Como Ustedes ya saben, desde el año 2011 me ha dado por adquirir el oficio de escritor, razón por la cual he estado en varios talleres y diplomados para escritores. Actualmente, estoy concluyendo el primer semestre en un Diplomado en Creación Literaria que se imparte en la Escuela para escritores Sergio Galindo de la SOGEM; y, como parte de mis actividades, tuve que leer y comentar una novela. Yo escogí hacerlo sobre El seductor de la patria de Enrique Serna, de quien únicamente había leído breves artículos en la revista Domigo Siete.
Esta obra me pareció muy interesante, pues habla de muchas cosas que aún nos atañen a los mexicanos e incluso al mundo entero: la Guerra entre México y Estados Unidos de 1847 marcó el destino no sólo de ambas naciones, sino del mundo entero, pues era una lucha contra el esclavismo, el colonialismo y el imperialismo. Así que Santa Anna fue ¿Ángel o demonio?. Independientemente de la calificación que sacaré en mi escuela (pues por el momento no se si será buena o mala), como el tema me apasionó, no resisto las ganas de compartirlo. Y así empiezo a hablar de las razones por las que México perdió no sólo la guerra de 1847, sino todos los campeonatos mundiales de futbol. Es un ensayo largo, tómense su tiempo y no apelen a la pereza mental, dicho sea con todo respeto.
INTERPETACIÓN LIBRE DE EL SEDUCTOR DE LA PATRIA
Esta
novela tiene un cierto carácter prospectivo, pues desde el planteamiento de
situaciones y problemas que ocurrieron en México durante el siglo XIX, se
pueden vislumbrar otras situaciones que se han dado en los siglos XX y XXI que,
o son consecuencia de aquéllas o simplemente porque no han cambiado con el paso
del tiempo, como se verá a lo largo de esta interpretación.
En
primer lugar, esta novela dejó al que estas líneas escribe una cierta desazón
por comprender que muchos de los problemas socio-económicos y políticos que ahí
se plantearon siguen estando vigentes en el México moderno. La novela está
llena de frases que lo revelan y podrían haber sido pronunciadas por los
actores de esta obra en la vida real, aunque también podrían ser producto de la
ficción, pues son frases que emanan de una profunda investigación histórica y
están pronunciadas con una gran verosimilitud; en especial, me llamaron la
atención algunas que citaré de inmediato:
“Daría
la poca vida que me queda para limpiar mi nombre y recibir el postrer homenaje
de mis compatriotas. Después de todo soy el fundador de la República. ¿O ya han
olvidado que fui el primero en jurar la ruina de los tiranos sobre las arenas
de Veracruz?” (Serna, El seductor de la patria, p.12)
La
frase anterior define al argumento y establece la intriga a la vez que arranca
a la historia y es parte esencial del tema, así como de la mayor parte de los
subtemas; a su vez, hace pensar en la
futilidad de los proyectos humanos, casi al estilo del Eclesiastés, donde se
dice que “todo es vanidad de vanidades”.
Mi
condición de abogado litigante al momento de leer la obra, compositor de música
frustrado, productor artístico, mercadólogo cultural en quiebra y profesor
jubilado con la supervivencia amenazada por los sistemas de gobierno actuales,
me llevó a subrayar la siguiente frase, emitida por el protagonista:
“Gómez
Farías creía ciegamente en las leyes, como si la letra impresa pudiera
convertir la lucha por el poder en un civilizado juego de mesa. Pero las leyes
propician otra clase de tiranía, la de los cretinos que son incapaces de
resolver un problema, pero invocan la ley para obstaculizar a los hombres de
acción” (Serna, pp. 69-70)
Esto
sigue ocurriendo en el México moderno. Los hombres de acción no solamente son
los militares y los políticos: son los profesionistas, los artistas, los
artesanos, los padres de familia; en fin, cualquier ciudadano que tenga un
proyecto u oficio que atender y cuya vida está literalmente atada a un legajo
de papeles que debe resolver un juez a menudo mal preparado, flojo, corrupto,
mal pagado o mal intencionado. Confróntese lo dicho con la película Presunto Culpable. Uno de los
razonamientos que recientemente esgrimió un grupo de senadores para evaluar y
en su caso modificar la controvertida Ley de Seguridad Interior fue el hecho de
que la ciudadanía mexicana no se sentía protegida por el Estado por culpa de
los jueces, a quienes percibían como la peor amenaza a su seguridad, a causa de
sus cuestionadas sentencias, que se caracterizan por dejar libres a los
criminales y mantener en prisión a los inocentes. O simplemente hacer que un
proceso de divorcio incausado dure
veinte años. Tan es cierto este fenómeno, que en la novela se muestra el
proceso donde el abogado y presidente de la República Benito Juárez no puede
lograr que le apliquen a Antonio López de Santa Anna la pena de muerte por su
traición a la patria, pese a todas las evidencias desahogadas durante el
juicio.
Otra
frase que me pareció digna de ser resaltada y comentada, es cuando Santa Anna,
el 26 de diciembre de 1827 dice “Así son los pendejos: primero hacen las cosas
mal, y luego se molestan porque uno les da la espalda.” (Serna, p. 145), porque
el tema de la estupidez humana ha sido abordado por muchos personajes de todas
las condiciones, oficios y épocas: “Hay dos cosas infinitas: El Universo y la
estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro” (Albert Einstein); “La mente
humana es limitada, pero la estupidez humana es ilimitada” (W. Steinitz,
Campeón Mundial de Ajedrez del siglo XIX).
Muy
conocida y divertida es una charla a cargo de Facundo Cabral en torno a los pendejos, que circula por toda clase
de redes sociales:
“(Mi
abuela) … tenía derecho a hablar de esto, porque estuvo casada con un coronel,
que era realmente un hombre valiente: solamente le tenía miedo a los pendejos.
Un día le pregunté ¿Por qué? Y me dijo por que son muchos. No hay forma de
cubrir semejante frente…” (Facundo Cabral, Los
pendejos, Youtube, https://www.youtube.com/watch?v=CHtrFNbm2Ys).
Tan
fundado era el temor del abuelo de Facundo Cabral que su nieto murió asesinado
por un pendejo que quería matar al
que viajaba a su lado y no al cantautor. En tiempos más recientes, casi al día
en que escribo estas líneas, el presidente municipal de Xalapa, el Doctor
Hipólito Rodríguez Herrero, tiene una crisis de medios a causa no sólo de haber
contratado a personal no veracruzano, sino de haber manifestado públicamente
que en Xalapa “nadie tenía el perfil” para ocupar esos puestos, motivo por el
cual el escritor Magno Garcimarrero le hizo estos versos:
¡EN XALAPA NO HAY
QUIEN!
Le damos la razón
A Hipólito el
presidente
De que en Xalapa no
hay gente
De alta calificación,
Para cumplir la
función
Con eficacia, con fe,
Con honradez, con
caché,
Él lo ha dicho sin
sonrojos.
¿Qué le pasará a sus
ojos
Que puros pendejos
ve?
Si
bien “pendejo” en Argentina se aplica al joven inexperto, en México esta
palabra tiene una connotación más amplia y es sinónima de “estúpido”. El tema
de la pendejez ha sido desarrollado
por tiros y troyanos. Hasta hay diccionarios y catálogos, en los cuales suele
aparecer el siguiente tipo: “Pendejo optimista. El que cree que todos son
pendejos, menos él”.
Sin
duda, Antonio López de Santa Anna tenía una inteligencia superior a la del
común de sus contemporáneos, lo cual lo llevaba, al igual que al Doctor
Hipólito y al abuelo de Facundo Cabral, “a ver pendejos por todos lados”. Sin darse cuenta de que él, dada su
condición humana, también podía cometer errores muy estúpidos, como el de
ponerse a las órdenes de Maximiliano, episodio que comentaré más adelante.
De
hecho, pese al carácter voluble de Santa Anna, más que un traidor, era un
hombre valiente y pragmático que se iba con el bando que creía que iba a ganar;
esto es, era un inteligente oportunista, pero cuya mente humanamente limitada
lo llevó a cometer graves errores en batallas decisivas o en delicadas
decisiones políticas. Lo importante de la narración en primera persona (emanada
del protagonista y otros actores) es que genera empatía entre el lector y el
narrador; y aquel, sin darse cuenta, se ve metido en los zapatos del actor ante
la similitud de situaciones entre la época actual y la época de la narración.
Concretamente, en el México moderno, el del periodo que va del año 2014 al
primer semestre del 2018, uno tiene que tomar decisiones como las que Santa
Anna tuvo que tomar en su momento; por ejemplo, yo luché afanosamente para que
el Doctor Hipólito fuese el presidente municipal de Xalapa, pero su arrogancia
le impide contratar a un buen comunicador social y cada vez que abre la boca
emite frases que nada más lo hunden una y otra vez, y lo hace porque está
firmemente convencido de que los demás son pendejos, menos él. Las preguntas
obligadas para mí, y para otros partidarios de Morena son ¿Lo voy a seguir
apoyando? ¿Lo va a seguir apoyando Morena? ¿O el PAN? ¿Después de esto Morena
va a ganar las elecciones? ¿Se va a salir Hipólito con la suya? Las respuestas
a estas interrogantes, en el momento en que las escribo, no son fáciles de
responder, pero hay que hacerlo de inmediato aunque uno no esté metido en el
juego de la política. La razón es que en el crítico momento actual todo está
enrarecido por la forma en que se lleva a cabo la lucha política y el ciudadano
común y corriente no se puede desentender de ella. Y si se es político, con
mayor razón hay que resolver estas interrogantes. Eso es lo que nos hace sentir
Enrique Serna: Santa Anna, más que un villano protervo y traidor, era un ser
humano como tú y yo que en unas ocasiones, acertaba, y en otras, fallaba. Y un
error garrafal, de apariencia nimio y con bastante lógica dentro de la
psicología del personaje, puede dar al traste con toda una vida de heroísmo.
Al
parecer, la Historia suele ser muy dura con los perdedores, de modo que no
conviene “ser pendejo”. Es casi como
un castigo divino: tras ser Antonio López de Santa Anna un hombre brillante, quedó
atrapado entre el mareo provocado por el poder y los aduladores, los cambios
sociales y el deterioro natural causado por la edad y acabó convertido en un
pobre diablo empobrecido, víctima de estafadores, despreciado tanto por su
última esposa como por uno de sus más odiados rivales, Sebastián Lerdo de
Tejada, quien le dijo “No me agradezca nada, general. Lo dejé volver de su
Santa Elena porque ya no representa ninguna amenaza para el gobierno.” (Serna,
p.12).
La
frase anterior, a su vez, ayuda a caracterizar al protagonista: Antonio López
de Santa Anna (1794-1876) es un personaje cien por ciento romántico, que fue
contemporáneo de Napoleón Bonaparte (1769-1821), emperador de Francia cuya
actividad repercutió en la historia de México. Serna no es el único que compara
a Santa Anna con Napoleón Bonaparte; entre otros, el guionista de la película El Álamo, la leyenda (2004) le llama “El
Napoleón mexicano”; sin duda, Santa Anna tenía conocimiento de la obra de
Napoleón Bonaparte; incluso, uno de sus más íntimos colaboradores, José María
Tornel, se identifica a sí mismo en la novela como “Talleyrand”, el nombre de
un político francés contemporáneo de Napoleón y de Fouché (de quien Stephan
Zweig escribió una biografía, en la que Talleyrand es casi tan importante como
Fouché y Napoleón, dado su protagonismo). Talleryrand-Perigord (1754-1838),
ambicioso e inteligente, sirvió a todos los regímenes de su país y a todos los
traicionó. De modo que uno de los subtemas más importantes de El seductor de la patria es la traición,
si no es que es el tema principal.
Santa
Anna, por considerar pendejo a un
antiguo aliado, lo deshecha y se cambia de bando, sin mayores remordimientos.
Si no es traicionero, al menos es voluble; sin embargo, precisamente por ser un
seductor, tampoco le puede ser fiel a una mujer; su antagonista Benito Juárez
parece ser un hombre más leal; no obstante, él también puso en venta una parte
del territorio mexicano, cuando se celebró el tratado Mc Lane-Ocampo, mediante
el cual se cedería a los norteamericanos el Istmo de Tehuantepec.
Retomando
el tema de Napoleón Bonaparte, la isla británica de Santa Elena situada en
África, es la isla donde Napoleón sufrió su último exilio, el más doloroso,
pues ahí se quedó hasta morir. Sebastián Lerdo de Tejada inicia la novela
exonerando a Santa Anna de su “Santa Elena”. Por otra parte, en la ya citada
película El Álamo, la leyenda, se
dice que su rival norteamericano lo invitó a adentrarse en tierras norteñas,
pues al ser Santa Anna el Napoleón
mexicano, se le habría de derrotar de manera similar al Napoleón francés
en Rusia, historia que a su vez está magníficamente plasmada en La Guerra y La Paz de León Tolstoi; y,
en verdad, el ejército mexicano sufrió penurias durante su traslado al norte.
También fue afectado por el frío. Estos episodios están bien documentados y
Serna también da cuenta de ellos; entre otros, por boca del soldado Juan
Tezozómoc, personaje ficticio de origen indígena, enrolado mediante la leva,
quien se convierte en un desertor y llega a convertirse en un antagonista que
lo mismo asalta a Santa Anna disfrazado de indio ataviado con plumas y
taparrabos (lo cual puede ser una posible anacronía) que revela los planes del
general a los norteamericanos. Pese a ser ficticio, este personaje tiene una
gran verosimilitud.
Para
decirlo en pocas palabras, la frase “así son los pendejos…” me encantó, porque
encierra una gran verdad, aunque uno corra el riesgo de ser el pendejo que ve
pendejos por todas partes, menos en el espejo.
Otra
frase importante para entender el juego de la política es ésta: “En mis albazos
juveniles descubrí que un embustero puede hacer milagros a partir de la nada,
porque una mentira produce una opinión y esa opinión produce resultados reales
y efectivos” (Serna, p.149), porque coincide con lo dicho por Goebbels, el
genio de la propaganda nazi: “Una mentira repetida mil veces acaba convertida
en una verdad”.
Un
episodio que lleva a uno de los momentos más divertidos de la novela es el
relativo al motín de la Acordada, del 7 de diciembre de 1828, que también es
importante porque ahí se topa el protagonista con su principal antagonista, y
ambos quedan magistralmente caracterizados:
“La
única voz discordante fue la de un jurista zapoteco, negro como la pez, que
parecía enfundado en su levita negra…
Irritado
por el comentario, Santa Anna le preguntó su nombre:
–Benito Juárez, para servirle.
–Mire, licenciado Juárez –el general
se aclaró la voz–. He arriesgado la vida por defender la Constitución. Si
violamos la Carta Magna fue precisamente para hacerla cumplir.
–Pero una vez roto el marco legal,
cualquiera tiene pretexto para actuar fuera de la Constitución –replicó Juárez…
–Qué indio tan terco, y cuánto
respeto le tiene a su mugrosa ley –me dijo al salir del brindis–. Es lo malo de
educar a la gente que nació para andar descalza.” (Serna, pp. 153-154).
Llama
la atención este comentario discriminatorio, pues el argumento de esta novela
es que Santa Anna, a causa de “su cabello crespo y tez morena” adopta la
carrera militar y se engancha con la historia; pero, al fin de cuentas era hijo
de español y cada vez que Juárez lo sacaba de quicio, hacia valer la diferencia
entre un criollo o un mestizo y un indígena. Más adelante esta relación de
diferencia interracial con claras vertientes racistas se desarrolla al mostrar
la conmovedora carta que Juárez escribe a su esposa Margarita el 6 de noviembre
de 1853, en el exilio: “Al mocho le irrita que un hombre de mi raza haya
llegado a ocupar puestos públicos importantes. Prueba de ello son los malos
tratos que su hijo José me infligió en el trayecto a San Juan de Ulúa.” (Serna,
pp. 423-426).
Pero,
como anoté líneas antes, uno de los episodios que más me hizo reír fue el del
encuentro de Antonio López de Santa Anna con la opinión de Simón Bolívar, en
Turbaco, Colombia:
“Al
comenzar la reconstrucción de La Rosita, descubrí que Simón Bolívar había
vivido una temporada en esa finca y lloré de emoción al ver las argollas de
bronce clavadas en la pared de la sala, donde el célebre caudillo colgaba su
hamaca. Mandé poner la mía en el mismo lugar, para tender un lazo de unión
entre el libertador de la América Austral y el libertador de México. ¿Acaso no
éramos dos héroes de la misma talla?... Compré a los bibliófilos de Cartagena
una colección de sus últimas cartas. Llamó mi atención una de ellas, fechada en
1829, donde comentaba con brevedad la situación política de México. Mal
informado sobre nuestras luchas internas, el libertador condenaba el motín de
la Acordada y me acusaba de ser ‘el más protervo de los mortales’… mandé
arrancar las argollas de bronce y ordené a la servidumbre que pusiera la hamaca
en otro lugar.” (Serna, pp. 410-411).
Este
episodio, además de ser muy divertido y de caracterizar como iluso e impulsivo
a Santa Anna, revela parte de la estructura profunda de la obra, de la intriga:
desde que inicia la novela, Santa Anna se propone lavar su imagen ante la
historia, y al oír su versión, prácticamente nos convence de que es un héroe,
un patriota y un ser humano excepcionalmente bueno. Pero la voz de los otros de
cuando en cuando irrumpe para decir lo contrario. Esto ocurre a lo largo de
toda esta obra. Uno de los primeros cuya opinión contradice en lo público a la
autoimagen de Santa Anna es Benito Juárez, en tanto que su esposa Dolores Tosta
es la primera en hacerlo en la esfera de lo íntimo; por consiguiente, esta
autoimagen idealizada choca con la que tienen de él su propio padre, Juárez,
Sebastián Lerdo de Tejada, Iturbide, Simón Bolívar, sus dos esposas, su hijo
natural de nombre José, los texanos, Maximiliano de Habsburgo y Juan Tezozómoc,
entre otros.
Dado
lo controvertido y encantador del protagonista, es importante que Serna adopte
esta estrategia discursiva para “amarrarse el dedo” y tomar distancia de Santa
Anna; es decir, por un lado logra enganchar al lector con el charm del personaje protagónico, pero no
se compromete a absolverlo ante la Historia; no obstante, la novela ayuda a
poner en claro algunas cosas: la traición de Santa Anna no fue el haber vendido
la mitad del país, como se le atribuye frecuentemente, pues ésta la vendió J.J.
Herrera (quien por cierto tiene en Xalapa una calle a su nombre), sino por la
de ponerse estúpidamente a las órdenes de Maximiliano de Habsburgo, quien lo
despreció. Pero a causa este desliz Santa Anna fue juzgado –literalmente- y el
veredicto fue: “Culpable de traición a la patria”. Este episodio no le trajo
ningún beneficio al protagonista de esta novela y nos muestra la fragilidad de
la inteligencia y la suerte del ser humano: Santa Anna le apostó al bando
equivocado y perdió. Perdió hasta el honor, porque no quedó como pendejo, sino como traidor a la patria.
Todo
lo anterior es importante, pero hay muchas otras frases más dignas de ser
resaltadas: “El trabajo bien pagado es el trabajo más productivo” (Serna,
p.159). Esta frase surge de un comentario que Poinsett le hace a Santa Anna:
“–¿Cuánto ganan sus peones?
–Real y medio o dos reales de
jornal, como en todas partes.
–Eso lo explica todo –Poinsett
chasqueó la lengua–. Este pobre país no ha salido del atraso porque los dueños
de la tierra explotan a los indios como si fueran bestias.
–Óigame –le reclamé–, aquí por lo
menos no existe la esclavitud.
–Le aseguro que nuestros esclavos
viven mejor que sus peones…” (Serna, p.159)
Este
diálogo pone el dedo en la llaga sobre uno de los problemas cruciales de México
que aún persisten: la sobre explotación de las clases trabajadoras, la avaricia
de las clases dominantes y el obstáculo que significa para el país la política
de salarios mínimos, los cuales son notoriamente insuficientes para que un
padre de familia pueda disfrutar de los derechos que le confiere el artículo
123 constitucional. Este fenómeno, a su vez, es un freno para los emprendedores
mexicanos de clase media: no pueden vender a buen precio sus productos o
servicios porque, como la gran mayoría de los mexicanos está empobrecida, ésta sólo
adquiere lo mínimo indispensable para sobrevivir y de preferencia cazando
ofertas.
Todo
este tipo de frases le dan un carácter prospectivo a la novela y por todas
partes se pueden encontrar más y más ejemplos: “Los tiranos creen que el poder
se conserva a punta de bayonetas. En México no es así: basta con repartir a la
masa un puñado de cohetes y unos barriles de pulque.” (Serna, p. 201). Esto es
otra versión del famoso “Dar pan y circo” de los romanos; lo que, en términos
más técnicos y modernos, es la base de la teoría de las prestaciones sociales,
del Estado Benefactor y contrasta con la idea de militarizar al país que se ha
estado aplicando en México desde el año 2005.
Los
episodios de las guerras de Texas, de los pasteles y la del 47 están bien muy
documentados y Enrique Serna aprovechó muy de cerca toda esta información, las
cuales fueron narradas de tal manera que se siente la acción y las emociones de
una manera muy vívida, pues tienen una gran verosimilitud; y, en el caso de
gente como el que estas líneas escribe, se puede decir que muchos de estos
episodios le dan un plus por ser habitantes de las ciudades de México y de
Xalapa, por haber paseado alguna vez en la hacienda de El Lencero, por Cerro
Gordo, La Antigua, el Convento de Churubusco, etcétera. Aunque son hechos que
ocurrieron en otra época y los sitios pueden haber cambiado, la imaginación
vuela un poco más al saber que tanto el protagonista como el lector hemos
estado en el mismo sitio, bajo la misma temperatura solar, atacados por los
mosquitos, bañados por los mismos ríos y los mismos mares, o que hemos
respirado el aire de la misma región y reposado bajo la sombra de los mismos
árboles. Esto puede suceder lo mismo en el castillo de Chapultepec o en el
convento de Churubusco, que en la Hacienda del Lencero, las caballerizas de
Santa Anna, el casino xalapeño, el salón de actos de la escuela preparatoria
“Juárez”, el castillo de San Juan de Ulúa o la plazoleta del mercado de San
José, en Xalapa.
Otra
frase prospectiva es la que dice “en este país el que juega limpio, limpio se
va a su casa…” (Serna, p. 285), que coincide con un deshonesto dicho actual:
“En México, el que no transa, no avanza”. La corrupción es un atajo que debe
ser tomado con fines pragmáticos y es un mal que está extendido por todas las
arterias del México contemporáneo. Pero, como se ve en la novela, este cáncer
no es algo de reciente aparición.
Serna
cita una obra que leí en mi juventud y de alguna manera me marcó, por ser
mexicano; se trata de unos Apuntes para
la historia de la guerra entre México y Estados Unidos. Esta obra me
predispuso contra Santa Anna. Yo leí la edición del siglo XXI, anterior a la
consultada por Serna, que es de 1994, publicada por Conaculta. En la edición del
Siglo XXI aparece al principio del libro un facsímil con la prohibición que
hiciese Santa Anna en su momento, censurándola. Respecto de esta obra, el
protagonista de El seductor de la patria
dice:
“Eso
lo saben de sobra los políticos avezados como Gómez Pedraza, que en el año 48
encargó a sus secuaces del partido moderado unos Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos,
en los que no se me trata de traidor, pero sí de engreído y mal estratega.
Según los Apuntes, la guerra se
perdió por mis errores en la planeación de la campaña por no tolerar que ningún
subalterno me hiciera sombra y por elegir mal el terreno de las batallas.”
(Serna, p.347). Aquí está el meollo del asunto. Santa Anna no perdió las
guerras por traidor, sino por “ver pendejos
por todas partes”. Este rasgo de personalidad le costó muy caro no sólo al
protagonista, sino a México, a América Latina e incluso al mundo entero.
Otra
frase prospectiva que muestra una de las razones por las que México perdió la
guerra del 47 (y por las que cada cuatro años pierde en las Olimpiadas y en el Campeonato
Mundial de Futbol y otros deportes) es la siguiente:
“En
otros países el general en jefe puede dedicarse desde que toma el mando a
profundas meditaciones estratégicas, a dirigir movimientos de tropa que deben
ejecutarse con precisión y oportunidad. Aquí el desgraciado a quien se llama
general en jefe tiene que buscar por sí mismo el socorro del soldado, su
vestuario, los pertrechos y todo el material de guerra, con el riesgo de quedar
en la ruina si los negocios públicos tienen mal resultado.” (Serna, p. 353)
Puedo
decir que en la actualidad, no sólo los generales están en la misma situación.
Como productor artístico lo pude constatar en carne viva: en el 2015 produje un
evento muy ambicioso, pero los negocios públicos andaban en muy mal estado: el
dinero salió de mis bolsillos sin retorno y acabé con una fuerte deuda económica.
Pero esto ha sido durante casi toda mi vida artística, desde 1977. Por esta
razón, uno de los protagonistas de mi futura novela El abogado de causas perdidas está inspirado en un personaje de la
vida real que incursiona en la política y la administración deportiva pública;
y, antes de caer en desgracia, pasa por la situación de estar mendigando los
apoyos financieros para poder operar; de hecho, su rebeldía puede ser una de
las causas de su caída. Pero dejemos que sea Santa Anna quien desarrolle un poco
más el tema:
“En
su descargo (de Gómez Farías) debo reconocer que luchó a brazo partido por
obtener fondos, pero se topó con la mezquindad apátrida de las familias
acomodadas, que fingieron sordera o abandonaron al país con tal de no hacer
donativos al tesoro público.” (Serna, p.354).
La
cita anterior me motiva a hacer la siguiente pregunta retórica ¿Han cambiado
las cosas en el México actual? De esta mezquindad se nutre el episodio de la
deserción del soldado Juan Tezozómoc, cuya traición es importante en la pérdida
de varias batallas en la ciudad de México: las condiciones lamentables de la
tropa mexicana se debían a la falta de presupuesto para equiparlos, armarlos,
alimentarlos, trasladarlos y mantenerlos en buenas condiciones de salud, lo
cual resultó en una gran mortandad antes, durante y después de los combates.
Los que podían, huían o se pasaban al enemigo. La palabra “patria” no tenía
ningún sentido para ellos como tampoco la tiene hoy con el que emigra, quien
podría decir que “no me voy porque no quiero a mi patria, sino porque es mi
patria la que no me quiere a mí”.
Una
cita chusca, pero que tiene una verdad escondida, es la que dice “hombre de
finos modales que tuvo el tino de obsequiarme un quintal de café con mi mezcla
preferida de granos: caracolillo de Huatusco y planchuela de Coatepec.” (Serna,
p.417). Esto fue dicho ¡en Colombia! Santa Anna ¿Era naco o conocedor? La
verdad es que un buen café de Huatusco o de Coatepec puede superar en calidad
al café colombiano, pero al café de Huatusco se le desprecia a causa de ser
barato y de no tener bien establecidos sus canales de distribución
internacionales.
Las
citas que he comentado sólo son la punta del iceberg de una gran cantidad de
momentos apasionantes, pintorescos, íntimos, divertidos, prospectivos o de
acción intensa que mueven a la reflexión, la risa o la compasión. Pero no hay
espacio aquí para citarlos a todos, así lo que cerraré con una última cita:
“–Soy un miserable –Continúa el
moribundo–. Traté a la patria como si fuera una puta: le quité el pan y el
sustento, me enriquecí con su miseria y su dolor.
–Calle usted –Lo interrumpí–. El
héroe de Pánuco no debe hablar de esa forma.
–Pero es la verdad. México y su
pueblo siempre me han valido madre…” (Serna, p.512).
Con
esta última cita, que es con la que concluye la novela, Serna nos demuestra que
el profesor de Leyes de la Universidad Veracruzana, quien dijo en clase que Antonio López de
Santa Anna fue el primer político mexicano moderno, no andaba tan equivocado.
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Interesante ensayo. En estos momentos estoy leyendo el libro.
ResponderEliminarFelicidades, muy buen análisis sobre el libro, y mejor reflexión sobre nuestro país
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