Nomine del Maestro Manuel de Elías, un quinteto del año 1975, atonal con estructura propia. Manuel de Elías es uno de los compositores mexicanos post nacionalistas más destacados y su presencia contribuyó a poner el listón muy arriba. Índices de Rafael Palacios, para oboe solo, era una composición determinista-indeterminista, muy al estilo de la escuela de Manuel Enríquez en ese momento.
Rafael recibió una cerrada ovación al terminar su participación y no era para menos; aunque, si mal no recuerdo, quien la tocó, por alguna razón, fue Bernardo Dufrane, el hijo de Roland. Aún recuerdo que, en vez del tradicional frak, o, al menos, un smoking, Bernardo tocó vestido con la camisa del servicio militar. A pesar del éxito obtenido, Rafael prefirió desarrollarse como oboísta y no como compositor. Me parece que fue una decisión acertada, si tomamos en cuenta su trayectoria como ejecutante, la cual, en aquella época, era una moneda al aire: Rafael era aún un estudiante y podía tomar cualquier camino. La armonía le costaba grandes sufrimientos, aunque la dominaba. en cambio, el oboe parecía su lengua materna. Finalmente, recién desempacado de Polonia y como alguien que despertaba mucha curiosidad, el maestro Eugenio Slezyak estrenó en México Diálogos, una pieza de teatro instrumental muy divertida, en la que las técnicas extendidas estaban a la orden del día.
Fue el primer concierto de música contemporánea que organicé, y, por consiguiente, fue mi debut como productor, gestor y/o promotor cultural. Lo hice sin mayor conocimiento de causa que los consejos que me dieron Raúl Ladrón de Guevara y Manuel de Elías. Para los amantes de la Historia de la Música Veracruzana, este concierto considero que tuvo un valor agregado: entre los oboístas estaban Roland Dufrane y su hijo Bernardo. Los pianistas fueron Raúl Ladrón de Guevara y Roberto Lira. Al clarinete estuvo Thomas Phillips, los violinistas eran Duan Cochran y Jane C. Kimmes; viola: Connie Lorber; cello, Jiri Bunata y trombón Stanislau Pierozek. Los compositores que presentamos obra, fuimos Francisco González Christen, Raúl Ladrón de Guevara, Manuel de Elías, Rafael Palacios Quiróz y Eugenio Slezyak. Fue una noche de debuts, pues Slezyak iniciaba actividades en Xalapa, en tanto que Rafael Palacios, quien aún era un estudiante, debutó como compositor. Este concierto formó parte de la celebración de los primeros cincuenta años de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Considero que el nivel de calidad fue muy alto.
El problema con la grabación que ahora ofrezco, como prometí en una entrada anterior, es que fue grabada con una grabadora setentera y casera. Tiene mucho gis (ruido blanco) y no puedo eliminarlo sin afectar la calidad de la grabación. Al menos no con mi equipo y conocimientos actuales. Más, a quien le interese el testimonio, creo que será suficiente. Si en aquel entonces hubiese podido contar con el equipo moderno, tengan la seguridad de que lo habría empleado. Las obras que se presentaron, como puede verse en el programa cuya imagen acompaña a este artículo, fueron: Las eternas despedidas, para piano, estreno mundial; Sonata para oboe o clarinete y piano de Raúl Ladrón de Guevara, editada por la Universidad Veracruzana. Raúl ya había estrenado la versión para oboe y piano. Esta vez se estrenó la versión para clarinete. Seguramente se estrenó en Xalapa Sine Nomine del Maestro Manuel de Elías, un quinteto del año 1975, atonal con estructura propia. Manuel de Elías es uno de los compositores mexicanos post nacionalistas más destacados y su presencia contribuyó a poner el listón muy arriba. Índices de Rafael Palacios, para oboe solo, era una composición determinista-indeterminista, muy al estilo de la escuela de Manuel Enríquez en ese momento.
Rafael recibió una cerrada ovación al terminar su participación y no era para menos; aunque, si mal no recuerdo, quien la tocó, por alguna razón, fue Bernardo Dufrane, el hijo de Roland. Aún recuerdo que, en vez del tradicional frak, o, al menos, un smoking, Bernardo tocó vestido con la camisa del servicio militar. A pesar del éxito obtenido, Rafael prefirió desarrollarse como oboísta y no como compositor. Me parece que fue una decisión acertada, si tomamos en cuenta su trayectoria como ejecutante, la cual, en aquella época, era una moneda al aire: Rafael era aún un estudiante y podía tomar cualquier camino. La armonía le costaba grandes sufrimientos, aunque la dominaba. en cambio, el oboe parecía su lengua materna. Finalmente, recién desempacado de Polonia y como alguien que despertaba mucha curiosidad, el maestro Eugenio Slezyak estrenó en México Diálogos, una pieza de teatro instrumental muy divertida, en la que las técnicas extendidas estaban a la orden del día.
sábado, 9 de agosto de 2014
El Taller de Carlos Chávez
Las clases en el Taller de Composición del INBAL me exigían una disciplina un poco ruda para mi edad: permanecer enclaustrado cuatro horas diarias de lunes a viernes, cuando una de mis pasiones predominantes era corretear muchachas por todo el Distrito Federal. Recuerdo cómo ingresé a dicho lugar: cada vez que pasaba por ahí, al igual que el resto de los conservatorianos, me llamaba la atención aquel sitio encerrado, en el que sus habitantes, obviamente, eran seres privilegiados. Pues el resto de los mortales teníamos salones con ventanas al patio y en los cuales cualquiera podía abrir la puerta e importunar al que estaba ahí. Eliseo Martínez, oaxaqueño, quien estudiaba órgano con Víctor Urban, aprovechaba que tenía los ojos rasgados y abría la puerta de cualquier salón, aunque estuviera dentro de él Enrique Márquez, estudiante avanzado de piano y de carácter bastante fuerte, y decía:
-Aji-jo-moja.
Esta frase, según un chiste de la época, significaba "llueve" en japonés. Por esta razón, Eliseo se convirtió en el Moja, embajador japonés. Seguramente, no poder hacerlo en el Taller de Composición le producía una cierta frustración. Decían mis compañeros que dicho Taller estaba rodeado por un foso de cocodrilos. Yo, por mi parte, tuve dos apodos. Como me juntaba con otros dos tocayos y estudiantes de guitarra, era uno de Los Panchos. Finalmente, a alguien se le ocurrió una técnica para fabricar apodos más interesantes. Consistía en intercalar una de las vocales adyacentes a cualquier sílaba que tuviese dos consonantes unidas. Así, Adriana Díaz de León y Adriana González, se convirtieron en las Aderianas. Este apodo le vino bien a Adriana Díaz de León, quien por ser estudiante de canto siempre andaba con un frasco de vitamina "A" de marca Aderogyl. Al guitarrista Marco Anguiano, le tocó ser El Maraco. Y a mí, El Panacho. Incluso el maestro Quintanar se dirigía a mí de esa manera, cuando estaba de buen humor y quería bromear. Estamos hablando del período comprendido entre 1972 a 1976, muy cercano a los sesentas y a la beatlemanía. De modo que yo traía el cabello algo largo. Mi abuela se irritaba con mi aspecto (del que pueden darse Ustedes una idea viendo la foto que aparece en el programa del grupo Quanta que inserté en Las noches de Caviria, la entrada anterior en este blog.
-Córtate el pelo, m'hijito, que pareces un hongo.
Me causa placer estar recordando estos momentos de juventud. Es como si los volviera a vivir. Hubo algunas actividades que me robaron un tiempo valiosísimo: en vez de estudiar música, trabajaba para mi señor padre como agente de compras del Servicio Bibliográfico Universitario de la Universidad Veracruzana y eso implicaba a veces moverme desde Tlalpan hasta Tacuba y estar varias horas en una oficina esperando mi turno. Pero, por si eso no fuese suficiente, la represión al movimiento estudiantil del 68 y lo que iba de los setentas, me había irritado, al igual que a millares de jóvenes mexicanos. Así que, además de pertenecer al Comité de Lucha del Conservatorio, que presidía Alejandro Salcedo, estudiante avanzado de guitarra, gracias a la amistad de Gabino Barreda, ingresé a una brigada estudiantil en la que nos dedicábamos a "concientizar" a los obreros (los detractores capitalistas dirían "agitar"). Posteriormente, esta brigada se dividió y surgió un grupo de estudio donde leíamos principalmente a Carlos Marx y a Engels, así como a otros teóricos marxistas como Mao Tse Tung, Lenin, Henri Lefebvre, Louis Althousser, Karel Kossic, Roger Garaudi, Regis Debray, Martha Harnecker, etcétera. Puntualmente, terminando mi jornada en el conservatorio, tomaba el metro y un camión, para dirigirme a la UNAM, a la Universidad Abierta, donde exponían personajes como Roger Bartra y otro de apellido Juanes o Jaimes, no recuerdo. De acuerdo a las políticas de la época, cualquiera que tuviese interés, podía ingresar a esos cursos, sin pagar inscripción ni estar en una matrícula. La verdad es que me ilustré mucho en esos seminarios abiertos. Porque, para entender El Capital de Marx, se requería un esfuerzo adicional. Había que estudiar Historia, Economía, Derecho, Política, Filosofía y hasta algo de Historia del Arte. Además, conocí a mucha gente interesante. El problema es que abandoné un poco la música. No le dediqué las ocho horas diarias que sabía que Alfonso Moreno le dedicaba y por eso era quien era. Según el Maestro Guillermo Flores Méndez, Alfonso dividía su tiempo en ocho horas para estudiar la guitarra, ocho horas para comer, dormir, asearse y transportarse y otras ocho para corretear mujeres. Por más que yo lo intentaba, no podía. Siempre me faltaban horas para mantener ese ritmo de trabajo. Yo necesitaba un día de treinta y seis horas. Cuando obtuve la beca del Taller de Composición, enfrenté a mi padre y renuncié al trabajo en el Servicio Bibliográfico. Fue un drama familiar que por poco y nos separó para siempre. Probablemente fue una de las últimas voluntades de mi abuelo Pepe Christen que nos reuniésemos padre e hijo a charlar sin enconos y nos perdonásemos mútuamente. El Maestro Héctor Quintanar, por su parte, también me invitó a que hiciese las paces con mi padre.
-Tienes que estar más agradecido con él -me dijo-. Y, ante todo, lo tienes que respetar. Haya hecho lo que haya hecho, lo hizo pensando en tu bien.
Así que me dejé querer. Fue muy difícil, pues mi papá estaba muy herido conmigo. Peor aún porque me casé con Silvia Arzate sin invitarlo a la boda y dejar botada la beca para estudiar música en Montpellier.
-Pues nosotros de todas maneras nos vamos a Europa -me dijo mi madre-. Nos llevamos a tus hermanos. Si no quieres venir, es tu decisión.
El Autoanálisis de Karen Horney aconsejaba apoyarse en algún confidente; de preferencia alguien que tuviese algunos conocimientos de psicología. Yo tuve a bien nombrar a Margarita de la Mora para tal ocupación. Ella era una profunda roquetiana. Tenía tantos problemas o más que yo.
-Pero YO estoy consciente de ellos y tú no. Esa es la diferencia-, me decía, subrayando el pronombre "yo" cada vez que hablaba.
Las observaciones que me hacía, a veces eran muy duras e hirientes. En otras ocasiones, eran muy oportunas y hasta divertidas. Pese a lo humillantes que pudieran haber sido, ese choque constante con una realidad diferente a mis fantasías y resistencias neuróticas, fue muy útil para mí; pues me ayudó a madurar y aterrizar. Ella también me aconsejó respecto a la relación con mis padres.
-¿Conque se van a España? Pues pídeles de souvenir una chamarra de cuero.
Sabio consejo. Me trajeron una enorme chamarra de color pardo. Esa chamarra me abrigó en las frías noches del Distrito Federal y me ayudó para verme más galán con Silvia. Nunca le di mantenimiento y no sé en que momento la perdí. Pero me acompañó en muchas aventuras y por muchos años. Era realmente abrigadora y me sentía poderoso. Por aquel entonces, aunque ya había vegetarianos, los veganos y los amigos de los animales aún no eran tan fuertes y nadie veía mal que yo portase una chamarra de cuero.
El caso es que en el Comité de Lucha, que posteriormente sería la Mesa Directiva de la Sociedad de Alumnos del Conservatorio Nacional de Música, militábamos Alejandro Salcedo, Margarita de la Mora, Jorge Hernández, Leonora Saavedra, la hermana de Alejandro Salcedo, Rafael Pérez, Luis Humberto Ramos, el que estas líneas escribe y otros cuyo nombre se me escapa a la memoria.
Un día, Arturo Márquez se enamoró de Lidia Tamayo a tal grado que se comprometió con ella, y tuvo que escoger entre el Taller de composición y Lidia. Eran condiciones muy duras y pienso que erróneas: yo hice lo mismo varias veces: boté la carrera por una mujer. Lo importante para mí es que quedó vacante la plaza de Arturo y varios concursamos: Roberto Portillo y Lília Vázquez, entre otros. Fuimos como ocho aspirantes. Muchos de ellos tenían mucho más nivel como instrumentistas que yo. Estaban muy avanzados. Pero les faltaba una cosa: talento para componer. A mí se me ocurrió arreglar la canción Me he de comer esa tuna en estilo Mozartiano (para poder tocarla con mi modesta técnica) y surprise! Uno de los factores decisivos para ganarles, fue que los conmovió mi arreglo: sencillo pero claro y bien armonizado. Entramos Roberto Portillo y yo, pues había dos plazas en juego. Posteriormente y para mi deleite, Lilia Vázquez, quien resultó ser una formidable competidora. Además, me aventajaba en piano.Lo importante es que yo había entrado al Olimpo por la puerta de los semidioses. Tenía derecho a residir en él y a codearme con la crema y fauna de la élite artística y cultural de México. Yo no lo creía a Héctor Quintanar cuando afirmaba con orgullo que esa escuela de composición era la mejor del mundo. Y, posiblemente sí lo era. El estar ahí me permitió entrar al grupo Quanta, a recibir seminarios de orquestación para cuerdas de Manuel Enríquez, a estrenar una obra en el Teatro de Amalia Hernández con músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional, a participar en Medea con los mejores artístas escénicos mexicanos del momento. A ser pionero del festival de música nueva hoy llamado "Manuel Enríquez". Pues en el primer festival, cuyo arranque fue muy modesto, se tocó mi obra Bagatelas para cinta magnetofónica en uno de los salones de la UAM de Xochimilco, al lado de una obra para percusiones y cinta magnetofónica de Héctor Quintanar, tocada por Homero Valle. Impresionante obra que, al parecer, se extravió por un descuido inexplicable tanto de Héctor como de los involucrados. En otro concierto, Arturo Márquez estrenaría otra obra, a la que no asistí por alguna razón de logística. También tuve el privilegio de ver a Mario Lavista hacer una improvisación con los instrumentos de Julián Carrillo en el Hotel El Dorado de Mariano Escobedo.
El caso es que mi obligación en el Taller era permanecer en mi cubículo cuatro horas diarias de lunes a viernes componiendo música, analizando a los grandes maestros, escuchando atentamente buenas grabaciones o haciendo los ejercicios propuestos por Héctor Quintanar y Mario Lavista. Posteriormente, en lugar de Mario, quedó Joaquín Gutiérrez Heras. Mi primer "módulo" fue analizar todas las sonatas para piano de Mozart. De principio a fin, armonía, macroestructura y microestructura, texturas. Lo más profundo que se pudiese. Luego, de ese análisis, se extraían pasajes interesantes: temas, desarrollos, transiciones. También tuve que analizar la sinfonía cuarenta, algunos conciertos para piano y orquesta y el cuarteto de las disonancias. Posteriormente, tendría que escribir una sonata para piano completa. El primer movimiento, tomando como molde el primer movimiento de la sonata KV 332 en fa mayor. Antes, tuve que recitar la armonía de ese primer movimiento con ritmo, compás a compás: "Tónica-subdominante en segunda inversión, dominante auxiliar de la subdominante, dominante sobre pedal, tónica", etcétera. Yo temblaba de miedo, pero lo conseguí. Ese movimiento se me quedó grabado hasta la médula de mis huesos. Nunca pude aprenderme la sonata KV 491, que estudiaba con métodos tradicionales y por eso reprobé en piano, porque necesitaba un rendimiento del 80% para pasar al siguiente ciclo. Orgullosamente, en guitarra sí lo logré y con un rendimiento del 95%. Varios años después, siendo ya profesor de materias teóricas en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana, en un año sabático traté de ponerme al corriente estudiando piano con Alejandro Corona y me aprendí fácilmente la sonata KV 332, de la cual muchos se deben acordar, porque no perdía oportunidad de citarla en mis clases de Historia de la Música y Análisis Musical. Lo que bien se aprende, jamás se olvida. Leyendo un libro de Walter Gieseking, me enteré de que él recomendaba analizar y memorizar la partitura "en seco", antes de poner los dedos en el teclado. Sin saberlo, eso es lo que hice con la KV 332 y por eso mis resultados fueron mucho mejores que con la KV 491.
Terminado el módulo de Mozart, que duró nueve maravillosos meses de enamoramiento, no sólo de una pléyade de muchachas, sino de la vida misma, hubo un breve módulo de armonía por cuartas, de donde salieron mis Eternas despedidas para piano, inspiradas en la poesía de Rilke y supervisadas directamente por Mario Lavista, así como mi primera obra instrumental Paisaje, para una instrumentación sui generis: flauta, clarinete, corno francés y cello. El copista se encargó de informarme que a Manuel Enríquez le había parecido una porquería. Yo me creía infalible y le comenté a Mario Lavista mi sorpresa por el comentario -que Manuel Enríquez negó rotundamente, pero que el copista reiteró una y otra vez-, hasta que Mario me señaló todos los errores que cometí al copiarla. Las eternas despedidas me quedaron bien; según Mario, son una colección sumamente expresionista. Estas dos obras son hermanas. Pero Las eternas despedidas las escribí cuando estaba casto y Paisaje cuando ya era pareja de Silvia y no-casto. Según Héctor Quintanar ese hecho marcó la diferencia: cuando perdí la castidad me volví vulgar y perdí nivel. Estoy en completo desacuerdo. Lo que sucede es que el piano era uno de mis instrumentos y era como una lengua materna para mí. Los otros, fue la primera vez que los enfrenté. El caso es que Las eternas despedidas fueron como una de esas orugas que se transforman en mariposas emperador, y Paisaje como el de aquellas cuyo capullo es tan rígido, que la mariposa no puede romperlo y se seca adentro de él. No fue la primera vez que me sucedió. Si bien Las eternas despedidas sólo se han tocado una vez un público, las estrenó mundialmente Raúl Ladrón de Guevara e hizo un trabajo excelente. Todavía conservo la grabación. No está realizada con el mejor equipo del mundo, pues yo era pobre y la grabé in situ con una humilde y setentera grabadora Panasonic comprada en Tepito o en Salinas y Rocha. https://soundcloud.com/frankgyon/despedidas Creo que tienen un cierto valor histórico, dada la calidad del pianista.
Como para demostrarle a Quintanar que no había perdido talento por haber conocido a mi mujer, en los módulos de Beethoven y Wagner le eché ganas al asunto. Con Mario Lavista, sólo pude componer el primer movimiento de mi primer cuarteto para cuerdas, tomando como modelo el cuarteto Op. 18 número uno de Ludwig van Beethoven, compuesto por él seguramente cuando tenía una edad similar a la mía en ese momento. El cuarto movimiento ya fue libre, bajo la supervisión de Joaquín Gutiérrez Heras, pero con la obligación de hacerlo sonar al estilo de Mozart y Beethoven. El resultado fue Allegro Beethoveniano, del cual Joaquín me dijo que podía presentarlo como obra propia, independientemente de su estilo retro. El mismo Mario Lavista me había dicho meses antes que a esas alturas del siglo XX era totalmente válido componer, publicar y hacer sonar una obra escrita en estilo rossiniano. Y hacerlo en un libro donde aparecíesen obras de John Cage, Arnold Schoenberg y Milton Babbitt, terribles vanguardistas. Pues, al menos en Norteamérica (incluido México), existe un derecho que es el de la libertad de expresión; sin embargo, este Allegro Beethoveniano me animé a estrenarlo apenas hasta octubre del 2013. Quería que lo escucharan Joaquín Gutiérrez Heras y Héctor Quintanar; pero, lamentablemente, fallecieron. Esta pieza, en la actualidad, forma parte del espectáculo Historias bajo la luna que se realiza con el grupo Katarsis, Danza, coreografías de mi esposa, canciones mías, de Ángela Peralta y de Agustín Lara cantadas por nuestra hija Rosaura González, y un arreglo del primer movimiento de la sonata Claro de luna de Beethoven. La presencia de Beethoven y de Ángela Peralta más algunas de mis piezas retro, nos llevaron a ambientar todo esto con una atmósfera neorromántica, con fotografías de Claudia Olvera, que se proyectan a lo largo de todo el evento.
-Aji-jo-moja.
Esta frase, según un chiste de la época, significaba "llueve" en japonés. Por esta razón, Eliseo se convirtió en el Moja, embajador japonés. Seguramente, no poder hacerlo en el Taller de Composición le producía una cierta frustración. Decían mis compañeros que dicho Taller estaba rodeado por un foso de cocodrilos. Yo, por mi parte, tuve dos apodos. Como me juntaba con otros dos tocayos y estudiantes de guitarra, era uno de Los Panchos. Finalmente, a alguien se le ocurrió una técnica para fabricar apodos más interesantes. Consistía en intercalar una de las vocales adyacentes a cualquier sílaba que tuviese dos consonantes unidas. Así, Adriana Díaz de León y Adriana González, se convirtieron en las Aderianas. Este apodo le vino bien a Adriana Díaz de León, quien por ser estudiante de canto siempre andaba con un frasco de vitamina "A" de marca Aderogyl. Al guitarrista Marco Anguiano, le tocó ser El Maraco. Y a mí, El Panacho. Incluso el maestro Quintanar se dirigía a mí de esa manera, cuando estaba de buen humor y quería bromear. Estamos hablando del período comprendido entre 1972 a 1976, muy cercano a los sesentas y a la beatlemanía. De modo que yo traía el cabello algo largo. Mi abuela se irritaba con mi aspecto (del que pueden darse Ustedes una idea viendo la foto que aparece en el programa del grupo Quanta que inserté en Las noches de Caviria, la entrada anterior en este blog.
-Córtate el pelo, m'hijito, que pareces un hongo.
Me causa placer estar recordando estos momentos de juventud. Es como si los volviera a vivir. Hubo algunas actividades que me robaron un tiempo valiosísimo: en vez de estudiar música, trabajaba para mi señor padre como agente de compras del Servicio Bibliográfico Universitario de la Universidad Veracruzana y eso implicaba a veces moverme desde Tlalpan hasta Tacuba y estar varias horas en una oficina esperando mi turno. Pero, por si eso no fuese suficiente, la represión al movimiento estudiantil del 68 y lo que iba de los setentas, me había irritado, al igual que a millares de jóvenes mexicanos. Así que, además de pertenecer al Comité de Lucha del Conservatorio, que presidía Alejandro Salcedo, estudiante avanzado de guitarra, gracias a la amistad de Gabino Barreda, ingresé a una brigada estudiantil en la que nos dedicábamos a "concientizar" a los obreros (los detractores capitalistas dirían "agitar"). Posteriormente, esta brigada se dividió y surgió un grupo de estudio donde leíamos principalmente a Carlos Marx y a Engels, así como a otros teóricos marxistas como Mao Tse Tung, Lenin, Henri Lefebvre, Louis Althousser, Karel Kossic, Roger Garaudi, Regis Debray, Martha Harnecker, etcétera. Puntualmente, terminando mi jornada en el conservatorio, tomaba el metro y un camión, para dirigirme a la UNAM, a la Universidad Abierta, donde exponían personajes como Roger Bartra y otro de apellido Juanes o Jaimes, no recuerdo. De acuerdo a las políticas de la época, cualquiera que tuviese interés, podía ingresar a esos cursos, sin pagar inscripción ni estar en una matrícula. La verdad es que me ilustré mucho en esos seminarios abiertos. Porque, para entender El Capital de Marx, se requería un esfuerzo adicional. Había que estudiar Historia, Economía, Derecho, Política, Filosofía y hasta algo de Historia del Arte. Además, conocí a mucha gente interesante. El problema es que abandoné un poco la música. No le dediqué las ocho horas diarias que sabía que Alfonso Moreno le dedicaba y por eso era quien era. Según el Maestro Guillermo Flores Méndez, Alfonso dividía su tiempo en ocho horas para estudiar la guitarra, ocho horas para comer, dormir, asearse y transportarse y otras ocho para corretear mujeres. Por más que yo lo intentaba, no podía. Siempre me faltaban horas para mantener ese ritmo de trabajo. Yo necesitaba un día de treinta y seis horas. Cuando obtuve la beca del Taller de Composición, enfrenté a mi padre y renuncié al trabajo en el Servicio Bibliográfico. Fue un drama familiar que por poco y nos separó para siempre. Probablemente fue una de las últimas voluntades de mi abuelo Pepe Christen que nos reuniésemos padre e hijo a charlar sin enconos y nos perdonásemos mútuamente. El Maestro Héctor Quintanar, por su parte, también me invitó a que hiciese las paces con mi padre.
-Tienes que estar más agradecido con él -me dijo-. Y, ante todo, lo tienes que respetar. Haya hecho lo que haya hecho, lo hizo pensando en tu bien.
Así que me dejé querer. Fue muy difícil, pues mi papá estaba muy herido conmigo. Peor aún porque me casé con Silvia Arzate sin invitarlo a la boda y dejar botada la beca para estudiar música en Montpellier.
-Pues nosotros de todas maneras nos vamos a Europa -me dijo mi madre-. Nos llevamos a tus hermanos. Si no quieres venir, es tu decisión.
El Autoanálisis de Karen Horney aconsejaba apoyarse en algún confidente; de preferencia alguien que tuviese algunos conocimientos de psicología. Yo tuve a bien nombrar a Margarita de la Mora para tal ocupación. Ella era una profunda roquetiana. Tenía tantos problemas o más que yo.
-Pero YO estoy consciente de ellos y tú no. Esa es la diferencia-, me decía, subrayando el pronombre "yo" cada vez que hablaba.
Las observaciones que me hacía, a veces eran muy duras e hirientes. En otras ocasiones, eran muy oportunas y hasta divertidas. Pese a lo humillantes que pudieran haber sido, ese choque constante con una realidad diferente a mis fantasías y resistencias neuróticas, fue muy útil para mí; pues me ayudó a madurar y aterrizar. Ella también me aconsejó respecto a la relación con mis padres.
-¿Conque se van a España? Pues pídeles de souvenir una chamarra de cuero.
Sabio consejo. Me trajeron una enorme chamarra de color pardo. Esa chamarra me abrigó en las frías noches del Distrito Federal y me ayudó para verme más galán con Silvia. Nunca le di mantenimiento y no sé en que momento la perdí. Pero me acompañó en muchas aventuras y por muchos años. Era realmente abrigadora y me sentía poderoso. Por aquel entonces, aunque ya había vegetarianos, los veganos y los amigos de los animales aún no eran tan fuertes y nadie veía mal que yo portase una chamarra de cuero.
El caso es que en el Comité de Lucha, que posteriormente sería la Mesa Directiva de la Sociedad de Alumnos del Conservatorio Nacional de Música, militábamos Alejandro Salcedo, Margarita de la Mora, Jorge Hernández, Leonora Saavedra, la hermana de Alejandro Salcedo, Rafael Pérez, Luis Humberto Ramos, el que estas líneas escribe y otros cuyo nombre se me escapa a la memoria.
Un día, Arturo Márquez se enamoró de Lidia Tamayo a tal grado que se comprometió con ella, y tuvo que escoger entre el Taller de composición y Lidia. Eran condiciones muy duras y pienso que erróneas: yo hice lo mismo varias veces: boté la carrera por una mujer. Lo importante para mí es que quedó vacante la plaza de Arturo y varios concursamos: Roberto Portillo y Lília Vázquez, entre otros. Fuimos como ocho aspirantes. Muchos de ellos tenían mucho más nivel como instrumentistas que yo. Estaban muy avanzados. Pero les faltaba una cosa: talento para componer. A mí se me ocurrió arreglar la canción Me he de comer esa tuna en estilo Mozartiano (para poder tocarla con mi modesta técnica) y surprise! Uno de los factores decisivos para ganarles, fue que los conmovió mi arreglo: sencillo pero claro y bien armonizado. Entramos Roberto Portillo y yo, pues había dos plazas en juego. Posteriormente y para mi deleite, Lilia Vázquez, quien resultó ser una formidable competidora. Además, me aventajaba en piano.Lo importante es que yo había entrado al Olimpo por la puerta de los semidioses. Tenía derecho a residir en él y a codearme con la crema y fauna de la élite artística y cultural de México. Yo no lo creía a Héctor Quintanar cuando afirmaba con orgullo que esa escuela de composición era la mejor del mundo. Y, posiblemente sí lo era. El estar ahí me permitió entrar al grupo Quanta, a recibir seminarios de orquestación para cuerdas de Manuel Enríquez, a estrenar una obra en el Teatro de Amalia Hernández con músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional, a participar en Medea con los mejores artístas escénicos mexicanos del momento. A ser pionero del festival de música nueva hoy llamado "Manuel Enríquez". Pues en el primer festival, cuyo arranque fue muy modesto, se tocó mi obra Bagatelas para cinta magnetofónica en uno de los salones de la UAM de Xochimilco, al lado de una obra para percusiones y cinta magnetofónica de Héctor Quintanar, tocada por Homero Valle. Impresionante obra que, al parecer, se extravió por un descuido inexplicable tanto de Héctor como de los involucrados. En otro concierto, Arturo Márquez estrenaría otra obra, a la que no asistí por alguna razón de logística. También tuve el privilegio de ver a Mario Lavista hacer una improvisación con los instrumentos de Julián Carrillo en el Hotel El Dorado de Mariano Escobedo.
El caso es que mi obligación en el Taller era permanecer en mi cubículo cuatro horas diarias de lunes a viernes componiendo música, analizando a los grandes maestros, escuchando atentamente buenas grabaciones o haciendo los ejercicios propuestos por Héctor Quintanar y Mario Lavista. Posteriormente, en lugar de Mario, quedó Joaquín Gutiérrez Heras. Mi primer "módulo" fue analizar todas las sonatas para piano de Mozart. De principio a fin, armonía, macroestructura y microestructura, texturas. Lo más profundo que se pudiese. Luego, de ese análisis, se extraían pasajes interesantes: temas, desarrollos, transiciones. También tuve que analizar la sinfonía cuarenta, algunos conciertos para piano y orquesta y el cuarteto de las disonancias. Posteriormente, tendría que escribir una sonata para piano completa. El primer movimiento, tomando como molde el primer movimiento de la sonata KV 332 en fa mayor. Antes, tuve que recitar la armonía de ese primer movimiento con ritmo, compás a compás: "Tónica-subdominante en segunda inversión, dominante auxiliar de la subdominante, dominante sobre pedal, tónica", etcétera. Yo temblaba de miedo, pero lo conseguí. Ese movimiento se me quedó grabado hasta la médula de mis huesos. Nunca pude aprenderme la sonata KV 491, que estudiaba con métodos tradicionales y por eso reprobé en piano, porque necesitaba un rendimiento del 80% para pasar al siguiente ciclo. Orgullosamente, en guitarra sí lo logré y con un rendimiento del 95%. Varios años después, siendo ya profesor de materias teóricas en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana, en un año sabático traté de ponerme al corriente estudiando piano con Alejandro Corona y me aprendí fácilmente la sonata KV 332, de la cual muchos se deben acordar, porque no perdía oportunidad de citarla en mis clases de Historia de la Música y Análisis Musical. Lo que bien se aprende, jamás se olvida. Leyendo un libro de Walter Gieseking, me enteré de que él recomendaba analizar y memorizar la partitura "en seco", antes de poner los dedos en el teclado. Sin saberlo, eso es lo que hice con la KV 332 y por eso mis resultados fueron mucho mejores que con la KV 491.
Terminado el módulo de Mozart, que duró nueve maravillosos meses de enamoramiento, no sólo de una pléyade de muchachas, sino de la vida misma, hubo un breve módulo de armonía por cuartas, de donde salieron mis Eternas despedidas para piano, inspiradas en la poesía de Rilke y supervisadas directamente por Mario Lavista, así como mi primera obra instrumental Paisaje, para una instrumentación sui generis: flauta, clarinete, corno francés y cello. El copista se encargó de informarme que a Manuel Enríquez le había parecido una porquería. Yo me creía infalible y le comenté a Mario Lavista mi sorpresa por el comentario -que Manuel Enríquez negó rotundamente, pero que el copista reiteró una y otra vez-, hasta que Mario me señaló todos los errores que cometí al copiarla. Las eternas despedidas me quedaron bien; según Mario, son una colección sumamente expresionista. Estas dos obras son hermanas. Pero Las eternas despedidas las escribí cuando estaba casto y Paisaje cuando ya era pareja de Silvia y no-casto. Según Héctor Quintanar ese hecho marcó la diferencia: cuando perdí la castidad me volví vulgar y perdí nivel. Estoy en completo desacuerdo. Lo que sucede es que el piano era uno de mis instrumentos y era como una lengua materna para mí. Los otros, fue la primera vez que los enfrenté. El caso es que Las eternas despedidas fueron como una de esas orugas que se transforman en mariposas emperador, y Paisaje como el de aquellas cuyo capullo es tan rígido, que la mariposa no puede romperlo y se seca adentro de él. No fue la primera vez que me sucedió. Si bien Las eternas despedidas sólo se han tocado una vez un público, las estrenó mundialmente Raúl Ladrón de Guevara e hizo un trabajo excelente. Todavía conservo la grabación. No está realizada con el mejor equipo del mundo, pues yo era pobre y la grabé in situ con una humilde y setentera grabadora Panasonic comprada en Tepito o en Salinas y Rocha. https://soundcloud.com/frankgyon/despedidas Creo que tienen un cierto valor histórico, dada la calidad del pianista.
Como para demostrarle a Quintanar que no había perdido talento por haber conocido a mi mujer, en los módulos de Beethoven y Wagner le eché ganas al asunto. Con Mario Lavista, sólo pude componer el primer movimiento de mi primer cuarteto para cuerdas, tomando como modelo el cuarteto Op. 18 número uno de Ludwig van Beethoven, compuesto por él seguramente cuando tenía una edad similar a la mía en ese momento. El cuarto movimiento ya fue libre, bajo la supervisión de Joaquín Gutiérrez Heras, pero con la obligación de hacerlo sonar al estilo de Mozart y Beethoven. El resultado fue Allegro Beethoveniano, del cual Joaquín me dijo que podía presentarlo como obra propia, independientemente de su estilo retro. El mismo Mario Lavista me había dicho meses antes que a esas alturas del siglo XX era totalmente válido componer, publicar y hacer sonar una obra escrita en estilo rossiniano. Y hacerlo en un libro donde aparecíesen obras de John Cage, Arnold Schoenberg y Milton Babbitt, terribles vanguardistas. Pues, al menos en Norteamérica (incluido México), existe un derecho que es el de la libertad de expresión; sin embargo, este Allegro Beethoveniano me animé a estrenarlo apenas hasta octubre del 2013. Quería que lo escucharan Joaquín Gutiérrez Heras y Héctor Quintanar; pero, lamentablemente, fallecieron. Esta pieza, en la actualidad, forma parte del espectáculo Historias bajo la luna que se realiza con el grupo Katarsis, Danza, coreografías de mi esposa, canciones mías, de Ángela Peralta y de Agustín Lara cantadas por nuestra hija Rosaura González, y un arreglo del primer movimiento de la sonata Claro de luna de Beethoven. La presencia de Beethoven y de Ángela Peralta más algunas de mis piezas retro, nos llevaron a ambientar todo esto con una atmósfera neorromántica, con fotografías de Claudia Olvera, que se proyectan a lo largo de todo el evento.
jueves, 7 de agosto de 2014
Las noches de Caviria
El ambiente a principio de los setenta, en el Distrito Federal, era, en los círculos donde me movía, bastante animado y fiestero. La introducción de nuevos métodos anticonceptivos en la década de los sesenta había propiciado un ambiente de mayor libertad sexual respecto a las décadas anteriores. Las muchachas usaban poderosas minifaldas. Los galanes adinerados, las conquistaban con briosos Mustang convertibles que eran de mi envidia. Yo estaba muy muy pobre. Ni siquiera soñaba en la posibilidad de tener al menos un Volskwagen Sedán. Tan sociables eran mis amigos los izquierdistas, como los conservatorianos. Con los primeros nos reuníamos a menudo en casa del padre de Jorge Veraza, una casona cercana al Polyforum del Hotel México, dotada con una gran mesa de billar. O en el parque de Coyoacán. En una ocasión, en casa de Guadalupe Pineda, quien aún no era famosa pero ya cantaba en una peña folklorista. Aun recuerdo cuando me preguntó qué debía hacer para cantar bien. Y yo, que siempre he tenido bastantes problemas de afinación con la voz, le recomendé que estudiara bel canto. No sé si me hizo caso, pero llegó lejos en su especialidad.
Del lado conservatoriano, Margarita de la Mora, Oscar Tarragó y muchos más, nos reuníamos en el café Carmel de la Zona Rosa, muy cerca del metro Insurgentes. En una ocasión, Mario Lavista me invitó a una fiesta, en un departamento, y me previno:
-Ésta es la puerta del infierno, si tú pasas, yo paso.
Me confesó que ese lugar le daba miedo, pero que lo hacía por mí. Porque yo tenía que tomar una decisión. El ambiente del depa se veía bastante animado: estaba lleno de gente joven, bailando, a media luz. Era notorio que corrían el alcohol y algunas drogas. No me atreví. Mario me felicitó. Aunque me dijo que era importante tomar decisiones y estar del lado del bien o del mal. Porque sólo los indecisos son mediocres. Desde ese punto de vista, es mejor ser malo que mediocre. Pero también se puede ser asceta sin ser mediocre. Lo importante es hacerlo con intensidad.
El grupo de Margarita de la Mora y Oscar Tarragó era conocido como el de Los Roquetianos, a causa de un psiquiatra de apellido Roquet, que les arrancaba los secretos más profundos drogándolos con peyote. Yo aún estaba dudando qué camino tomar por la vida: cuando estaba con Los Telerines (el grupo de Jorge Veraza y Manuel Lavaniegos), quería ser economista. Cuando estaba con los roquetianos, quería estudiar psicoanálisis: yo buscaba la manera de desenredar mis neurosis, pues estaba convencido que eran mis resistencias psicológicas las que ahuyentaban a las muchachas y no mi fealdad. Tal vez no estaba tan equivocado, pues cuando avancé en mi autoanálisis, apoyado por dos libros de Karen Horney (El Autoanálisis y Nuestros conflictos interiores), fue cuando me enredé con Silvia.
En otra ocasión, asistimos a una fiesta de disfraces. Yo ya estaba casado con Silvia, la madre de mi hijo Isaac. Yo fui disfrazado de revolucionario francés, aprovechando un gorro de mi tía Josefina, muy similar al de los revoltosos franceses del siglo XVIII. Mario nos sorprendió a todos. Hizo desear su entrada. Cuando llegó, venía vestido con un saco esport y un portafolios rígido y cuadrado.
-Vengo vestido de oficinista -dijo-.Todo mundo le celebró ese disfraz, bastante sencillo y casi similar a su atuendo cotidiano.
El hecho es que, con mis amigos los izquierdistas, a veces se hacían excursiones a Michoacán, al rancho de una amiga, en Zinzimeo. Ahora es un hotel. Los raptos de las camaradas estaban a la orden del día. Yo compartía con Paco Herrera Lima un departamento en la colonia Roma, entre el parque España y el SEARS de avenida Insurgentes. Paco Herrera era mi compañero de la secundaria y preparatoria "Experimental", en Xalapa. Por no quedarme atrás, un día tuve a bien raptar a Silvia. Éramos novios. Quería ser moderno y practicar el amor libre. Al día siguiente del rapto, cuando regresé al departamento de la colonia Roma, Paco Herrera me explicó que había llegado una tía de Silvia, furiosa. Y que se la había llevado. Que si quería seguir con ella, le hablara por teléfono.
El hecho es que tuve que dar la cara no sólo frente a la tía, sino a los padres de ella. Me tenía que decidir: si la quería, me tenía que casar. De lo contrario, bye bye.
-Si no la quiere -Me dijo mi suegro- le suplico que no le haga perder el tiempo a mi hija.
Me cayó en gracia la manera de defender los derechos de su hija. De no ser porque iba muy en serio, juraría que era broma. El hecho es que decidí casarme con ella. Me casé en secreto, pues mis padres tenían otros planes para mí: querían que estudiara Canto Gregoriano en el Monasterio de Montpellier, en Francia. Ya tenían arreglada la beca. ¿Se imaginan? ¿Yo monje? ¿Y desafinado? Debo agradecerle a Silvia que me haya salvado de ese destino.
Ya casado, tuve que trabajar. Después del trabajo de cajero en la CONASUPO, mi padre me consiguió el de corrector de pruebas de imprenta, con el que iba a las editoriales por algunos libros, los leía y corregía en tres o cuatro noches (y me acostumbré a desvelarme); ganaba casi lo mismo que en la CONASUPO, pero me quedaba el resto de la semana libre para estudiar música. Y, cuando tenía las becas, realmente me sentía bien: me daba el lujo de comer hamburguesas en el Burguer King de La Diana Cazadora y entrar a Sanborn`s a comprarme un disco o un libro. La compra que recuerdo con más cariño, es un elepé de 33 rpm con la tercera sinfonía de Camille Saïnt Saënts. Esa obra me marcó. Su segundo movimiento me parece sagrado. El primero, lleno de acción, como un thriller. Así que mi situación mejoró durante la estancia en el grupo Quanta.
A mí nunca me tocó improvisar junto a Mario Lavista: él ya había dejado el grupo. Pero aún teníamos derecho a utilizar los instrumentos microtonales diseñados y fabricados por Julián Carrillo. Para nada utilizábamos su sistema de escritura: éramos improvisadores y de la escuela de John Cage. De modo que a los pianos afinados en micro-tonos del maestro Carrillo, los preparábamos, los hacíamos vibrar con baquetas de timbales y muchos otros recursos. Hasta que Lolita, la hija de Julián Carrillo, se enteró y nos retiró el derecho a usarlos. Los instrumentos acabaron en un museo. La verdad es que les sacábamos sonoridades ultramundanas, fascinantes. De ahí que el Ballet Teatro del Espacio se interesara por colaborar con nosotros. O la Compañía de Ballet Nacional de Guillermina Bravo. Recuerdo que nos llamaron para participar en una puesta en escena de Medea, la tragedia de Euripides. La música estaría compuesta por Leonardo Velázquez; la dirección de Escena, por López Miarnau. Medea era Ofelia Guilmán. Estaban también las hermanas Aragón, donde destacaba Lilia, por su fuerte presencia y su escultural cuerpo. Augusto Benedico, Sergio Corona y José Gálvez también formaban parte de la plana mayor del elenco. Y, desde luego, el Ballet Nacional de Guillermina Bravo. Algo pasó con las negociaciones que mis compañeros se negaron a participar. Yo ardía en deseos por hacerlo.
-Eres libre de hacerlo de manera individual -me dijo uno de ellos- pero si lo haces, te quedas fuera del grupo.
Creo que tomé la decisión correcta: al poco tiempo, la franquicia del grupo fue comprada por no sé quien; y, realmente, el grupo y su concepto, desaparecieron. Desafortunadamente. Medea llegó a las cien representaciones, en el ahora desperdiciado Teatro Reforma. Las funciones empezaban los martes y eran flojas. El miércoles eran un poco menos flojas y los jueves más o menos bien. Pero viernes, sábado y domingo, era fabuloso: el teatro se llenaba semana tras semana. Y los sábados y domingos había doble función.
Durante los ensayos, López Miarnau me pidió que me presentara a ensayar con el ballet de Guillermina Bravo.
-Francisco- me pidió Doña Guillermina- Dame cuatro cuatros empezando en anacrusa.
-Sí maestra-, respondí, y empecé a tocar cuatro ún dos tres; cuatro ún dos tres; cuatro, ún etc.
-No Francisco, te pedí iniciar con anacrusa.
-Pues eso hice. Vieja ignorante, me viene a ningunear y la que está mal es ella. Pero no me voy a dejar.
El caso es que se armó un lío y yo, como buen descendiente de aragoneses por la línea paterna, no cedí ni un ápice de terreno. Tuvieron que llamar a Leonardo Velázquez para que nos pusiéramos de acuerdo.
-¿Puedo ver el ensayo? -preguntó Leonardo Velázquez.
-Adelante -dijo López Miarnau.
-A ver Francisco, dame ocho cuatros empezando con anacrusa.
-Sí, maestra.
Y toqué una frase de ocho compases en cuatro cuartos, empezando por el primer tiempo con un acento bastante notorio.
-No Francisco, te pedí Anacrusa.
-Pues eso es lo que le di.
-A ver, Francisco- me dijo Leonardo Velázquez-. Tienes razón. Pero hazlo al revés. Cuando te pida anacrusa, dále tesis y viceversa.
Así lo hice y se le alegró el rostro a doña Guillermina.
-Las fusas son las fusas, ¿verdad Francisco?-me dijo, contenta.
En el Ballet de Guillermina había una mujer menudita, morena y con un carácter algo extrovertido. Se llamaba Caviria. Lástima que yo ya estaba casado. Pero era una especie de musa que me inspiraba a pegarle mejor a los tambores. Yo no había visto Las noches de Caviria, y el nombre me encantaba. Qué digo: me encantaba toda ella.
En la prepa fuí bastante normal: raramente leía uno o dos libros al año. Pero, en el Distrito Federal, quizá a causa de mi pertenencia al grupo de Los Telerines, me volví un nerd casi ñoño. Entre otros libros, leí Hacia un teatro pobre de Jerzy Grotovsky. Y sabía que los buenos actores, cuando uno se equivoca, le ayudan. Para empezar, si el actor mete la pata, debe asimilar el error y convertirlo en parte de la actuación. Los otros le deben seguir la jugada.
-A eso le decimos "tirar morcillas"-me dijo José Gálvez.
Pues bien, un día sucedió que el sonido para el ballet no entró a tiempo y se tomó más de lo debido para entrar. Era obvio que había un problema. El público se impacientaba con la espera. Los bailarines también. En eso vi que Caviria hizo su entrada y me acordé de Grotovsky. Empecé a improvisar. Ún dos tres cuatro, ún dos tres cuatro, túm ta-ta túm cuaz páz racatacataca tán. Caviria entendió y dijo en secreto al coro.
-Síganme.
-No oigo el sonido.
-dije que me sigan.
El caso es que después de la función, todo el elenco me cargó en hombros. Menos el del sonido, que me taladraba con una mirada siniestra. En otra ocasión, ocurrió algo parecido. De nuevo empecé a tocar cuando salió Caviria. En eso, entró el sonido. Era la revancha del charro negro. Sin embargo, me callé a tiempo. Ahora me había convertido en el villano de la telenovela. Estaba muy acongojado.
-Francisco -Te hablan en la oficina.
En la torre. Me van a correr. Por andar haciéndole al héroe. Crucé todo el teatro. Salí al Lobby, me encaminé a la oficina. Toqué la puerta.
-Adelante -me dijo Torres, el asistente de producción-. Te hablan por teléfono.
¿Eso es todo? ¿No me lo van a decir en persona? Estaba muy equivocado. No tenía ni la más puta idea de lo que ocurriría en ese instante. Un instante supremo que le daría un giro de tuerca a mi vida. Tomé el teléfono. Todavía eran aquellos aparatotes negros y pesados.
-¿Bueno? -Rompí por fin el silencio.
-Francisco. Soy Alfonso Moreno. Voy a estrenar tu obra. Ven a verme mañana en el ensayo de la OFUNAM.
¡Qué maravilla y qué dicha! Tan sólo el hecho de oír ensayar a Alfonso dirigido por Eduardo Mata era suficiente para agradecerle a Dios por la vida. Me parece que estaban ensayando El Concierto del Sur de Manuel M. Ponce. Los dedos de Alfonso recorrían el diapasón de la guitarra como un gimnasta olímpico la barra en la final por la medalla de oro. Terminado el ensayo, tras guardar la guitarra y despedirse de Eduardo Mata, se dirigió a mí, con una sencillez insospechada para tan grande artista.
-Hola -, me dijo.
Del lado conservatoriano, Margarita de la Mora, Oscar Tarragó y muchos más, nos reuníamos en el café Carmel de la Zona Rosa, muy cerca del metro Insurgentes. En una ocasión, Mario Lavista me invitó a una fiesta, en un departamento, y me previno:
-Ésta es la puerta del infierno, si tú pasas, yo paso.
Me confesó que ese lugar le daba miedo, pero que lo hacía por mí. Porque yo tenía que tomar una decisión. El ambiente del depa se veía bastante animado: estaba lleno de gente joven, bailando, a media luz. Era notorio que corrían el alcohol y algunas drogas. No me atreví. Mario me felicitó. Aunque me dijo que era importante tomar decisiones y estar del lado del bien o del mal. Porque sólo los indecisos son mediocres. Desde ese punto de vista, es mejor ser malo que mediocre. Pero también se puede ser asceta sin ser mediocre. Lo importante es hacerlo con intensidad.
El grupo de Margarita de la Mora y Oscar Tarragó era conocido como el de Los Roquetianos, a causa de un psiquiatra de apellido Roquet, que les arrancaba los secretos más profundos drogándolos con peyote. Yo aún estaba dudando qué camino tomar por la vida: cuando estaba con Los Telerines (el grupo de Jorge Veraza y Manuel Lavaniegos), quería ser economista. Cuando estaba con los roquetianos, quería estudiar psicoanálisis: yo buscaba la manera de desenredar mis neurosis, pues estaba convencido que eran mis resistencias psicológicas las que ahuyentaban a las muchachas y no mi fealdad. Tal vez no estaba tan equivocado, pues cuando avancé en mi autoanálisis, apoyado por dos libros de Karen Horney (El Autoanálisis y Nuestros conflictos interiores), fue cuando me enredé con Silvia.
En otra ocasión, asistimos a una fiesta de disfraces. Yo ya estaba casado con Silvia, la madre de mi hijo Isaac. Yo fui disfrazado de revolucionario francés, aprovechando un gorro de mi tía Josefina, muy similar al de los revoltosos franceses del siglo XVIII. Mario nos sorprendió a todos. Hizo desear su entrada. Cuando llegó, venía vestido con un saco esport y un portafolios rígido y cuadrado.
-Vengo vestido de oficinista -dijo-.Todo mundo le celebró ese disfraz, bastante sencillo y casi similar a su atuendo cotidiano.
El hecho es que, con mis amigos los izquierdistas, a veces se hacían excursiones a Michoacán, al rancho de una amiga, en Zinzimeo. Ahora es un hotel. Los raptos de las camaradas estaban a la orden del día. Yo compartía con Paco Herrera Lima un departamento en la colonia Roma, entre el parque España y el SEARS de avenida Insurgentes. Paco Herrera era mi compañero de la secundaria y preparatoria "Experimental", en Xalapa. Por no quedarme atrás, un día tuve a bien raptar a Silvia. Éramos novios. Quería ser moderno y practicar el amor libre. Al día siguiente del rapto, cuando regresé al departamento de la colonia Roma, Paco Herrera me explicó que había llegado una tía de Silvia, furiosa. Y que se la había llevado. Que si quería seguir con ella, le hablara por teléfono.
El hecho es que tuve que dar la cara no sólo frente a la tía, sino a los padres de ella. Me tenía que decidir: si la quería, me tenía que casar. De lo contrario, bye bye.
-Si no la quiere -Me dijo mi suegro- le suplico que no le haga perder el tiempo a mi hija.
Me cayó en gracia la manera de defender los derechos de su hija. De no ser porque iba muy en serio, juraría que era broma. El hecho es que decidí casarme con ella. Me casé en secreto, pues mis padres tenían otros planes para mí: querían que estudiara Canto Gregoriano en el Monasterio de Montpellier, en Francia. Ya tenían arreglada la beca. ¿Se imaginan? ¿Yo monje? ¿Y desafinado? Debo agradecerle a Silvia que me haya salvado de ese destino.
Ya casado, tuve que trabajar. Después del trabajo de cajero en la CONASUPO, mi padre me consiguió el de corrector de pruebas de imprenta, con el que iba a las editoriales por algunos libros, los leía y corregía en tres o cuatro noches (y me acostumbré a desvelarme); ganaba casi lo mismo que en la CONASUPO, pero me quedaba el resto de la semana libre para estudiar música. Y, cuando tenía las becas, realmente me sentía bien: me daba el lujo de comer hamburguesas en el Burguer King de La Diana Cazadora y entrar a Sanborn`s a comprarme un disco o un libro. La compra que recuerdo con más cariño, es un elepé de 33 rpm con la tercera sinfonía de Camille Saïnt Saënts. Esa obra me marcó. Su segundo movimiento me parece sagrado. El primero, lleno de acción, como un thriller. Así que mi situación mejoró durante la estancia en el grupo Quanta.
A mí nunca me tocó improvisar junto a Mario Lavista: él ya había dejado el grupo. Pero aún teníamos derecho a utilizar los instrumentos microtonales diseñados y fabricados por Julián Carrillo. Para nada utilizábamos su sistema de escritura: éramos improvisadores y de la escuela de John Cage. De modo que a los pianos afinados en micro-tonos del maestro Carrillo, los preparábamos, los hacíamos vibrar con baquetas de timbales y muchos otros recursos. Hasta que Lolita, la hija de Julián Carrillo, se enteró y nos retiró el derecho a usarlos. Los instrumentos acabaron en un museo. La verdad es que les sacábamos sonoridades ultramundanas, fascinantes. De ahí que el Ballet Teatro del Espacio se interesara por colaborar con nosotros. O la Compañía de Ballet Nacional de Guillermina Bravo. Recuerdo que nos llamaron para participar en una puesta en escena de Medea, la tragedia de Euripides. La música estaría compuesta por Leonardo Velázquez; la dirección de Escena, por López Miarnau. Medea era Ofelia Guilmán. Estaban también las hermanas Aragón, donde destacaba Lilia, por su fuerte presencia y su escultural cuerpo. Augusto Benedico, Sergio Corona y José Gálvez también formaban parte de la plana mayor del elenco. Y, desde luego, el Ballet Nacional de Guillermina Bravo. Algo pasó con las negociaciones que mis compañeros se negaron a participar. Yo ardía en deseos por hacerlo.
-Eres libre de hacerlo de manera individual -me dijo uno de ellos- pero si lo haces, te quedas fuera del grupo.
Creo que tomé la decisión correcta: al poco tiempo, la franquicia del grupo fue comprada por no sé quien; y, realmente, el grupo y su concepto, desaparecieron. Desafortunadamente. Medea llegó a las cien representaciones, en el ahora desperdiciado Teatro Reforma. Las funciones empezaban los martes y eran flojas. El miércoles eran un poco menos flojas y los jueves más o menos bien. Pero viernes, sábado y domingo, era fabuloso: el teatro se llenaba semana tras semana. Y los sábados y domingos había doble función.
Durante los ensayos, López Miarnau me pidió que me presentara a ensayar con el ballet de Guillermina Bravo.
-Francisco- me pidió Doña Guillermina- Dame cuatro cuatros empezando en anacrusa.
-Sí maestra-, respondí, y empecé a tocar cuatro ún dos tres; cuatro ún dos tres; cuatro, ún etc.
-No Francisco, te pedí iniciar con anacrusa.
-Pues eso hice. Vieja ignorante, me viene a ningunear y la que está mal es ella. Pero no me voy a dejar.
El caso es que se armó un lío y yo, como buen descendiente de aragoneses por la línea paterna, no cedí ni un ápice de terreno. Tuvieron que llamar a Leonardo Velázquez para que nos pusiéramos de acuerdo.
-¿Puedo ver el ensayo? -preguntó Leonardo Velázquez.
-Adelante -dijo López Miarnau.
-A ver Francisco, dame ocho cuatros empezando con anacrusa.
-Sí, maestra.
Y toqué una frase de ocho compases en cuatro cuartos, empezando por el primer tiempo con un acento bastante notorio.
-No Francisco, te pedí Anacrusa.
-Pues eso es lo que le di.
-A ver, Francisco- me dijo Leonardo Velázquez-. Tienes razón. Pero hazlo al revés. Cuando te pida anacrusa, dále tesis y viceversa.
Así lo hice y se le alegró el rostro a doña Guillermina.
-Las fusas son las fusas, ¿verdad Francisco?-me dijo, contenta.
En el Ballet de Guillermina había una mujer menudita, morena y con un carácter algo extrovertido. Se llamaba Caviria. Lástima que yo ya estaba casado. Pero era una especie de musa que me inspiraba a pegarle mejor a los tambores. Yo no había visto Las noches de Caviria, y el nombre me encantaba. Qué digo: me encantaba toda ella.
En la prepa fuí bastante normal: raramente leía uno o dos libros al año. Pero, en el Distrito Federal, quizá a causa de mi pertenencia al grupo de Los Telerines, me volví un nerd casi ñoño. Entre otros libros, leí Hacia un teatro pobre de Jerzy Grotovsky. Y sabía que los buenos actores, cuando uno se equivoca, le ayudan. Para empezar, si el actor mete la pata, debe asimilar el error y convertirlo en parte de la actuación. Los otros le deben seguir la jugada.
-A eso le decimos "tirar morcillas"-me dijo José Gálvez.
Pues bien, un día sucedió que el sonido para el ballet no entró a tiempo y se tomó más de lo debido para entrar. Era obvio que había un problema. El público se impacientaba con la espera. Los bailarines también. En eso vi que Caviria hizo su entrada y me acordé de Grotovsky. Empecé a improvisar. Ún dos tres cuatro, ún dos tres cuatro, túm ta-ta túm cuaz páz racatacataca tán. Caviria entendió y dijo en secreto al coro.
-Síganme.
-No oigo el sonido.
-dije que me sigan.
El caso es que después de la función, todo el elenco me cargó en hombros. Menos el del sonido, que me taladraba con una mirada siniestra. En otra ocasión, ocurrió algo parecido. De nuevo empecé a tocar cuando salió Caviria. En eso, entró el sonido. Era la revancha del charro negro. Sin embargo, me callé a tiempo. Ahora me había convertido en el villano de la telenovela. Estaba muy acongojado.
-Francisco -Te hablan en la oficina.
En la torre. Me van a correr. Por andar haciéndole al héroe. Crucé todo el teatro. Salí al Lobby, me encaminé a la oficina. Toqué la puerta.
-Adelante -me dijo Torres, el asistente de producción-. Te hablan por teléfono.
¿Eso es todo? ¿No me lo van a decir en persona? Estaba muy equivocado. No tenía ni la más puta idea de lo que ocurriría en ese instante. Un instante supremo que le daría un giro de tuerca a mi vida. Tomé el teléfono. Todavía eran aquellos aparatotes negros y pesados.
-¿Bueno? -Rompí por fin el silencio.
-Francisco. Soy Alfonso Moreno. Voy a estrenar tu obra. Ven a verme mañana en el ensayo de la OFUNAM.
¡Qué maravilla y qué dicha! Tan sólo el hecho de oír ensayar a Alfonso dirigido por Eduardo Mata era suficiente para agradecerle a Dios por la vida. Me parece que estaban ensayando El Concierto del Sur de Manuel M. Ponce. Los dedos de Alfonso recorrían el diapasón de la guitarra como un gimnasta olímpico la barra en la final por la medalla de oro. Terminado el ensayo, tras guardar la guitarra y despedirse de Eduardo Mata, se dirigió a mí, con una sencillez insospechada para tan grande artista.
-Hola -, me dijo.
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miércoles, 6 de agosto de 2014
Inicia el relato de la saga de Katarsis
En octubre de año próximo la organización Katarsis, música y danza cumplirá 15 años de estar funcionando sin interrupción. Hasta ahora hemos funcionado como un colectivo independiente. Estamos preparando cambios para reposicionarnos y superarnos. Mas ¿Cómo llegamos hasta aquí? Nuestra historia empieza antes. Por mi parte, me preparé como compositor de música en el Taller de Composición del INBAL fundado por Carlos Chávez, donde fui discípulo de Mario Lavista y Joaquín Gutiérrez Heras, bajo la supervisión de Héctor Quintanar, de quien recibí valiosos consejos; sin embargo, ya había tomado clases particulares en Xalapa, con Raúl Ladrón de Guevara, quien realmente me inició en el arte de plasmar los sonidos en el papel; posteriormente, Joaquín Gutiérrez Heras haría lo mismo en el Distrito Federal. Debo agradecer a ambos maestros su paciente y desinteresada labor, a quienes visitaba frecuentemente para recibir grandes lecciones de manera absolutamente gratuita. Con esos conocimientos pude competir con éxito para ingresar al Taller de Composición, lugar sumamente competido; las atractivas becas que ahí se otorgaban eran más de tres veces mayores en monto que las destinadas a las carreras de los instrumentistas, y con derecho a un cubículo privado con escritorio y piano. De ahí que los competidores fuesen personajes del tamaño de Arturo Márquez, Francisco Nuñez, Federico Ibarra, Graciela Agudelo, Víctor Manuel Medeles, Lilia Vázquez y Marcos Lifchitz, por citar algunos cuantos. Anteriormente habían pasado por ahí ni mas ni menos que Mario Lavista y Eduardo Mata.
Mi esposa Angélica, en cambio, estudió en la Escuela Normal Veracruzana y, en Danza, tomó clases con Tulio de la Rosa. Posteriormente, ingresó a la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana, de donde egresó hacia 1982. De 1977 a 1978, fue becada por la Universidad Veracruzana para estudiar en el INBA Metodología de Ballet, Técnica Cubana. También fue bailarina del Taller Coreográfico de la Universidad Veracruzana, grupo que en unos pocos meses se presentó ante cerca de 30 000 espectadores.
Mi hija Rosaura González, por su parte, se graduó de la Facultad de Música con mención honorífica: tenía titulación automática por tener un promedio general de estudios superior a 9; no obstante, realizó un proyecto de titulación cuyo programa estuvo integrado por conciertos en público, más una tesis que defendió en audiencia pública.
Pero no llegamos hasta acá por nuestra linda cara, sino a través de un largo proceso de trabajo, lucha, estudios, caídas, raspones, más caídas, uno que otro éxito, algo de depresiones y corajes; pero, sobretodo, mucha terquedad. Nadie nos regaló nada. A veces nos daba algo de envidia ver que a algunos (se dice el pecado, no el pecador) se les daban las cosas en bandeja sin haber hecho tanto esfuerzo. Pero el tiempo nos ha enseñado que no debemos desear la suerte del otro. Pues no sabemos muchas cosas. Me explico: como compositor, yo podría sentir envidia de Mozart. Pero, pensándolo bien, me conformo con mi suerte. ¿Realmente le fue bien en la vida a Mozart? Se murió a los 35 años de edad, tras de ver la muerte de cinco hijos y sin haber disfrutado de los beneficios de la fructífera obra que compuso. En verdad les digo que no le deseo a nadie la suerte del maestro de Salzburgo. Agradezco a Dios el escaso talento que me ha dado, pero más aún la calidad de vida de la que he gozado. Los sufrimientos son la sal de la vida. En mi caso creo que hay un buen balance de sabores. Parte del placer de llegar a la cima de la Pirámide del Sol de Teotihuacán es darse cuenta de que uno fue capaz de subirla, cosa que se antoja difícil cuando se está al inicio de la escalinata. Tampoco diré que he triunfado, porque no estoy satisfecho con lo logrado, para mi fortuna. ¿Se imaginan qué aburrida sería mi vida si pensara que ya logré todo lo que podía lograr y que ahora mi destino sería estar apoltronado en un mullido sofá viendo la televisión?
Cuando fui becario del Taller de Composición de INBAL, la beca era de $1000 pesos mensuales. Corría la década de los setenta, las heridas del 2 de octubre de 1968 estaban recientes. A mí por poco y me tocó vivir en carne propia el ataque de los "Halcones" del 10 de junio de 1971, por andar en la manifestación estudiantil. Pero me salí a tiempo. ¿Cobardía? Quizá sí. En mi óptica nunca ha estado enfrentar a un ejército sin armas en la mano. Lo considero una tontería. Yo formaba parte del Comité de Lucha del Conservatorio Nacional de Música y esa organización se convirtió en directiva de la Sociedad de Alumnos, mediante un proceso electoral que ganamos fácilmente, animados por las sugerencias del compositor refugiado español Simón Tapia Colman. El hecho es que mi estadía en el Taller de Composición se entorpeció con los movimientos sociales de la época: hacia 1973 hubo una huelga contra Carlos Chávez, el fundador de mi escuela, de la cual era becario. Quedé en una situación difícil: todos mis antiguos camaradas del Comité de Lucha estaban del lado de los huelguistas. Realmente, del lado del maestro Chávez sólo estaban mis maestros, que eran pocos, y unos cuantos compañeros. El resultado es que, estando yo marcado por el gobierno priísta de Luis Echevarría como rebelde protestón y delirante, perdí el apoyo de mis amigos izquierdistas. Genial ¿No? Las autoridades oficiales priístas me aplicaron el anatema hasta la época de Carlos Salinas de Gortari; y la izquierda, quizá hasta la fecha.
Para colmo de los males, rompí con el hogar paterno y al poco tiempo embaracé a una muchacha. Tuve que trabajar. Pero ¿Saben qué? Fue lo mejor que me pudo pasar. Me hice hombre. Trabajé de cajero en el almacén de la CONASUPO de Tlalnepantla. Tenía que viajar en un camión del servicio urbano desde la colonia Nueva Santa María del Distrito Federal. A veces me hacían trampa con mi paga y la contadora con cualquier pretexto argüía que había faltantes y me los cobraba. Ambos sabíamos que yo no había dispuesto dinero de la caja y que ella también tenía una llave. Los faltantes aparecían después de la hora en que yo tomaba mi alimento del medio día. Pero nunca bajé la guardia. Siempre soñaba con conectar un hit en la música. Por eso compuse las Diferencias sobre el prisionero http://youtu.be/xcQ7yY_BgF0 y el tango Sabrás muy pronto, que ahora forma parte de mi ópera Tropical http://www.youtube.com/watch?v=89JJ0qYGf_c y del espectáculo Historias bajo la luna. https://www.youtube.com/watch?v=jYIJ01xFyMA En cuanto pude, me cambié de trabajo. Fui corrector de pruebas de imprenta de las editoriales Trillas, Siglo XXI, Era, Limusa Wiley y Fondo de Cultura Económica. Después ascendí al departamento de redacción de una Revista de Geografía Mexicana, una especie de National Geographic nopalera. Tanto el ser freelancero como el tener un trabajo de medio tiempo, me permitieron promover las Diferencias sobre el Prisionero. Recuerdo que le regalé la partitura a dos guitarristas: el primero era un compañero avanzado del Conservatorio, al que la plebe había bautizado como El Diablo, seguramente por feo o amargado; el segundo, era ni más ni menos que el triunfador Alfonso Moreno. El primero me ninguneó, y, por supuesto, nunca las tocó. Alfonso estaba alcanzando la cima de su carrera artística, tras sus victorias en el Concurso Internacional para Guitarra de la ORTF en Francia. Ni más ni menos, en 1968 ganó el Primer Lugar. Pero, en 1972, hicieron otra etapa del concurso, donde se enfrentaron los primeros diez ganadores. Entre otros participantes, estaba el brasileño Turibio Santos. Por encima de todos ellos pasó Alfonso Moreno. Curiosamente, yo creía que El Diablo, por ser más insignificante, estaba más cerca de mí, y que Alfonso, quien realmente era un concertista de fama internacional, nada más me daría el avión.
La verdad, es que ninguno de los dos las tocaba. Yo, mientras tanto, aproveché una oportunidad: el grupo Quanta de improvisación electroacústica que fundó Mario Lavista, se quedó temporalmente sin uno de sus músicos. Así que yo ocupé la plaza del Juanjo, como le llamaban. Con Juan Herrejón, Antero Chávez y Víctor Manuel Medeles, formábamos un cuarteto que a menudo tocaba ante auditorios repletos de espectadores. Creo que la función que más me agradó fue cuando nos asociamos con la coreógrafo no recuerdo el nombre, creo que Gladiola Orozco. No me crean. El programa de mano de "Tramas y urdimbres" lo tenía en un álbum portarretratos que perdí en una mudanza Morelia-Xalapa, hacia 1998. O quizá lo extravié en una fotocopiadora. Lamentablemente, mis compañeros Juan Herrejón y Víctor Manuel Medéles ya fallecieron y no me pueden corregir el dato. Pero me parece que Antero Chávez, compositor y percusionista de la OFUNAM todavía vive y él podría conservar un programa o recordar el dato. En caso de que alguien lo consulte, recuérdele que Tramas y urdimbres se llevó a cabo en la Casa del Lago, al aire libre. Los bailarines iban desenredando una madeja de estambre de color por donde se iban moviendo. Los músicos nos podíamos cambiar de instrumento a hacer. Total, era música improvisada. Por hoy, los dejo, pues tengo que ir a comer. Esta saga continuará más pronto de lo que se imaginan. Prepárense, porque da para una novela con tintes históricos: estamos hablando de hechos que se pueden remontar hasta 1956.
Mi esposa Angélica, en cambio, estudió en la Escuela Normal Veracruzana y, en Danza, tomó clases con Tulio de la Rosa. Posteriormente, ingresó a la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana, de donde egresó hacia 1982. De 1977 a 1978, fue becada por la Universidad Veracruzana para estudiar en el INBA Metodología de Ballet, Técnica Cubana. También fue bailarina del Taller Coreográfico de la Universidad Veracruzana, grupo que en unos pocos meses se presentó ante cerca de 30 000 espectadores.
Mi hija Rosaura González, por su parte, se graduó de la Facultad de Música con mención honorífica: tenía titulación automática por tener un promedio general de estudios superior a 9; no obstante, realizó un proyecto de titulación cuyo programa estuvo integrado por conciertos en público, más una tesis que defendió en audiencia pública.
Pero no llegamos hasta acá por nuestra linda cara, sino a través de un largo proceso de trabajo, lucha, estudios, caídas, raspones, más caídas, uno que otro éxito, algo de depresiones y corajes; pero, sobretodo, mucha terquedad. Nadie nos regaló nada. A veces nos daba algo de envidia ver que a algunos (se dice el pecado, no el pecador) se les daban las cosas en bandeja sin haber hecho tanto esfuerzo. Pero el tiempo nos ha enseñado que no debemos desear la suerte del otro. Pues no sabemos muchas cosas. Me explico: como compositor, yo podría sentir envidia de Mozart. Pero, pensándolo bien, me conformo con mi suerte. ¿Realmente le fue bien en la vida a Mozart? Se murió a los 35 años de edad, tras de ver la muerte de cinco hijos y sin haber disfrutado de los beneficios de la fructífera obra que compuso. En verdad les digo que no le deseo a nadie la suerte del maestro de Salzburgo. Agradezco a Dios el escaso talento que me ha dado, pero más aún la calidad de vida de la que he gozado. Los sufrimientos son la sal de la vida. En mi caso creo que hay un buen balance de sabores. Parte del placer de llegar a la cima de la Pirámide del Sol de Teotihuacán es darse cuenta de que uno fue capaz de subirla, cosa que se antoja difícil cuando se está al inicio de la escalinata. Tampoco diré que he triunfado, porque no estoy satisfecho con lo logrado, para mi fortuna. ¿Se imaginan qué aburrida sería mi vida si pensara que ya logré todo lo que podía lograr y que ahora mi destino sería estar apoltronado en un mullido sofá viendo la televisión?
Cuando fui becario del Taller de Composición de INBAL, la beca era de $1000 pesos mensuales. Corría la década de los setenta, las heridas del 2 de octubre de 1968 estaban recientes. A mí por poco y me tocó vivir en carne propia el ataque de los "Halcones" del 10 de junio de 1971, por andar en la manifestación estudiantil. Pero me salí a tiempo. ¿Cobardía? Quizá sí. En mi óptica nunca ha estado enfrentar a un ejército sin armas en la mano. Lo considero una tontería. Yo formaba parte del Comité de Lucha del Conservatorio Nacional de Música y esa organización se convirtió en directiva de la Sociedad de Alumnos, mediante un proceso electoral que ganamos fácilmente, animados por las sugerencias del compositor refugiado español Simón Tapia Colman. El hecho es que mi estadía en el Taller de Composición se entorpeció con los movimientos sociales de la época: hacia 1973 hubo una huelga contra Carlos Chávez, el fundador de mi escuela, de la cual era becario. Quedé en una situación difícil: todos mis antiguos camaradas del Comité de Lucha estaban del lado de los huelguistas. Realmente, del lado del maestro Chávez sólo estaban mis maestros, que eran pocos, y unos cuantos compañeros. El resultado es que, estando yo marcado por el gobierno priísta de Luis Echevarría como rebelde protestón y delirante, perdí el apoyo de mis amigos izquierdistas. Genial ¿No? Las autoridades oficiales priístas me aplicaron el anatema hasta la época de Carlos Salinas de Gortari; y la izquierda, quizá hasta la fecha.
Para colmo de los males, rompí con el hogar paterno y al poco tiempo embaracé a una muchacha. Tuve que trabajar. Pero ¿Saben qué? Fue lo mejor que me pudo pasar. Me hice hombre. Trabajé de cajero en el almacén de la CONASUPO de Tlalnepantla. Tenía que viajar en un camión del servicio urbano desde la colonia Nueva Santa María del Distrito Federal. A veces me hacían trampa con mi paga y la contadora con cualquier pretexto argüía que había faltantes y me los cobraba. Ambos sabíamos que yo no había dispuesto dinero de la caja y que ella también tenía una llave. Los faltantes aparecían después de la hora en que yo tomaba mi alimento del medio día. Pero nunca bajé la guardia. Siempre soñaba con conectar un hit en la música. Por eso compuse las Diferencias sobre el prisionero http://youtu.be/xcQ7yY_BgF0 y el tango Sabrás muy pronto, que ahora forma parte de mi ópera Tropical http://www.youtube.com/watch?v=89JJ0qYGf_c y del espectáculo Historias bajo la luna. https://www.youtube.com/watch?v=jYIJ01xFyMA En cuanto pude, me cambié de trabajo. Fui corrector de pruebas de imprenta de las editoriales Trillas, Siglo XXI, Era, Limusa Wiley y Fondo de Cultura Económica. Después ascendí al departamento de redacción de una Revista de Geografía Mexicana, una especie de National Geographic nopalera. Tanto el ser freelancero como el tener un trabajo de medio tiempo, me permitieron promover las Diferencias sobre el Prisionero. Recuerdo que le regalé la partitura a dos guitarristas: el primero era un compañero avanzado del Conservatorio, al que la plebe había bautizado como El Diablo, seguramente por feo o amargado; el segundo, era ni más ni menos que el triunfador Alfonso Moreno. El primero me ninguneó, y, por supuesto, nunca las tocó. Alfonso estaba alcanzando la cima de su carrera artística, tras sus victorias en el Concurso Internacional para Guitarra de la ORTF en Francia. Ni más ni menos, en 1968 ganó el Primer Lugar. Pero, en 1972, hicieron otra etapa del concurso, donde se enfrentaron los primeros diez ganadores. Entre otros participantes, estaba el brasileño Turibio Santos. Por encima de todos ellos pasó Alfonso Moreno. Curiosamente, yo creía que El Diablo, por ser más insignificante, estaba más cerca de mí, y que Alfonso, quien realmente era un concertista de fama internacional, nada más me daría el avión.
La verdad, es que ninguno de los dos las tocaba. Yo, mientras tanto, aproveché una oportunidad: el grupo Quanta de improvisación electroacústica que fundó Mario Lavista, se quedó temporalmente sin uno de sus músicos. Así que yo ocupé la plaza del Juanjo, como le llamaban. Con Juan Herrejón, Antero Chávez y Víctor Manuel Medeles, formábamos un cuarteto que a menudo tocaba ante auditorios repletos de espectadores. Creo que la función que más me agradó fue cuando nos asociamos con la coreógrafo no recuerdo el nombre, creo que Gladiola Orozco. No me crean. El programa de mano de "Tramas y urdimbres" lo tenía en un álbum portarretratos que perdí en una mudanza Morelia-Xalapa, hacia 1998. O quizá lo extravié en una fotocopiadora. Lamentablemente, mis compañeros Juan Herrejón y Víctor Manuel Medéles ya fallecieron y no me pueden corregir el dato. Pero me parece que Antero Chávez, compositor y percusionista de la OFUNAM todavía vive y él podría conservar un programa o recordar el dato. En caso de que alguien lo consulte, recuérdele que Tramas y urdimbres se llevó a cabo en la Casa del Lago, al aire libre. Los bailarines iban desenredando una madeja de estambre de color por donde se iban moviendo. Los músicos nos podíamos cambiar de instrumento a hacer. Total, era música improvisada. Por hoy, los dejo, pues tengo que ir a comer. Esta saga continuará más pronto de lo que se imaginan. Prepárense, porque da para una novela con tintes históricos: estamos hablando de hechos que se pueden remontar hasta 1956.
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