CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 14.
CAPÍTULO 14.
Afortunadamente
concilié el sueño, no tuve más retortijones, acidez ni diarrea. Mucho menos un
infarto. Seguramente se debió al cloruro de magnesio combinado con las
aspirinas. Estoy perfectamente bien. No así mi hijo, quien sigue luchando
contra la lombriz de Vietnam: dejó huevecillos y éstos son resistentes a todos
los antibióticos conocidos en México. Abro el Whatsapp. El
Fifí Número Tres me comparte un meme de AMLO. Está diciendo que ya aplanamos la
curva, pero tiene de cabeza la gráfica; esto es, la enfermedad sigue al alza y
no se le ve para cuándo. Me levanté sin rastro de enfermedad alguna y con
muchas ganas de trabajar. Para calmar un poco mis ansias de torero, le di
vueltas al comedor durante media hora y después le ayudé a mi esposa a sacar el
agua que se metió a la sala después de la última tormenta. Acabé sudando.
Vuelvo al Whatsapp. Mis
amigos los fifís Número Uno y Número Dos me previenen de que AMLO acaba de
lanzar una iniciativa de ley para indagar qué fortunas son mal habidas. Un
avance del comunismo para expropiarle su dinero a la gente que trabaja y se ha
hecho de un patrimonio de manera honesta, según ellos. Yo no tengo nada que
temer pero sí me da nervio que pudiesen tener razón. Para evadirme, retomo la
lectura del diario de Marco Antonio Pastrana.
«24 de diciembre de
2015. Se ve la fotografía de un jubilado cojo, en muletas, tomada el día de
ayer. En el espacio donde le falta la pierna derecha, se ve un batallón de
granaderos mal encarados que se acerca a él. Ya ni la chinga el gobierno de
Javier Duarte: encima de que les robó su pensión ahora los reprime con
macanazos y descargas eléctricas. Yo considero que es un grave error derivado
de tanta ambición y tanta arrogancia: se sabe que cuando el PRI pierda
Veracruz, va a perder todo el país. No creo que a la población en activo le
agrade que traten así a sus viejitos. Por lo pronto, esa fotografía ya le dio
la vuelta al mundo. Éste es el poder de las imágenes.»
«Hablando de otra
cosa, al hacer mi tarea en el diplomado de fotografía, me encontré con este
dato curioso: es un pasaje de Don Catrín
de la Fachenda que no fue incluido en la publicación final de la novela
póstuma de Don Joaquín Fernández de Lizardi. Los escritores, al igual que los
cineastas, escriben y escriben y luego hacen cirugía plástica. Pero cuando un
bosquejo llega a nuestros días, su lectura es casi tan reveladora como la de la
versión final. Lo transcribo, para tenerlo siempre a la mano: “Trabajaba yo en
una estación de galeras, carretas y sopandas como supervisor. De alguna manera
tenía que justificar lo que me gano de manera deshonesta. No me faltaba nada,
si bien tampoco me sobraba. Un día, apareció sobre mi escritorio una carta.
Olía a perfume de mujer. Estaba dirigida a mí.
Desde hace años me llegan este tipo de cartas, de mujeres apasionadas
que de la nada se enamoran de mí. Dirigidas a mí, que soy un pillo. Nunca le he
creído a ninguna que me acaba de conocer y ya se declara enamorada a la segunda
carta de amor, pues intuyo que algo muy desfavorable y a mis costillas quiere a
cambio. Pero el 21 de marzo de 1820 no resistí la tentación y me dispuse a
seguirle la corriente a la loca de amor anónima. Con suerte y correría una
aventura amorosa ¿Qué me podía pasar? Tal vez era una broma pesada de algún
compañero de trabajo, tal vez la dama necesitaba dinero y me daría algo a
cambio. Seguí sus instrucciones, deposité mi respuesta en un sobre y con unas monedas adentro, pues la dama tendría que pagar el franqueo.
No era mucho dinero
el que yo arriesgaba: tres reales. Este acuerdo me daba la seguridad de que no
me estaba liando con una señora noble, sino con una picarona como yo, quien lo
más probable es que solamente deseara birlarme los tres reales del prepago.
Para mi sorpresa, al
día siguiente apareció otro sobre y la dama, sin decirme cuál era su nombre, me
declaró su amor. Declaración que era a todas luces falsa como un escudo de 19
reales. Pero le seguí el juego. Me siguió enviando cartas llenas de miel y
dulzura, corazones y rosas rojas, hasta que un día me preguntó que si la quería
yo ver desnuda. No es la primera dama que me ha hecho esta propuesta, pero a
las anteriores siempre las tiré a locas. Pues sabía que una dama normal no
enloquece así como así por un hombre que no conoce. Entre gitanos no nos vamos
a leer la mano. Pero ese 21 de marzo yo quería divertirme y embarcarme en una
correría. Ustedes saben, la vida de las oficinas es muy aburrida, no es para
mí.
Le respondí que sí.
Me envió una fotografía suya como Dios la trajo al mundo. Un tal Niepce se la
había tomado en Francia con una cámara oscura. Me quedé embelesado con la
belleza de la mujer: era una auténtica Venus criolla. “Tiene que ser mía”, me
dije, “cueste lo que cueste”. Debí haber reparado en que solamente una dama
rica estaría en capacidad de tomarse esa fotografía, pues en nuestro tiempo
estos procedimientos son para unos cuantos privilegiados. No dudo que en el
futuro cualquier plebeyo se pueda tomar una fotografía, pero hoy esto es un
privilegio de la aristocracia.
¿Me quieres ver
desnuda en la vida real? –Dijo–. Soy un volcán de pasión y quiero verte
desnudo.
Cometí el error de
acceder a tan descabelladas proposiciones. Me aposenté frente a su ventana,
junto a la casa de Don Agustín de Iturbide. Empezaba la noche, el cielo aún
estaba azul. Su ventana estaba abierta, iluminada por candelabros. Lo pagué
caro, pero valió la pena, la vi como vino al mundo; lentamente se iba quitando
sus prendas. Se acercaba a la ventana, su boca dibujaba una sonrisa de malandrina.
Sus ojos señalaban hacia alguna parte de su anatomía. Se movía como una culebra
relajada, serpenteando con suavidad. Giraba, para que en una pose admirara sus
firmes pechos y para que en otra mis ojos se recrearan con sus caderas. Una vez
que estuvo completamente desnuda, me lanzó un papel con un recado. Quería que
yo le mostrase mis partes nobles, pues el deseo la derretía como se derrite la
nieve en verano. No había nadie alrededor. Accedí a su deseo. Me bajé los
pantalones y los calzones. En ese momento se abrió la puerta de su casa y su
marido se lanzó furioso contra mí armado con un enorme cuchillo. Corrí hacia el
zócalo. Pensé que al estar entre la muchedumbre se abstendría de perseguirme.
No fue así. Me alcanzó. Discutimos. Forcejeamos, y en un descuido, me dio tan
feroz cuchillada en el muslo izquierdo que casi me lo dividió. El resto de la historia ustedes ya lo
conocen”. ¿Será un apócrifo? No lo sé, que se quiebren la cabeza los
historiadores.»
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El episodio de los pensionados me da mucha tristeza
ResponderEliminarEs increíble que se haya llegado a eso. Afortunadamente los responsables lo están pagando. Aunque tienen unos súper abogados, aún no la libran.
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