Una grata sorpresa para mí
fue enterarme que Ana Moura cantaría en Xalapa un programa donde los fados eran
el platillo principal. Vinieron a mi mente recuerdos: mis padres tenían dos
discos de vinilo de 45 RPM con fados, hace ya medio siglo. Recuerdo en especial
uno, del Hermano da Camara, quien cantaba, entre otras O brinco da tua orelha, cuya letra, traducida al castellano, diría
más o menos “El arete de tu oreja, siempre se está meneando. Me gustaría dar un
beso, donde tu arete te los va dando. Tiene un topacio dorado, ese arete de
plata; un rubí muy encarnado, y una otra piedra fina. ¡Lo que yo sufro cuando
lo veo airoso meneándose! Daría todo por un beso, donde tu arete te los va
dando”. Esos arcaicos discos fueron mi primer encuentro con el fado, cuando yo
salía de la adolescencia. También me encontré por aquella época con el fado Blanquita, de Amalia Rodrigues. Don
Miguel Ángel Gómez (el alma y fundador de las Guitarras Xalapeñas) lo tocaba en su guitarra y a mi me parecía que
había nexos entre el tango argentino y el fado portugués. “Estás loco”, me decía
la gente cuando hablaba de esa presunta semejanza. “No hay punto de contacto”.
Nunca lo creí. Quizá un análisis antropológico-sociológico-musicológico
demostraría que es muy probable que este género haya viajado de Portugal a
Brasil y de ahí a Argentina hasta mezclarse, a través de complicadas
hibridaciones culturales. Por ejemplo, los Cinco
Latinos grabaron una canción que se llama Ya no estás más a mi lado, corazón, que tiene un no se qué de fado.
¿O me equivoco? O viceversa: hoy se sabe que la chacona es un género que salió
de Tampico y llegó hasta Europa hasta que J.S. Bach escribió la famosa chacona de
la partita para violín en re menor. Tuve que esperar décadas, quizá hasta medio
siglo, hasta que apareció Ana Moura, frente a mí, a unos escasos metros, y no
resistí preguntarle: ¿Hay algún parentesco o afinidad entre el fado y el tango
argentino? Al principio la desconcertó mi pregunta, tal vez por las pequeñas
diferencias que hay entre el portugués y el castellano. Más, en cuanto entendió
mi pregunta, contestó:
-Yo creo que sí, y es la
particularidad de cantar la música con profundidad, algo que no es muy pensado
estéticamente, sino que es desde adentro. (Y apoyó su dicho con un movimiento
de manos que indicaba el carácter visceral de ambos géneros).
Hay algo en el fado que es
exclusivo de los portugueses y algo que es común a todo el mundo latino. La
guitarra portuguesa, como la presentó Ana Moura en el Teatro del Estado, tiene
aspecto de mandolina o de laúd medieval. Me parece que se llama faborda. Y su sonoridad de cuerdas
dobles o triples, me recuerda a los tumbaos
y guajeos del tresillo cubano. Y, sus
contracantos, a las requinteadas de
los boleristas mexicanos (los Panchos, Los Ases, Los Diamantes, etc.). A su
vez, los tríos mexicanos tienen una fuerte influencia sudamericana y caribeña.
Bien decía Béla Bartok que destinar por un año a la musicología lo que la
humanidad invierte en gasto bélico, demostraría que sólo hay una raza humana,
la cual ha viajado por el tiempo y el espacio dejando su huella musical por
todas partes. La musicología rastrearía ese trayecto y demostraría que las
guerras no tienen razón de ser.
La voz de Ana Moura,
mezzosoprano o quizá contralto, está llena de sensualidad y de saudade, una de las primeras palabras
que aprendí del portugués. Quizá la primera fue corazao, a causa de los fados del Hermano da Camara. Mi
predilección por el fado, hace medio siglo, me hizo sentirme como un bicho
raro: a mis compañeros de escuela les gustaban los Beatles, los Rolling Stones.
O el Bossa nova. Pero no conocían el
fado; sin embargo, el pasado jueves 31 de octubre, me llevé un ramillete más de
sorpresas: Ana Moura también cantaba en inglés y ya lo había hecho con los Rolling Stones. Y, en el Teatro del
Estado, me encontré con una multitud de excompañeros de la Prepa: Bertha
Rebolledo, Rocío Cházaro, Guillermo de la Luz Uscanga, entre otros. También me
enteré de que el fado ahora está reconocido como patrimonio de la humanidad.
Todo esto me parece un giro de 180 grados. Lo que me parece notable es que Ana
Moura tiene un conjunto musical basado en la combinación tradicional
portuguesa, pero reforzado con una batería de jazz, un bajo y un piano
eléctricos. Esto le permite enriquecer el fado y el folklore del norte de
Portugal con elementos de jazz y otras culturas musicales, sin perder su
esencia portuguesa. Es decir, cuando quiere canta al estilo tradicional
portugués y cuando no, experimenta con elementos de otras culturas sin perder su
esencia nacional. Esto le permite impactar en una gama más grande de
espectadores. La suya, me parece que es una propuesta acertada que mantiene un
equilibrio entre tradición y modernidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario