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miércoles, 23 de mayo de 2018

¿Por qué soy chairo?

No sé. No me agrada estar peleado a perpetuidad contra las autoridades; pero, si no gobiernan bien, ¿pues qué le va uno a hacer? ¿Quedarse cruzado de brazos mientras los que nos gobiernan nos llevan atados de pies y manos al matadero? ¿Cómo llegaron mis genes europeos a estas tierras americanas? ¿Y los africanos? De los genes prehispánicos no tengo ni idea. Debo asumir que llegaron en una migración,  y si algún grupo humano decide emigrar es porque las cosas no andan bien en el lugar de origen. Pero ignoro porqué emigraron de Asia los amerindios y tampoco estoy seguro de que esa teoría sea la correcta. Mas los genes afro-europeos sí tengo idea de porqué emigraron, si es que tengo genes afro. Los afroamericanos llegaron esclavizados.
La esclavitud no es un sistema amable con los esclavos, aunque probablemente un esclavo tuviese algunas prestaciones que no tienen los proletarios mexicanos modernos: como el esclavo era una inversón, un animal, como diría Donald Trump, era o bien una bestia de carga, o bien una mascota. En ambos casos le costaba dinero al amo y éste se preocupaba por alimentarlo bien y vigilar por su salud física, cosa que no sucede con el proletario moderno. El problema es que el amo los marcaba con hierros candentes y podía hacer uso del derecho de pernada o del ius nascisque vitae. Para decirlo en mexicano moderno, tenía derecho a cogérselos en cualquier momento y por cualquier vía, así como a decidir quién debía nacer y quien debía morir. Y así como hay capitalistas modernos que sobreexplotan la naturaleza sin importarles matar a la gallina de los huevos de oro, también había esclavistas que abusaban del esclavo con jornadas excesivas o exposición a condiciones mortales en el sitio de trabajo, como era el caso de los indios que trabajaban en las excavaciones mineras sin ningún equipo de protección y se morían como moscas, tanto de enfermedades respiratorias, como de accidentes por derrumbes dentro de las minas o explosiones de gas grisú. Por algo hubo tantas guerras de independencia en estas tierras americanas, de las cuales me dieron cuenta en mi educación primaria.
Pero los héroes que protagonizaron esas luchas eran personajes lejanos, con vestimentas raras. No eran seres actuales, podían ser ficción. Y, aunque no lo fuesen, afortunadamente su lucha había tenido éxito y la esclavitud ya no era un sistema de explotación legal en mi país. Así que, en 1956, yo podía ir tranquilo a la estación de ferrocarriles de mi ciudad y convivir con los soldados, hombres amables, vestidos de verde, que sonreían y platicaban con ese chiquillo que era yo. Por mi parte, el que estas líneas escribe no tenía ni la más remota idea de qué era el movimiento ferrocarrilero ni de porqué estaban ahí los soldados. Tampoco me enteré del movimiento reprimido de los médicos, unos años después. Todo estaba bien, era un mundo idílico.
Bueno, mis genes europeos más inmediatos llegaron de dos maneras: los franceses, durante la intervención francesa del siglo XIX y los españoles a causa de la guerra civil de 1936-1939 y la Segunda Guerra Mundial. Los primeros, en calidad de tropa;  los segundos, en calidad de refugiados. El que viene de tropa y no es oficial, es casi como un esclavo, aunque no sé qué rango tuviese mi tatarabuelo Christen. El hecho es que Napoleón III, para librarse de la chusma revoltosa francesa, la envió a matarse contra la chusma revoltosa mexicana. Así mataba dos pájaros de un tiro. ¡Qué digo! ¡Mataba un chingo! ¡Más que en las barricadas de 1832 y lo mejor es que se mataba pueblo contra pueblo! ¡Así no tenía que reprimirlos!
La religión es otro tema obligado. Ignoro las razones por las cuales mis padres no me dieron una educación católica tradicional, pues mis dos abuelas eran muy católicas, de tal suerte que yo estaba bautizado pero no había hecho la primera comunión. Un día, mis amigos me preguntaron ¿Eres católico? No sé ¿Qué es eso? ¿No lo sabes? ¡Has de ser protestante! ¿Y eso es malo? ¡Malísimo! Pero ¿Qué es un protestante? ¿Tampoco lo sabes? Entonces eres peor ¡Eres comunista! Ahí empecé a ser chairo. Se me acusaba de cometer un crímen gravísimo del cual era inocente y además vivía en la más completa ignorancia de haberlo cometido. Yo no tenía ni la más puta idea de quienes eran los protestantes y los comunistas, pero a los católicos ya los iba conociendo. Nada de que si les das una bofetada ellos ponen la otra mejilla. Te lanzan el chingadazo a las dos mejillas si decir "agua va" y por un "quítame allá estas pajas". Cuando ya tenía claro que yo era comunista por no haber ido a la doctrina, los postes de la larga avenida Miguel Alemán amanecieron un día tapizados con unos cartelitos que decían "¡Cristianismo sí, comunismo no!". Entonces entendí que yo debía ser exterminado, por ser diferente, y que tenía que andarme con cuidado, pues estaba solo. Afortunadamente los católicos tienen soluciones para todo "¡pues ve a la doctrina y te quitas de pedos!" y así lo hice. Recuerdo que le besé la mano a un arzobispo. No sé si era la momia de Guízar y Valencia o era algún otro prelado. Sólo recuerdo que este cura vestía de faldas rojas y blancas, estaba gordo, tenía ojos azules y parecía buena onda. En su mano había un anillo con una enorme piedra de jade.
Como no me morí, crecí y maduré, y empecé a mirar la vida de otro modo. Algún profesor de la escuela primaria se refería a nuestro señor presidente como Don "López Paseos". Todos los niños queríamos ser presidentes. Realmente admirábamos al Presidente de la República... hasta que llegó Díaz Ordaz. Acá en la provincia no entendíamos cabalmente qué estaba sucediendo en la capital hacia 1968, pero a veces las calles céntricas de mi ciudad se llenaban de oradores furiosos y de "agentes del órden" dispuestos a macanear incluso al que pasaba por el lugar sin deberla ni temerla. Nosotros andábamos por ahí. No podíamos llegar a nuestro destino porque la calle estaba bloqueada por los manifestantes. De modo que nos detuvimos a mirar, oír y esperar, sin entender el porqué de tantas alharacas, hasta que llegó un contingente de policías. ¡Ora! ¡Lárguense de aquí o los corremos a chingadazos! ¿Porqué? No estamos cometiendo ningún delito. En eso se bajaron más policías armados con toletes. Vestían de gris, en aquella época. Ora sí se los cargó la chingada, jijoeputas. Tienes razón, pero mejor vámonos. Estos son unos ignorantes empoderados que se van a valer de cualquier pretexto para darle rienda suelta a su sadismo. Huy, que finolis. Pero tienes razón ¡Vamonos antes de que nos rompan la madre!
Nosotros no quisimos unirnos a las protestas estudiantiles; y, al final de un partido de futbol, los de segundo de secundaria nos agarraron a golpes por traidores. Nosotros éramos de tercero, pero estábamos en proporción de dos a uno y nos superaban; sin embargo, uno de los nuestros se lanzó por las gradas, hizo una acrobacia girándo alrededor de uno de los barrotes de la gradería y tras de ese salto mortal infundió miedo a los otros y se fueron. Yo y otro compañero estábamos en las gradas todavía en ropa deportiva, pero con los tacos en la mano listos para repeler cualquier agresión. No estábamos del todo convencidos de la validez de la lucha estudiantil, hasta que los macuarros empoderados nos quisieron macanear por estar esperando a que los manifestantes desbloquearan la calle y nos dejasen pasear. Ahí me volví un poquito más chairo, hasta que ví los periódicos murales de las facultades de mi ciudad: estaban llenas de imágenes de soldados golpeando, asesinando o buleando a estudiantes. Entonces empecé a investigar con más atención sobre lo que estaba ocurriendo. Hasta que un día las noticias publicaron los hechos de la sanguinaria jornada del dos de octubre de 1968. Ya no había duda de quién era el enemigo. El presidente de la república (ahora escrito con minúscias, Rafael Loret de Mola dixit) ya no era una figura admirable, ya no era alquien en quien nosotros quisiéramos ser de mayores: ahora era un ser despreciable, feo y peligroso al que los diputados aplaudían cerradamente celebrando sus crímenes de Estado. Lo demás fue con quien juntarse. Con algunos leí el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, del que se me grabaron para siempre dos frases: "Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. El Santo Papa, los Reyes, los diputados, etc... se han unido en Santa Cruzada para perseguirlo..." y el final "proletarios del mundo, uníos, no tenéis nada que perder y sí un mundo que ganar". Frases irrefutables, por verdaderas. Lo demás fue desarrollarse entre manifestaciones, protestas, intentos de reconciliarme con el régimen, trabajar casi siempre discriminado. Salvo raras ocasiones. Una de las más raras era cuando Carlos Salinas de Gortari y Dante Delgado eran Presidente de la República y Gobernador de Veracruz, respectivamente. Se me invitó a una reunión con ellos, se me dió mi lugar como académico. Pensé que se habían vuelto locos o que había un error. No. Yo tenía mi lugar como académico, tenía una silla en primera fila, reservada y a mi nombre. No había duda, se me estaba tratando con respeto y de manera consciente, no se habían equivocado. El país tenía prosperidad, como también la tuvo bajo el mandato de José López Portillo. Durante la gestión de estos personajes hasta dejé de ser chairo. ¿Para qué? Era yo un académico de tiempo completo, me pagaban bien, el país estaba en paz, florecía la cultura. Salvo, claro está, al final de sus mandatos. Crisis. Crisis. Crisis. Aún así, logré jubilarme sin ocuparme mucho de las luchas sociales. Mis libros de marxismo se llenaron de telarañas y polillas... hasta que llegó Javier Duarte. Y la guerra personal de Calderón. No sólo había regresado el PRI de Díaz Ordaz, sino el franquismo del que mi padre había venido huyendo de España, siendo él un niño. Ya no era el PRI de Lázaro Cárdenas, ni el de Miguel Alemán, ni el de López Portillo o el de los primeros tres años de Salinas de Gortari. Ahora era una bestia feroz, voraz y despiadada, a la que se le habían caído todas las máscaras. Comprendí que no había punto de retorno y que era urgente que otro partido lo sacase del gobierno, fuese de izquierdas o derechas. En Veracruz ganó la derecha. Se conservaron en el poder aproximadamente el 80% de los funcionarios duartistas. De modo que, pese a preferir estar jugando ajedrez, paseando con mi familia, escribiendo mi memorias, poesía, música, etc., no sólo tengo que trabajar porque la pensión no me alcanza (la gasolina y la luz están a precios elevadísimos, igual el teléfono y a veces el agua), sino que tengo que estar aquí, descontento, desconfiado, estresado, cansado de oír las mentiras anti lópez obradoristas. Unas dan risa, como la acusación de que López Obrador fue quien vendió Banamex a City Group. Perdón ¿Qué cargo tenía el peje cuando eso ocurrió? Porque a mí se me hace que no tenía facultades ni posibilidad alguna de realizar tamaña empresa. Lo que no me explico es porqué AMLO no le replicó a Anaya "esa acusación ni la afirmo ni la niego, porque no son hechos propios". En lugar de eso, se trabó de coraje y se le fué el tiempo, antes de contestar tal infamia. Respecto de Anaya, con quien estoy de acuerdo en que "Ese PRI que tanto le ha fallado a México, se tiene que ir" o "el PRI ya se va", el hecho de que sostenga tamañas mentiras con tal cara dura hace que se me quiten las ganas de votar por él. Es un mentiroso que usa la estrategias comunicativas de Goebbels. Y si algo me da pavor, es que el fascismo vuelva a gobernar en México.
Hace poco leí un artículo de una señora que explicaba porqué el marxismo falló. En resumen, falló por las mismas razones que fracasaron el cristianismo, el Islam, el budismo y demás ismos: sus líderes fundadores eran bellísimas personas dotadas de varias inteligencias preclaras, entre otras, la emocional, cuyos pensamientos no entendieron o no quisieron entender algunos de sus discípulos, en especial los que se convirtieron en líderes y se empoderaron. Cambiaron sus ideas humanistas en dogmas esclavizantes con fines egoístas. La pregunta obligada después de esta reflexión es ¿Si todas las utopías fracasaron, vale la pena tener utopías? Pues yo creo que sí, porque los que fracasaron no fueron las utopias x, y o z, sino los seres humanos que antepusieron sus egoístas y mezquinos intereses personales. La distopia no es algo deseable, aunque nos repitan mil veces al día que sí lo es.

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