CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 13.
El hombre de 68 años dormía como un tronco. En el sueño recordaba un
episodio de la infancia que lo avergonzó muchísimo:
«Cómo me has hecho sentir mal esta mañana, ¿cómo se te
ocurrió meterte a la casa de la señora Mirna sin su permiso? ¿No te podrías
haber esperado a que llegara? Tocaste la puerta y no te abrieron. Lo hiciste
varias veces. Pensaste que no te contestaban por un desprecio. Y, en vez de
retirarte o esperar, te brincaste la barda, y al ver una ventila abierta, te
metiste por ahí, poniendo en riesgo tu integridad física. Para colmo, esa mujer
era la agregada cultural de la República de Nicaragua. Hizo un escándalo. Te
trató como delincuente y le echó la culpa a tus padres por haberte maleducado,
siendo que ellos para nada estarían de acuerdo con lo que hiciste. Pero palo
dado ni Dios lo quita. Te salvó el hecho de ser menor de edad, de lo contrario
habrías acabado en la cárcel. Entiende: cometiste un delito muy grave:
allanamiento de morada. Lo bueno es que no se te ocurrió robar ni romper nada.»
“Vamos, describa un
poco más lo que ocurrió con este hombre el día de ayer”, decía la misteriosa y
omnipresente voz.
«El día de ayer vi
que llegó al Superama una pareja: el
hombre, de 68 años; la mujer, de 39. Venían en un Tsuru escarlata con la pintura bastante deteriorada, pues se nota
que es un modelo de hace 16 años. La mujer se bajó en la entrada del súper.
Verificaron que traía el cubre bocas puesto y le untaron un gel antibacterial
en las manos. El hombre se llevó el automóvil a un sitio del estacionamiento
donde había unos arbolitos que proyectaban una media sombra, que él aprovechó
para estacionarse ahí y esperar mientras la mujer salía del almacén. Sacó una
libreta roja y se puso a escribir algo; luego, tomó su teléfono móvil y empezó
a examinar algo en su pantalla. Después retomó la escritura hasta que un par de
llamadas lo interrumpieron. Él, a su vez, hizo dos llamadas. Al parecer, no le
respondieron, pues en seguida se dedicó a escribir un par de mensajes y se bajó
del auto. Se encaminó a la entrada de autoservicio, se colocó un cubre bocas y
una careta de plástico transparente de fabricación casera. Al igual que a la
mujer, le rociaron gel antibacterial en las manos. Tomó un carrito y se dispuso
a recorrer toda la tienda, empezando por el área de frutas y legumbres.
Compró naranjas,
pepinos, un melón chino, aguacates; pero, al parecer, no encontró lo que
buscaba, pues dio varias vueltas por las góndolas de frutas y legumbres. Se
encaminó al área de alimentos enlatados, tomó unas latas de huitlacoche, otra
de ate de membrillo con chamoy, pero siguió buscando afanosamente algo que no
encontró.
Posteriormente se
encaminó a las áreas de salchichonería y cárnicos, de donde tomó dos tubos de
queso de cabra, un paquete de tocino, carne molida, carne para hamburguesas con
tocino, varias fajitas de carne de res para asar y un par de pechugas de pollo.
Se topó con la mujer de 39 años.
–Me dijeron que
compraras arroz integral, pero no me tomaste las llamadas.
–Es que estaba
usando el celular para comunicarme con BANAMEX. ¿Tú crees que me aplicaron el
descuento pero a la tienda no le comunicaron nada? Por eso la tienda no surtió
mi pedido.
–Bueno, yo voy a
comprar algunas cosas ¿Dónde nos vemos?
–En el café Bola de
Oro que está en la entrada.
El hombre de los 68
años tomó rumbo a la panadería, en tanto que la mujer avanzó en sentido
contrario. El hombre se detuvo, vio pasar a otro hombre que traía una careta de
plástico casera similar a la suya. Se miraron con aire de complicidad, pero no
se saludaron. El hombre de sesenta y ocho años solicitó un producto a los
panaderos de la tienda.
–Oye ¿Tenemos pan de
aceite de oliva?
–No lo trabajamos.
Decepcionado, el
hombre de sesenta y ocho años giró hacia la derecha. Buscaba algo con cierta
impaciencia, pero sólo se topó con una decepción mayor: en la última vez que
había visitado el lugar, había una nutrida cava de vinos y licores, que
invitaba a la buena vida. En su lugar había una enorme farmacia de tonos
blancos y grises. Esas tonalidades, en el Lejano Oriente, son colores de
enfermedad y muerte. Retrocede un poco y advierte que hay un pasillo con
licores. Pero un par de cintas policiales de plástico amarillo con caracteres
negros indican a los clientes que está prohibido pasar a esa área. Pegada a las
botellas de Whiskey que quería comprar, hay una cartulina que dice “Por
disposiciones de la Secretaría de Salud, lamentamos decirles que durante la
cuarentena está prohibida la venta de bebidas alcohólicas”.
Sobreponiéndose a la
frustración, el hombre de 68 años se encaminó al área de cajas. Trae el carrito
lleno de mercancías. La cajera le comenta a un compañero de trabajo que “éste
ni disimula”. El hombre paga una cantidad con dinero en efectivo y el resto con
una tarjeta bancaria. Pide permiso para llevarse el carrito hasta su automóvil,
puesto que el oficio de “cerillos” desapareció a causa de la restricción del
uso de bolsas de plástico. Se encuentra con la mujer de 39 años, quien le deja
encargado su carrito –que también viene lleno– y se dirige al área de
sanitarios. Cuando ella regresa, el hombre hace lo mismo. Una vez satisfechas
sus necesidades fisiológicas, ambos salen del almacén. Una empleada los escanea
con un dispositivo de mano. El hombre de 68 años piensa que les están
induciendo el covid-19 mediante tecnología 5G. A la mujer de 39 no le importa.
A la hora de estar
subiendo la mercancía a la cajuela del automóvil, la mujer hace un movimiento
brusco y riega el té chai que compró en el café Bola de Oro sobre las
mercancías de su carrito. Se queja. El hombre le ayuda a secarse, con un
Kleenex que trae en el bolsillo. Una vez colocadas todas las compras en el
automóvil, se suben a él, arrancan y se van. El viene viene al que le dio una moneda por anticipado para que le
“echara aguas” mientras movía el carro en reversa, desapareció con los carritos
del súper, sin cumplir con la misión efímera para la cual fue contratado por el
hombre de 68 años.
Al llegar a su casa,
los otros familiares los rociaron con Lyssol,
les obligaron a limpiarse los zapatos con una jerga llena de cloro que está
sobre el tapete de bienvenida y les ayudaron a bajar las mercancías. La mesa
estaba llena de bolsas, ya pasaban las tres de la tarde, de modo que abrieron
brecha y cada quien en el poco espacio que pudo lograr, tomó un plato, le hizo
unas rebanadas al pollo rostizado que acababan de comprar, abrieron una bolsa
con una ensalada de lechuga y otros vegetales “lista para servirse” y pusieron
unas tortillas en un comal. El hombre de 68 años tomó “un caballito” de vodka
sin rebajar y le echó salsa de chile habanero verde a los cuatro tacos de pollo
que se comió. Por la noche, abrió una bolsa de frijoles recién comprada, puso seis
sopes de nopal que compró en Superama
en un sartén con aceite hirviendo. Cuatro para él, dos para su esposa. Les
colocó queso de hebra encima, los metió al micro por un minuto, a fin de
derretir el queso y finalmente los decoró con cuadritos de cebolla picada. Al
comerlos hacía gestos de placer. Al parecer no le quedaron tan mal. Acompañó la
cena con una taza de té que él se prepara con manzanilla, te verde y hojas de
diente de león. Según él, que es para resistir al coronavirus. Además, tomó una
cápsula de vitaminas, otra de cloruro de magnesio y dos aspirinas de 500
miligramos. A las dos de la madrugada sentía unos horribles retortijones en el
estómago, en tanto que le parecía que los intestinos se le desgarraban por el
ardor. Corrió al retrete. Tuvo que ir en varias ocasiones al gabinete. Al
final, se dio cuenta de que tenía diarrea a la vez que sentía que le iba a dar
un infarto. Se recostó sobre su costado izquierdo y logró conciliar el sueño.»
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Me encanto, pero no desinfectaron la compra, ya es la nueva moda también. Saludos
ResponderEliminarTal vez por eso le dieron los retortijones en la noche. Un descuido imperdonable, ja ja.
ResponderEliminarLa historia nos va llevando por los caminos de una nueva realidad, de manera muy sencilla, diáfana y precisa.
ResponderEliminarComo acotación, me surgió una inquietud ...que, de inmediato, consulté y ya despejé: aprendí!
... POR COMPARTIR: GRACIAS!
Mi duda era la siguiente palabra:
ResponderEliminar¿Se dice retortijón o retorcijón?
Ambos vocablos, retorcijón y retortijón, son correctos para referirse al 'retorcimiento o retorsión grandes, especialmente de alguna parte del cuerpo',
de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española (Madrid: Espasa Libros, 2014).
Bueno, yo pensé en "retortijón", pues así se dice en mi país (México), y consulté un diccionario práctico del estudiante que trae los escudos de la RAE y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, y dice "Retortijón. Dolor breve y agudo en el vientre. "Tiene retortijones y diarrea" (justo lo que le pasó a mi personaje). El Pequeño Laruosse Ilustrado, por su parte, dice que "retorcijón" equivale a "retortijón", pero que se emplea en Argentina. Chile, Colombia y Guatemala. Y respecto a "retortijón", el Larousse, como segunda opción, dice que en España equivale a "acción de retorcer una cosa." Lo dije en el sentido del dolor agudo y repentino en el vientre; aunque, claro, se le están retorciendo las tripas o al menos eso es lo que siente el personaje. Uno de los síntomas del COVID19 puede ser diarrea.
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