Uno de los compositores que más conflicto de
aceptación me crea, es Richard Wagner (22 de mayo de 1813-13 de febrero de
1883). En primer lugar, fue un gran compositor, con excelente dominio de la
orquesta y una gran capacidad para la dramaturgia, cualidades que le valieron
para posicionarse como uno de los tres mejores compositores de ópera de todos
los tiempos. Pero, según Aaron Copland, lo mejor de Richard Wagner ocurre en el
foso de la orquesta: el Preludio a
Tristán e Isolda, La Muerte de Sigfrido, el Preludio al Holandés Errante, los preludios a los actos I y III de Lohengrin, y La
Cabalgata de las Valquirias, la cual me remite a Apocalypsis Now de Francis Ford Coppola. Aunque mi interés reciente
en este filme se debe a la necesidad de analizar la edición de Walter Murch,
justamente este afán me llevó a la escena de los helicópteros con marines
norteamericanos atacando una humilde aldea de pescadores y campesinos
vietnamitas.
-Esto es guerra psicológica- dice el personaje
principal, desde su helicóptero, y hace sonar como música de fondo La Cabalgata de las Walkirias, la cual
se oye magnífica en las bocinas del cine, como saliendo del helicóptero.
Y la guerra psicológica, creo que no iba
dirigida exclusivamente hacia los vietnamitas, sino al público bien informado:
Wagner era el compositor favorito de Adolfo Hitler, y, en vida, escribió
escritos antisemitas. En ese momento, los norteamericanos quedaron equiparados
a los nazis: soldados imperiales agrediendo con ventaja tecnológica a un pueblo
notoriamente humilde, y, para colmo, inspirados por la música favorita de quien
pregonó el racismo y la superioridad de la raza blanca. Francis Ford Coppola,
inteligentemente, se deslindó de inmediato del punto de vista del protagonista,
al mostrar a una esbelta joven vietnamita, con cuerpo de adolescente, que se
acerca a uno de los helicópteros, sin que los marines se den cuenta a tiempo, y
les arroja una granada al interior del aparato, el cual explota casi de
inmediato. La vietnamita no corre la suerte de la protagonista de Los juegos del hambre, pues la persigue
otro helicóptero y termina acribillada por la espalda a causa de una ráfaga de
ametralladora; esto es, muere asesinada en un acto de cobardía, en todos los
sentidos. Después de esta escena, es difícil que una persona sensible siga siendo
partidaria del bando norteamericano. Siempre he creído que las mejores
películas bélicas son las antibélicas: Patrulla
Infernal de Stanley Kubrick, Hermandad
de Guerra de Taegukgi Hwinalrimyeo, La Conquista del Honor y Cartas desde Iwo Jima de Clint
Eastwood, por citar algunas. La escena de los helicópteros de Apocalypsis Now no sólo es un ejemplo de
un excelente manejo de la imagen, de una edición impecable de material visual
tomado por ocho cámaras en movimiento, sino de una combinación psicológica de
música e imagen: justo como lo hacía Wagner en sus óperas. Qué paradoja. Los
personajes de Wagner por eso son tridimensionales. El director de orquesta
Zubin Meta lo sabía y por eso se atrevió a hacer un programa entero con música
de Wagner en Tel Aviv. La idea era separar la belleza musical de las tonterías
racistas del compositor. Ocurrió que los israelitas mayores de edad se
sintieron insultados y se retiraron del teatro, en medio de innumerables
protestas. Y no era para menos: cuando los nazis dejaban salir el gas letal
para envenenar a los prisioneros judíos encerrados en los campos de
concentración, como guerra psicológica, hacían sonar la música de Wagner. ¿Si
éste hubiera sabido lo que Hitler haría con su música en el futuro la habría
compuesto? ¿O le habría aplaudido al genocida? Lo cierto es que Richard Strauss
se erigió en el principal continuador de Wagner y compuso excelentes óperas
como Salomé y Elektra. Más Richard Strauss era amigo del judío Stephan Zweig y,
aunque llegó a ser la máxima autoridad musical de Hitler, la amistad con este
escritor judío terminó por arruinar la carrera del autor de Salomé. Además, Strauss componía
“sumando”. Karl Orff, el compositor de Carmina
Burana, en cambio, componía “restando”. De modo que el músico que se
ajustaba perfectamente a los preceptos
nazis para el arte no era Strauss, sino Karl Orff, cuya obra, está escrita
decididamente para las masas. Me gusta la música de Wagner, en especial la
ópera Tristán e Isolda, pero me repugnan
los crímenes de guerra del nazismo. Ese es mi conflicto con la música de
Wagner. Y con la de Orff.
Me parece que esta sera la eterna (y en ocasiones trágica) paradoja en el arte: su espíritu universal y glosolalia dimensión harán de ella la materia prima para sin fin de usos ideológicos y pragmáticos sin reparar en distinciones. Aquí tiene la ultima palabra el juicio particular y privado sobre la interpretación concreta y publica.
ResponderEliminarAunque sea un concepto pasado de moda, prefiero el arte por el arte. Desgraciadamente, la cultura es un arma de guerra. Cuando debería ser un instrumento de paz.
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