CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 7.
CAPÍTULO 7.
Como mi hijo está encamado, tuve que ir al
cajero automático, sacar dinero, pagar una deuda de mi esposa y comprar algo de
alimento. La tienda estaba vacía cuando llegué; pero, al estar en cajas y con
el cubre bocas puesto, me rodearon una serie de tipos más jóvenes y fuertes que
yo, hombres fuertes, ejercitados, con los brazos tatuados y el cabello corto,
pero vestidos de civiles como si el negocio los hubiese contratado para
detenerme en caso de que fuese yo un asaltante. Se comportaban como clientes
que compraban un chicle en el cajero de al lado. Pero regresaban y compraban
otro, hasta que me fui. Al estar en la puerta de la tienda, dispuesto a salir,
pasó por la calle una camioneta de la policía estatal, con sus Dart Vaders
armados con ametralladoras de torreta. Entiendo que se pongan nerviosos los
cajeros cuando un hombre embozado se dirige a ellos, pero no es para tanto ¿O
sí? ¿Ya están preparados para los saqueos?
Pasé a pagar la luz y el cajero automático
estaba descompuesto, razón por la que me dirigí a otra tienda de conveniencia,
donde vi que vendían vino tinto chileno y whiskey barato. Le pedí una botella
de cada uno, pero me informó que después de las seis de la tarde tenían
prohibido vender. Así que, de coraje, llegué a casa y me tomé un caballito de
whiskey de la misma marca. Sólo quería renovar mi cava.
La primera tienda de conveniencia está cerca
de la casa de los dos cuñados que ya fallecieron. Que en paz descansen. Esa
casa grande, de dos pisos, es típica de la arquitectura veracruzana de los
ochenta: espaciosa, con balaustradas en los balcones y en otro tiempo llena de
vida, aunque un poco oscura en la planta de abajo. En un abrir y cerrar de ojos
las cosas cambiaron. Pasar por esos rumbos me ocasiona sensaciones muy
extrañas. Yo también viví por ahí unos años, en el mismo edificio donde estaba
el restaurante Nazdrovie por vez
primera. Xalapa se llenó de polacos en la década de los ochenta. Los polacos
son un pueblo muy especial. Nosotros sufrimos porque decimos “pobrecito mi
México, tan lejos de la mano de Dios y tan cerca de la de Estados Unidos” y no
pensamos que Polonia está peor, pues por un lado tiene a los alemanes y por
otro a los rusos. Pero los polacos son un pueblo vital, que gusta de la buena
música y el vodka. Lo curioso es que el Nazdrovie
estaba administrado por un argentino; y, aunque tocaba ahí el grupo Polonia, lo
que corría era vino tinto chileno, en lugar de vodka o vino tinto argentino.
Poca gente sabe que los mejores vinos con uva Merlot son los que provienen de
Argentina o de Italia, porque el suelo chileno tiene demasiado cobre y eso
provoca migrañas al que lo toma. Pero el vino chileno es barato y con un par de
aspirinas el problema se resuelve.
El caso es que pasear por el centro de
Xalapa cerca de la casa de mis cuñados implica pasar por los dos locales donde
estaba el Nazdrovie: el primer local
ahora es un sitio para imprimir artículos publicitarios, y el segundo, de plano
fue demolido desde hace ya varios años. En la contra esquina del edificio donde
viví, hay una casa que está vacía desde hace mucho tiempo. Al girar a la
derecha, está la casa de Nacho Guzmán, el más entusiasta flautista de la
Orquesta Sinfónica de Xalapa, también fallecido hace algunos años. En la calle
donde estaba el local del Nazdrovie
que fue demolido, habitaba El Juanote,
un personaje emblemático de la Xalapa de mi juventud: era un estibador, de
huaraches, sombrero de paja y mecapal, fuerte, grandote y siempre dotado de un
muy buen humor. Se especializó en trasladar pianos. Un día Nacho Guzmán me
dijo: la próxima vez que lo contrates, pídele que haga un solo de piano. Así lo
hice. Tenía que subir mi piano por una escalinata de dos metros, irregular,
angosta y resbalosa.
-Ustedes espérenme arriba, para que lo
reciban. Tú, ayúdame a echármelo a la espalda.
Una vez con el piano sobre el lomo, dio
varios pasitos ágiles y apresuró a los de arriba para que sostuvieran el
instrumento musical mientras él se zafaba y cambiaba de posición.
El Juanote entendió que su nicho de mercado
eran los pianistas, incluida la Orquesta Sinfónica de Xalapa, y decidió hacer
sus respectivas investigaciones. Al principio, no le gustaba la música clásica;
pero, a fuerza de investigar, le tomó gusto a ciertos géneros. En una
entrevista por televisión, confesó que uno de sus favoritos era Tchaikovsky. De
modo que, un hombre emanado del pueblo, fuerte, sencillo y amante de la música
clásica fue el emblema de Xalapa por algunas décadas. Incluso se abrió un bar
en una zona céntrica con su nombre, pero tuvieron que pasarlo a otro lugar y
creo que perdió clientes, pues el primer lugar era una casona xalapeña antigua
muy atractiva y el nuevo ni sé, porque no se me antoja ir. Hasta la fecha hay
una placa de bronce con un relieve de él en plano americano, pero a la juventud
y a los turistas esa imagen no les dice nada. Pero era todo un acontecimiento cuando asistía a los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, en su uniforme de trabajo, del cual estaba orgulloso: su sombrero de paja, sus huaraches, su mecapal.
El hecho es que pasear por esa zona del
centro me hace pensar que tal vez el muerto soy yo y soy un fantasma que
deambula por ahí. O que me bajé de la máquina del tiempo y llegué a una época
en la que todos los conocidos están muertos. Y, la verdad es que pasar por esos
sitios que en otra época estuvieron llenos de vida, música y vino, se siente
raro. No es que no haya seres vivientes por ahí. Es que ya no hay música, ya
estoy viejo, las casas están vacías, derruidas o transformadas. Incluso una
nevería especializada en helados italianos permanece con la cortina de hierro
bajada. La primera semana en que hicieron eso, pusieron una leyenda que decía
“cerrado por remodelación”. Pero ya se tardaron varios años en remodelarla.
Esa Xalapa de la que les hablo, es la Xalapa
que va desde la representación de La
Mandrágora hasta la infancia de mis dos hijos menores. Es la que tenía
70000 habitantes y que fue citada por Jorge Ibargüengoitia (otro muerto) cuando hablaba de
“El fiasco de Xalapa” en el cuento Conversaciones
con Bloomsbury y seguramente entre
esos “intelectuales rojillos” andaban mi papá, Sergio Galindo y Emilio
Carballido. Quien quiera leer completo el cuento puede hacer click es este
link:
La
representación de esa obra produjo un escándalo entre gente muy conservadora
que incluso llegó a manifestarse y bloquear el centro de Xalapa, porque hacía
alusiones muy claras al cura de Coatepec. Otra vez la máquina del tiempo. Si
bien Maquiavelo escribió esta obra en 1518, año en que Hernán Cortés se
embarcaba con sus tropas hacia la conquista de La Nueva España, es poco
probable que el conquistador conociese la obra, puesto que ésta se estrenó
hacia 1520 y Hernán Cortés seguramente andaba jugándose el pellejo conquistando
tierras de indios. No creo que tuviese el tiempo y la serenidad para ponerse
siquiera a leer el guión. Mucho menos para asistir a la representación de la
obra. Tal vez Bernal Díaz del Castillo, porque era escritor. Aunque es más
probable que sus ratos de ocio los emplease en escribir su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Pero, aún en
el supuesto de que el cura de Coatepec fuese el mismo que sirvió de modelo al
personaje de Maquiavelo, no está claro si llegó a tierras veracruzanas con las
tropas de Cortés, o de plano regresó al siglo XX gracias a una máquina del
tiempo. El hecho es que las damas de la vela perpetua coatepecana estaban
seguras de que Maquiavelo estaba calumniando al cura de su pueblo.
El hecho es que el once de marzo de este año
yo estaba oyendo en You Tube el dueto de amor de Spartacus de Aram Kachaturian cuando me habló por teléfono mi hijo
mayor para informarme que mi señor padre había muerto en la ciudad de México.
Noticia muy triste, pero digna de mi padre. Aunque no fue partidario del
comunismo, si fue hombre de izquierdas durante su juventud. Al fin Niño de Morelia, protegido de Lázaro
Cárdenas, Refugiado de la Guerra Civil Española, sobreviviente del nazismo y
del facismo.
Todo lo que iba del año 2020 había sido para
mí de logros, había vencido casi todos los obstáculos que me puso el destino,
pero esta vez fueron logros mas un par de golpes duros. La cosa iba así: un
proyecto como escritor de guión cinematográfico se metió en la boca de un hoyo
negro, pero que los festejos de nuestros 20 años como Epifanía iban sobre ruedas porque conseguimos el Teatro del Estado.
La muerte de mi padre fue demasiado. No pude llevar a mi nieta a su clase de
música. Me voy a la Ciudad de México al funeral. Así es la vida. Poco antes del
deceso de mi padre, se murió uno de mis cuñados, la mamá de otra cuñada y una
compañera de trabajo de mi esposa. Todos mayores de sesenta.
Los recuerdos de mi padre y de mis cuñados
me llegan por todas partes y en momentos inesperados; incluso, en sueños. El 19
de marzo estuve platicando con dos músicos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa
(la OSX). Son un matrimonio. Él es escocés; ella, polaca. Están jubilados. En
esa charla salió que mi padre era traductor, refugiado de la guerra Civil
Española y amigo de un director de esa orquesta anterior a Francisco Savín, de
quien también fue amigo. Creo que se llamaba Caballero. No, más bien se
apellidaba Caballero. Ximénez Caballero. No me quiero acordar de sus nombres,
porque en esa orquesta los músicos de la vieja guardia lo odian. Quiso
establecer una especie de socialismo muy tramposo y le pedía consejo a mi papa,
consejo que no oía y hacía lo que se le daba la gana. Por ejemplo, como los
músicos a menudo tienen problemas con su forma de beber, para evitar que
incumpliesen con la obligación de dar alimentos a sus familias, en vez de
pagarles con dinero, les pagaba con una despensa. Mi padre le aconsejó que no lo
hiciera, que era un fraude disfrazado. Ximénez Caballero no hizo caso y acabó
su gestión frente a la OSX de mala manera.
No pude explayarme más, porque la mujer
polaca me cambió el tema. Ella, a su vez, me comunicó numerosas experiencias de
su pasado musical europeo: había tocado con Schostákovich, le enseñaron
materialismo dialéctico en la escuela, sí eran ciertos los rumores negativos
que se comentan del comunismo, pero tampoco era tan malo como pretenden sus
detractores. Si acatabas la línea del partido, te iba bien. El problema es
cuando desobedecías o te equivocabas y creían que desobedecías.
Más tarde, mi cuñado nos invitó a comer en
el garaje de su casa, un poco como si fuese la carpa de unos nómadas. Era como
comer al aire libre, pues era una ocasión especial, para salir de la rutina.
Eran las tres de la madrugada. Yo soñaba. En la vida real nunca comimos ahí.
Al día siguiente me encontré a Alicia Di Tella
en el Parque Juárez y me externó sus condolencias por la muerte de mi padre. Se
entristeció cuando supo que yo no había leído la nota que ellos publicaron, la
misma que me llegó en los diarios Crónica
de Xalapa y La Jornada, pero no
en su periódico, el cual tiene un tiraje bastante fuerte en todo el Estado de
Veracruz. Se me olvidan los recuerdos a la hora de escribir pero cuando estoy
lejos de la libreta donde llevo mi diario personal, me vienen a la mente por
cualquier cosa. Antes de que se me olvide, anotaré las últimas palabras que
dijo mi padre en mi presencia:
–¡Ya quiero salir de esta prisión!
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