CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 19
Como somos unos
personajes, no tuvimos que tocar la puerta ni entrar por ella. Simplemente
salimos de nuestros respectivos escritos. Javier Berlanga tomó una taza, la
llenó de café y la metió en una caja blanca, a la que le presionó unos botones,
se le prendió una luz, mientras la taza giraba sobre un plato de cerámica. Al
parecer era un horno. Los hornos de mi época eran muy diferentes, teníamos que
calentarlos con carbón y toda la casa se llenaba de humo mientras alguien
calentaba algo en la cocina. En un minuto su café estaba caliente, listo para
ser tomado.
–¿Quieres uno? –Dijo
Javier.
–Sí, por favor. No
sé usar estos aparatos.
–Es fácil, mira
–Dijo, tras llenar mi taza y meterla a ese aparato.
–¿Cómo se llama ese
artefacto?
–Es un horno de
microondas. ¿Qué deduces de este aparato?
Javier estaba junto
al hornito, de pie. Tenía los brazos y las piernas cruzados y me miraba con una
sonrisa burlona
–Que el plato de
cerámica no se ajusta bien al horno.
–¡Muy bien, Don
Catrín! ¿Qué más?
–Que ese plato no es
el original. Por otra parte, el horno tiene despostillada la pintura en la
esquina superior derecha. Es indicio de que se le cayó a Jaime Schütz.
–¡Excelente!
–También creo que es
probable que se le cayó porque dejó la puerta abierta, pasó por ahí y los
ganchos de la puerta se le atoraron en una trabilla del pantalón. El horno hizo
contacto con el suelo con la esquina superior.
–¿Por qué?
–Además de la falta
de pintura, la lámina está abollada e incluso hay una separación entre la tapa
y la parte de abajo.
–¡Muy correcto!
–El plato de
cerámica no es original. A veces no gira y se inclina. Debió de haber uno con
algunas patas para atorarse a esas como hélices que tiene en el centro ¿Qué tal
soy para deducir?
–Mejor de lo que me
imaginé ¿Qué te dice de la personalidad de Javier?
–Que es flojo. Y
probablemente tiene un problema visual.
–En efecto, le falta
un ojo y por eso se enganchó al micro-horno. Pero no me has explicado el porqué
de sus problemas visuales ni tampoco me has hablado de su adicción al café.
¿Qué te pareció su café?
–Bastante bueno. No
como los que dan en la Ciudad de México: saben a garbanzo quemado con canela.
–¡Claro! El de Jaime
es café de Huatusco, de los mejores del mundo. Esto revela que Javier, pese a
que siempre anda discutiendo con los fifís para defender a AMLO, también es un fifí.
–¿Los fifís son como
los catrines de mi época?
–Verás. Algunos sí y
algunos no. Los hay quienes son verdaderamente millonarios.
–Como los Condes del
Valle de Orizaba.
–Exacto. Pero hay
otros que son como tú y yo.
–Nobles venidos a
menos por las contingencias de la vida.
–Jaime es un adicto
al café. No era muy bueno para jugar ajedrez, salvo cuando la apuesta era pagar
el costo de una taza de café para el vencedor. ¡Ah! Tiene pastillas de algas espirulijas.
–El frasco dice
espirulinas.
–¡Qué vueltas da la
vida! En la novela que está escribiendo a mis costillas dice que yo duermo de
día, colgado del techo y con la cabeza para abajo. Y que no necesito más
alimento que un par de espirulijas,
una cajetilla de cigarros y una taza de café negro. Ahora está tomando las espirulijas por que cree que así va a
fortalecer su sistema inmunológico.
–¿A qué le teme?
–¿No lo sabes? Al
coronavirus. Hay una pandemia.
–¿Cómo la del siglo
XIV?
–En cierta manera
sí, en cierta manera no. Ahora se está muriendo menos gente porque la ciencia
ha avanzado. Pero sí, es muy contagiosa y también te puede matar.
–A mí no y yo creo
que a ti tampoco. Si Javier también es un personaje ¿A qué le teme? Nosotros no
estamos vivos, por lo tanto tampoco podemos morir.
–Esta falacia que
has expuesto es muy buena; pero, dentro de la historia de ficción que
protagonizamos, sí que podemos morir. Incluso la novela puede empezar con la
escena de nuestro funeral. Por cierto que tú ya estás muerto.
–¿Cómo? ¡Si orita estoy joven y con las dos piernas!
–Porque yo arreglé
tu historia. Me debes una caja de cervezas. Pero aún así te moriste en el siglo XIX. Mira, me metí a la
computadora de Jaime desde mi celular. Le ganaste al marido celoso, conservaste
las dos piernas.
–¿Y la dama de la
casa de los azulejos?
En eso se escucharon
unos pasos en el piso de arriba y el ruido de una tapa del retrete. Luego oímos
cómo descendía un chorro de agua por un bajante, más pasos y el ruido de una
puerta abriéndose.
–¡Vámonos! –Dijo
Javier–. ¡Métete a tu libro! ¡Si se da cuenta de mi transa va a dejar tu
historia como la dejó Joaquín Fernández de Lizardi.
La probabilidad de
que la dama de la casa de los azulejos hubiese tenido algo que ver conmigo se
esfumó por los aires. Parece que el narrador oficial de estas crónicas se
aproxima. Es mejor que yo también me esfume.
El trabajo de mi
hijo Jaime y mi nuera Mei Ling se vio gravemente afectado con la pandemia. A mi
hijo le permitieron hacer su trabajo en casa, pero le rebajaron $10000 pesos
mensuales de sueldo. A Mei Ling de plano la forzaron a renunciar. Porque “si
ella también trabajaba en casa, los demás iban a querer hacer lo mismo”. Como
trabajaban en Veracruz, ella renunció y ambos se vinieron a vivir con nosotros.
Esa empresa es china y vinieron varios chinos a administrarla. Algo negreros,
al decir de mi hijo, pero, entre que el mexicano es agachón y que luego nuestros
tribunales no hacen justicia, pues ni para meter las manos.
Si mi nuera se
hubiese esperado un poco más, la habría protegido un decreto de AMLO que
prohibía que los patrones corrieran a sus empleados con motivo de la
cuarentena. Además, los tribunales cerraron actividades. Mis amigos abogados
apenas me compartieron un comunicado de la Judicatura Federal, en el que se
dice que “la justicia no se detiene”, pero también se indica las fechas en que
se irán reabriendo los tribunales. No se reincorporarán todas las materias y
sólo se habla de tribunales del altiplano, no de Veracruz.
Cada vez que ellos
venían a visitarnos, o venían enfermos o nosotros acabábamos enfermos, tanto de las vías respiratorias como del aparato digestivo. Y enfermedades verdaderamente
necias, que solamente se curaban con unos antibióticos bien fuertes. La que más
sufrió fue mi hija Mariana, como ya dijo mi autor en el capítulo 15, capítulo
rechazado por Facebook incluso en la revisión. Ahora que lo pienso, todos
pudimos estar contagiados sin saberlo debido a esos chinos que iban y venían de
esa empresa. La verdad, ojalá que así haya sido, porque entonces ya tendríamos
“inmunidad de rebaño”. Quizá deberíamos hacernos un estudio para salir de
dudas.
El caso es que mi
nuera no tuvo otra opción que renunciar y todavía hacer varios viajes a
Veracruz, ya empezada la cuarentena, para recibir su finiquito. La que salió
ganando es mi nietecita, quien ahora está “a toda madre”, en el sentido amplio
de la palabra.
La petición que mi
autor hizo a change.org está creciendo muy despacio. La gente le teme a las
represalias de Facebook, como si éste fuese la gran cosa para promoverse. Es
imposible tener éxito con una campaña publicitaria realizada en esta red,
porque para ellos es un pecado la autopromoción. Como si fuese algo malo
anunciar lo que haces o vendes, y recibir una remuneración a cambio. Un robot,
en la actualidad es muy bueno para ganar juegos de mesa. Pero para crear está
imposibilitado y también para enteneder la literatura o el lenguaje. Por eso a Ramiro Wallace lo bloqueron por "racista", cuando, en realidad, estaba defendiendo los derechos de las mujeres de piel morena. Lo más que puede hacer un robot son imitaciones más o menos creíbles de
artistas consagrados. La explicación más fácil te la daría Ezequiel Matías: los
robots no tienen alma. Y tal vez sean un invento del diablo.
Si te gusta como escribo y quieres apoyar mi creatividad, conviértete en mi mecenas. Haz click en este botón, regístrate y selecciona el plan que más convenga a tus intereses: Become a Patron!
Disfruta a tu nieta
ResponderEliminarGrax. Eso hago cuando no ando escribiendo estas loqueras.
ResponderEliminar