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sábado, 30 de mayo de 2020

CRÓNICAS PANDÉMICAS. CAPÍTULO 23.


CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 23.

    Ya es treinta de mayo. Llegué vivo al final de la primera etapa: el COVID se pega a los 5 días, mayo termina dentro de dos, por lo tanto yo salgo vivo de la primera fase de la cuarentena; sin embargo, Veracruz está en semáforo rojo o naranja, no lo tengo claro. Lo que sí tengo claro es que la academia de escritores de Ramiro Wallace va a reiniciar labores del 10 de agosto. Epifanía puede hacer lo mismo. Salió otra convocatoria de la SECVER. Vamos a por ello, como dicen los gallegos.
   Algo traumático ha sido el mantenimiento de mi computadora: por un lado enciende más rápido y los programas que funcionan hacen en menos tiempo sus tareas. Pero hay muchos otros que no. Cada vez que la enciendo me pregunta ¿Actualizar la máquina del tiempo? Es urgente. ¿Y si es un virus? Me vuelve a decir “Si actualiza la máquina del tiempo, su mac correrá como un Ferrari de carreras último modelo." Ya he tenido experiencias desagradables con esos antivirus; aunque, la verdad dicha sea de paso, mi compu ya necesita mantenimiento. Le doy click, pues.
      En la pantalla de la computadora de la máquina del tiempo, se despliega un mensaje de error: «El programa se ha detenido porque el usuario ha intentado avanzar demasiados años.» En cambio, en la pantalla de la mac de Jaime, se abre un programa parecido al Youtube, pero distinto, donde se ve que unos velociraptores se acercan a toda velocidad a una burbuja mecánica, la que de repente es tragada por una nube negra y desaparece. La siguiente escena ocurre entre el treinta de junio y el primero de julio de 1520. La oscuridad del lugar se atenúa con las antorchas de los aztecas y las flechas encendidas que ellos lanzan para divisar a sus enemigos. Un puente hecho de troncos se quiebra y muchos conquistadores caen al agua. Vienen llenos de oro azteca. Se hunden en el lago. Sólo salen a flote Don Catrín y Javier Berlanga.
    –¿Qué carajo está pasando?
   –Me parece que estamos en Tenochtitlán, 1520–, dijo Javier.
   –¿Cómo lo sabes?
   –Estamos en el Puente de Alvarado. Se acaba de romper, a causa del peso de los gachupines.
   –Vamos a por el oro–, dijo Pedro de Alvarado.
   –Me cago en la ostia –dijo Hernán Cortés–. Les dije que viniéseis ligeros y os habéis atascado de oro. Corred los que podías.
    –Entonces, podemos cambiar el curso de la historia y apresar a Hernán Cortés.
   –Estás loco. Tú y yo hablamos español. Los aztecas nos sacrificarían a sus dioses. Tenemos que unirnos al conquistador y salir de aquí.
   Una flecha azteca atraviesa el sombrero de copa de Don Catrín, quien también se pone a la fuga. La noche les ayuda a escapar. Se unen al ejército diezmado de Hernán Cortés y los tlaxcaltecas. Caminan varias horas. Llegan a Popotla. Hernán Cortés se acurruca al pie de un árbol enorme, se lleva las manos a la cara y llora. Al día siguiente, Don Catrín y Javier Berlanga logran hablar con el capitán de las fuerzas de Castilla.
   –Usted va a ganar esta guerra, no se desanime, mi capitán –Dijo Javier.
   –¿Por qué venís vestidos así? –Dijo Hernán Cortés, en español del siglo XVI.
   –Verá. Venimos del futuro.
   –¡Rediez! ¡Que me habéis alegrado el día! ¡Coño! ¡Qué sandez tan graciosa!
   –¿Por qué lo ayudas? –Preguntó en secreto Don Catrín–. Toda la vida política de mi autor primigenio fue para independizar a México de los gachupines.
   –Porque necesitamos regresar al siglo XXI.  Si la historia cambia de curso, ni tú ni yo naceríamos. Ni nuestros autores.
   –¿Así que vosotros venís del futuro? 
   Don Catrín estaba más cerca en el tiempo con el capitán que Javier. De modo que entendió casi todo lo que decía.
    –Sí –, dijo Don Catrín.
   Los amigos le dieron pormenores de lo que iba a suceder a corto y a mediano plazo.
   –¿Así que voy a tener un hijo de Doña Marina? Es un secreto que me tenía muy bien guardado ¿Puedo acompañaros al siglo XXI? Es que tengo que ajustar cuentas con un tal AMLO y un diputado de Morena. Es una cuestión de honor y por tanto, merece un combate a muerte.
   –¿Cómo lo sabe? –Dijo Javier, dirigiéndose a Don Catrín, para que lo tradujese al castellano del siglo XVI.
   –Doña Marina y uno de mis soldados tienen percepción parapsicológica y me han informado que estos hombres me han declarado la guerra. Pero, muerto como estaré dentro de 500 años, no podré hacer nada para defenderme. En especial me ha ofendido el diputado de Morena, quien dice que mis restos son un foco de infección.
   –Después de quinientos años eso no es posible. No hay virus ni bacteria que resistan el paso del tiempo –dijo Javier–. Veremos qué podemos hacer. Permítame deliberarlo con mi acompañante.
   –Vale, tomaos vuestro tiempo. Pero no os tardéis demasiado.
   Javier y Don Catrín evaluaban la posibilidad de enviar al capitán al siglo XXI y vendérselo a los fifís, quienes estarían encantados de ver cómo en un combate de cuerpo a cuerpo el capitán aniquilaba no sólo a AMLO, sino al diputado. Se estaban poniendo de acuerdo en la cantidad, cuando la computadora de la máquina del tiempo empezó a pitar. Tenía un mensaje: «Tomen su asiento y abróchense el cinturón de seguridad de inmediato. Queda un 5% de batería y voy a operar en modo ahorro.» De esta manera, fueron trasladados de regreso al futuro sin la compañía del capitán.
   Con esto hemos llegado al fin de la primera temporada. El autor necesita un descanso y las cosas parece que regresan a su normalidad: el presidente va a dar el banderazo de salida del Tren Maya el próximo martes en uno de los estados donde el semáforo estaba en rojo y los fifís están haciendo su convoy anti AMLO.
   Jaime tuvo que salir ayer al banco. La aplicación de su banca móvil no funcionaba y tenía que pagar varias deudas. Además de retirar dinero, fue a indagar qué pasaba. Pero la sucursal cercana a su casa estaba cerrada por la contingencia sanitaria. Tendría que ir a la del centro, habitualmente abarrotada de usuarios. Por la noche, cenó un par de tacos árabes y dos cervezas de marca "Corona". El virus no me va a detener. 
   Me levanté con un dolorcillo de cabeza, la garganta algo reseca: me pica. Tengo un poco de flujo nasal. A causa del calor dormí protegido nada más con una sábana. Pero llovió durante la noche y se enfrió algo el ambiente. Nada que no se me pueda curar con un par de aspirinas y un café negro.. ¡Qué extraño el comportamiento de la computadora! Ahora Don Catrín y Javier Berlanga están en el convento de Churubusco, el día 20 de agosto de 1847. Las fuerzas mexicanas se rinden. El general Robert Lee los toma prisioneros. Los lleva a un cuartito bastante oscuro del claustro que improvisa como celda de prisión. Al revisar los bolsillos de la casaca de Don Catrín encuentra dos lingotes de oro azteca que los españoles habían fundido.
   –Where are the rest of your gold? –Les pregunta.
   –No te understaneo veri güel –Dijo Javier–. ¿Cantiú repetir tu mí? Í don't spík ínglish.
   –Listen to me, for the last time, asshole: the gold or your fucking lifes.
(Continuará el 15 de junio)
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