CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 18.
Una compañera del
grupo de sexalescentes tuvo la gran idea de reunirnos anoche a tomarnos una
copita y charlar, para mostrarle al virus que no nos va a derrotar. Claro, cada
quien en su casita, valiéndonos de la aplicación llamada zoom. Mis temores fueron infundados: la reunión fue amena y en
algunos aspectos, mejor que si hubiese sido en un restaurante: la plática fue
entre todos; en cambio, cuando nos reuníamos en casa de alguien o en el
restaurante, sólo podíamos platicar con los que teníamos al lado o enfrente. Además,
nos salió más barato.
Mis temores eran
fundados: las clases online desde la guardería que recibe mi nieta no se
comparan con las presenciales: ni les hace caso a las profesoras ni ellas la atienden adecuadamente, aunque esa guardería es muy buena en el mundo de lo real; no obstante, la clase de música es individualizada y es mucho
mejor. Pero a veces, a la profesora se le traba la imagen o el sonido suena entrecortado. Mi hija da clases de canto
con video llamadas y tanto ella como los alumnos sufren a causa del sonido
artificial. En cambio, mi hijo, antes de que le hiciese crisis la lombriz de
Vietnam, daba clases de Karate también por zoom.
Él hacía ejercicio, demostraba y ordenaba como si estuviese en el dojo, y
corregía.
Todo esto lo acepto
como un recurso pasajero para poder continuar con nuestra vida. Pero es tan
artificial que me da pavor ¿En eso consistirá “la nueva normalidad”? Ahora
avisaron que la cuarentena se extiende hasta el 19 de julio. Y al poco se va a
empatar con el otoño y sus enfermedades respiratorias ¿Y si ya nos enfermamos y
aliviamos sin darnos cuenta pero vamos a seguir encerrados? ¿O si nunca nos
contagiamos también? En la mañana me llegó el video de una mujer norteña
desesperada y enojada que quiere que salgamos todos el día primero de junio.
Luego otro de un dibujo animado que sermonea con un florido lenguaje a los
mexicanos incrédulos, irresponsables, o de plano, tontos. Cita una fábula de
una tortuga y un alacrán que tienen que cruzar el río. La tortuga le dice
“monta en mi caparazón, que me protege de tu aguijón y yo te llevo al otro
lado. El alacrán se sube al caparazón de la tortuga, y cuando están en la mitad
del río, le clava el aguijón en la cara. Antes de morirse la tortuga alcanza a
reclamarle y a decirle “yo te iba a llevar al otro lado, ahora nos vamos a
morir los dos”, “lo sé”, dijo el alacrán. “Pero está en mi naturaleza clavar
aguijones”.
Bueno, ese es el
estado de ánimo: ya queremos salir, tenemos miedo, enojo y desconfianza.
Estamos confundidos, uno dice una cosa y de inmediato llega la refutación.
Pero lo que más
desazón me produjo fue enterarme que en Facebook se negaron a rectificar el
rechazo de la promoción publicitaria del capítulo 15 de estas pandemias que hiciera mi autor Francisco González Christen. Parece
que le dimos al clavo o que toqué una cuerda sensible: eso de que el virus
fue manipulado en un laboratorio, o de que en la Universidad
Revolucionaria y Conservadora de Veracruz estaban haciendo experimentos con
seres humanos, lo dije por hacer ficción, pero empiezo a creer que es cierto. Esta censura no parece obra de Ezequiel Matías, sino de Van
De Baas. ¿O acaso será obra de Soros o del Estado Profundo?
Dice Francisco González Christen:
«A mi community manager le cerraron la cuenta por un "quítame allá estas pajas".» A Ramiro Wallace, que estaba defendiendo a mujeres guatemaltecas y haitianas de los ataques de un whitetrahsero, también le cerraron la cuenta bajo el argumento de que él era el racista. «Protesté de manera pública y de inmediato me salieron al paso dos defensores del Facebook quienes alegan (implícitamente) que esta red social sí tiene derecho a coartar la libertad de expresión y pasar por encima del artículo tercero de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, así como del artículo séptimo de la Constitución Política Mexicana y las normas relativas de la Convención Interamericana de Derechos Humanos, porque yo acepté sus condiciones al registrarme en Facebook. La verdad es que he leído y releído sus normas comunitarias y no veo en qué las he violado, tampoco he visto cláusula alguna donde el usuario acepta el derecho de Facebook de abusar de sus controles. Según el defensor de Facebook, “él ha leído todas mis publicaciones y en todas he violado sus normas comunitarias”. Es un auténtico Torquemada informático. Cabe hacer notar que yo estoy en Facebook desde el 2011. Claro que si la teoría de la evolución de Darwin es obscena o las cadenas de ADN se diseñaron para evadir los controles de Facebook ¿Qué podemos hacer? Son unos auténticos cazadores de brujas modernos. Pero, si son tan buenos para detectar que una cadena de ARN se diseñó para evadir sus controles y toman acciones para su propagación ¿Por qué no hacen lo mismo con el coronavirus que está matando a miles de seres humanos al día y arruinando la economía global del planeta? Eso sí se los agradecería la humanidad. Pero no. Tienen que censurar una obra literaria, porque la literatura dice lo que no pueden decir otras expresiones de la comunicación humana, sean ensayos políticos, legales o científicos.»
«Desde luego que
esto no se va a quedar así. Al ser rechazada mi petición de revisión, redacté y
publiqué una petición en change.org. Me pasé todo el día compartiéndola en mi
correo electrónico y a todos mis contactos del teléfono celular. Acabé
infestado de estática. Y de un ánimo muy especial. Facebook tiene tanto dinero
que no le importa no sólo no ganar más, sino que se da el lujo convertir a sus
clientes en enemigos. Otra empresa menos poderosa ya habría quebrado con tales
políticas. Realmente ¿Cómo le hace para sobrevivir? Pero me fastidia hablar de
esto. Por lo pronto, lo único que me queda es compartir el hashtag #CeroDineroParaFacebook hasta que se enseñe a respetar a sus clientes. Va a ser una batalla larga y dificil. No importa. Para mí, la Libertad de Expresión es un derecho sagrado y cada vez que ocurre algo así, confirmo que ésta está en peligro, y por lo tanto, también la humanidad.»
Teorías de la
conspiración ¿Por qué son creíbles todas las teorías conspiranoicas? Ya
Maquiavelo le recomendaba a los príncipes que tuviesen cuidado al proteger a
sus inferiores. Porque el que es salvado por el poderoso de una situación
difícil, tarde o temprano recelará de la mano que lo protegió. Por eso los
príncipes deben ser egoístas y alejarse de la plebe. Bill Gattes y Soros tienen
fundaciones filantrópicas y mucha gente desconfía de ellos. Estos señores no
han leído El príncipe de Maquiavelo y si lo han leído, hacen caso omiso de este consejo, porque
gastan una fortuna en sociedades filantrópicas y están en la mira de los
conspiranóicos. Yo no puedo decir si estos filántropos son buenos o son malos,
porque los hechos de los que los acusan no son míos. Pero el que Ezequiel
Matías, uno de mis antagonistas, lo crea al pie de la letra, no quiere decir
que yo también lo crea ni que esté de acuerdo con él. Pero en este mundo de La Nueva Artificialidad las películas y
las novelas ya no deben de tener conflictos aunque se conviertan en basura. Al
diablo con las historias de superación personal, de liberación espiritual, de
redención, de sufrimiento, de solidaridad o de resignación. Al diablo con la inteligencia
humana. Total, la inteligencia artificial es más poderosa. No es creativa ni
aún puede traducir correctamente los idiomas, pero ya se chinga a todos los
ajedrecistas del mundo y también a los jugadores de Go. Skynet pronto será una
realidad. En eso están trabajando.
Pero las teorías de
la conspiración que tienen más éxito son las que tienen que ver con cualquier
gobierno del mundo, sea de izquierdas o de derechas. La gente nunca se creerá
la historia de que el gobernante en turno realmente ejerció bien el presupuesto
o que lo está ejerciendo de manera adecuada. El que no es torpe, es corrupto,
en el imaginario popular, o está manipulado por poderes tras el trono, sean
estos totalmente oscuros o iluminados por no se qué luz extraterrestre. Y entre más abogan por la censura, más sospechosos se vuelven.
Por ejemplo, la
teoría de que el virus del COVID19 fue manipulado o creado en un laboratorio
para eliminar a personas mayores de sesenta años es totalmente creíble después
del sexenio de Javier Duarte de Ochoa. Justo uno de los defensores de Facebook
me estaba atacando por ser un boomer.
Lamento que el neoliberalismo haya dejado a los millennials sin futuro, pero no es mi culpa ni me agrada la situación. En primer
lugar, porque soy padre de varios millennials
y me agradaría que ellos pudiesen emprender el vuelo por la vida con éxito. No
porque no los quiera, sino porque tienen que ser autosuficientes para cuando mi
mujer y yo ya no estemos sobre la superficie de este planeta.
Estaba yo redactando
la petición para que Facebook corrigiese sus políticas de revisión, cuando sonó
la campanita michoacana que tengo en la puerta de entrada a modo de timbre. Es
una campanita verde, de bronce, con motivos coloniales. Me asomé a la ventana.
–¿Quién?
–Yo
–¿Quién yo?
–Pues yo, Don Catrín
de la Fachenda.
¡Caramba!, me dije,
Don Catrín es todo un personaje y de otra época ¿A qué habrá venido?
–¿Puedo pasar a su
casa y me puede invitar un café? Su amigo Javier Berlanga me paso su dirección–, me dijo, con un acento entre chilango y gachupín.
Este tipo es más encajoso que Javier Berlanga, pensé. No
me quedó más remedio que encaminarme al zaguán e invitarlo a pasar. Tuve que
sostener la puerta de metal, para que ésta no se regresara y lo golpease,
porque Don Catrín entró a mi casa con la ayuda de dos muletas y tenía las manos
ocupadas.
Una vez cruzando el
umbral de la casa, tomó su sombrero de copa y lo colgó de un perchero que tengo
cerca de la entrada. También colgó su frac.
–Veo que ha citado el apellido de Maquiavelo. Yo soy un experto, me conozco su decálogo a la perfección.
–La crítica piensa que Usted fue víctima de una fake-news de su época. Tome asiento– Le indiqué. Me disponía a despacharlo rápido, porque dentro de una media hora tendría la reunión por zoom con los sexalescentes–. ¿Gusta un café americano o con leche?
–Veo que ha citado el apellido de Maquiavelo. Yo soy un experto, me conozco su decálogo a la perfección.
–La crítica piensa que Usted fue víctima de una fake-news de su época. Tome asiento– Le indiqué. Me disponía a despacharlo rápido, porque dentro de una media hora tendría la reunión por zoom con los sexalescentes–. ¿Gusta un café americano o con leche?
–Nunca he probado el
café americano, pero siempre hay una primera vez.
–¿Y que lo trae por
acá? –Le pregunté, mientras me encaminé a la cocina a preparar el café.
Don Catrín se
levantó del sillón y me siguió hasta la cocina. Tras de poner a hervir dos
tazas de agua en la estufa, saqué una lata de café en grano y un molino
eléctrico. Tomé dos cucharadas soperas llenas de granos, las eché al molino y
las trituré.
–Han cambiado algo
las cosas en este siglo–, me comentó–. En mi época se molía el café a mano,
moviendo una manivela.
–Así es. Mi abuela
tenía un molino de esos.
–Mire, no quiero ser
descortés. Pero leí el capítulo 14 de su novela “Crónicas Pandémicas”. No me
gustó que usurpase el papel de Joaquín López de Lizardi para dejarme en las
mismas condiciones.
–Nada más era un
ejercicio de creatividad.
–Sí, pero Usted
podría haberle dado un giro de tuerca a la historia.
–¿Cómo qué?
–Que yo ganase el
combate al marido enfurecido. Digo, ya que se convirtió Usted en mi autor,
podría haber hecho algo para mejorar mi suerte.
–No. Tendría que
terminar la novela de Joaquín con otro final. No tengo derecho. Lo más que
puedo es hacer una precuela desde el momento en que un amigo lo recomienda a
Usted para trabajar en la agencia de galeras, carretas y sopandas.
–Ese trabajo no me
gustaba.
–Según Joaquín
Fernández de Lizardi, a Usted no le gustaba trabajo alguno.
–Creo que no ha
leído completa la novela de Joaquín.
–Es verdad, pero no
creo haberme equivocado en el desarrollo de la escena previa al altercado donde
el marido lo acuchilló.
–Se equivoca. La
calle de La Profesa, hasta la fecha
está atiborrada de gente a las siete de la noche. Y la casa de la Condesa del
Valle De Orizaba, la de los azulejos, no está junto a la casa de Agustín de
Iturbide, sino en la acera de enfrente, varios metros antes de donde Usted
dice.
–¿Así que la dama
era la Condesa de Orizaba?
–¿Doña Leonor
Pacheco? La novela de Joaquín es realista.
–Pero mi precuela
no. Dígame ¿La mujer de la ventana era una aparición?
–No, por Dios. Era otra mujer.
–¿Y con todo ese
gentío la mujer le enseñó su anatomía femenina?
–No había gente. Lo
que pasa es que Usted equivocó la hora. Eran las nueve de la noche.
–¡Claro! A
principios del siglo XIX los humanos, como gallinas, se iban a dormir en cuanto
se ponía el sol. Entonces ¿Por qué había tanta gente cuando el marido lo
acuchilló?
–Porque me alcanzó
cuando pasabamos por el edificio de los limosneros.
–Y ahí te conocían
ampliamente.
–¡Falso! ¡Yo soy un
Catrín, no un limosnero!
–Bueno, no te
enojes. Pues si te pones pesado conmigo te borro de un plumazo.
–Entonces ¿No puede
cambiar el curso de mi historia? Verá, la cortada me dolió y me dolió en serio,
pero más dolorosas fueron la gangrena y la operación. Y la herida en mi orgullo. Al final de su novela, Don Joaquín no fue muy benévolo
conmigo: acabé pidiendo limosna.
–La verdad es que
no me atrevo a hacer tal cosa.
Examiné mi reloj y
me di cuenta de que ya había empezado la reunión con los sexalescentes.
Afortunadamente iba para largo. Les escribí un Whatsapp y me dijeron que todavía
estaban reunidos. Me disculpé con Don Catrín, quien se dirigió a la puerta de
salida. Se tomó su taza de café de un sorbo y se despidió con gestos elegantes
y arcaicos. Tomó su sombrero y su frac. Se colocó unos guantes blancos.
–Si ves a Don Joaquín,
dile que yo musicalicé en el siglo XX su pastorela La noche más venturosa, por favor.
Don Catrín hizo un
último saludo con el sombrero de copa y se retiró de mi casa. Tras avanzar unos
metros, se esfumó como fantasma. Yo subí por mi lap top y una lata de cerveza
que de inmediato metí al congelador. Mis amigos y yo estuvimos platicando en el
zoom cerca de tres horas. Nos la
pasamos bien, después de todo. Tal vez no sea tan mala La Nueva Artificialidad.
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