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viernes, 23 de mayo de 2014

Madame Butterfly

Recientemente me acabo de enterar que en Xalapa se va a representar la maravillosa ópera Madame Butterfly de G. Puccini. La presentará la productora A Tempo, tras la cual me parece que están los nombres de Armando Mora y Rubén Flores, conocidos artistas locales. Tienen un gran reto en sus manos. Esta ópera produce emociones muy fuertes de toda intensidad, desde la más grande delicadeza celestial, hasta la más brutal emoción del suicidio y el terrible sentimiento de culpa. Cuando yo era joven, como muchos otros jóvenes tontos de mi generación, la repudiaba sin haberla visto. Hasta que mis abuelos me regalaron la entrada y me llevaron al Palacio de Bellas Artes, en México, D.F., para demostrarme que todos mis prejuicios eran infundados. Y lo consiguieron. De alguna manera me hicieron saber que esa ópera había impactado positivamente en sus vidas. Y no era para menos: aunque mi abuela no era japonesa, era mexicana; mi abuelo, norteamericano. Y participó como militar en la Primera Guerra Mundial. Aquella vez el Palacio de Bellas Artes se engalanó con una de las producciones más impresionantes, bellas y emotivas que yo haya visto; sin embargo, mi primer encuentro con la música de Puccini fue antes, en la casa de Don Miguel Ángel Gómez, el papá de Carlos Gómez Vignola, uno de mis mejores amigos de la secundaria y la prepa. El garaje de su casa era una bodega con quintales de chile seco que el señor comercializaba. Como sabía que yo estaba aprendiendo a tocar guitarra, en sus ratos de ocio, a menudo iba por la suya y me explicaba algunas cosas: la historia de su canción El beso balconero, las armonías de La chica de Ipanema o la letra de Corcovado: el Bossa Nova era en aquel entonces una música viva y de moda. Seguramente, por influencia de su suegro, sabía mucho de la cultura italiana. Y como una muestra más de la música "moderna y viva" de aquél entonces, tocaba un arreglo para guitarra del aria de Mimí de La Bohemia, como algo que no era culto, sino popular, pero al mismo tiempo digno de respeto, muy elaborado, delicado, bien logrado y con armonías tan atrevidas como las del Bossa Nova.  Y es que en eso ha radicado la fuerza de la música italiana por varias centurias: los tanos no conocen la diferencia entre música culta y música popular: para ellos son lo mismo. O Sole Mio, Torna a Sorrento y otras no tienen diferencias de estilos con las mejores melodías de Palestrina, Vivaldi, Tartini, Salieri, Verdi, Puccini o Menotti (éste, italo-americano): todas son melodías diatónicas y tonales o modales. La música de Puccini está llena de ardientes melodías, así como la de Verdi. El secreto de Verdi, a su vez, es que había estudiado a Palestrina (s. XVI) para absorber sus recursos melódicos. Todas las partes en juego de un motete palestriniano pueden sostenerse por sí solas fuera de su contexto, pues son melodías bellísimas. A su vez, Palestrina de alguna manera continuaba la tradición del Canto Gregoriano (aunque estuvo a punto de echar a perder para siempre las versiones originales de este repertorio, por encargo de alguna autoridad). El hecho es que Puccini confiaba plenamente en el poder de la melodía diatónica, y le sacaba partido con gran maestría. Pero era hombre de su tiempo y estudiaba a Wagner, Debussy, Ravel y a Richard Strauss. Por eso tiene armonías muy avanzadas para su época, y una orquestación excelente, cosa rara en otros operistas italianos, con excepción de Rossini. Sus biógrafos sospechan que, de haber vivido un poco más, habría buscado la manera de incorporar la dodecafonía a su estilo. El hecho de que su paisano Luigi Dallapiccola lo hiciese con éxito pocos años después, pareciera confirmar esta teoría. Ayer cumplí años, pero me pasé el 85% de mi festejo haciendo mis últimas tareas para una materia de la Maestría en Marketing Cultural y Producción Artística del Instituto Realia. De modo que tuve una emotiva pero íntima ceremonia familiar, por lo poco concurrida: mi hija y mi esposa me regalaron un pastel de naranja (riquísimo) que le encargaron a la novia de mi hijo, el que anda en otra ciudad. Terminando la cena, ante la proximidad de Madame Butterfly en Xalapa, tuvimos a bien poner un Dvd con una versión de 1974 a cargo de Mirella Freni y Plácido Domingo como protagonistas, con la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Herbert von Karajan, escenificada y dirigida por Jean-Pierre Ponnelle, entre otras estrellas de esa constelación. Estaba pensando en mis compañeros de la Maestría en Marketing Cultural y Producción Artística: Madame Butterfly tiene como principales a un norteamericano y una japonesa. Su libretista le dio al clavo: los Estados Unidos de Norteamérica y Japón son dos grandes potencias económicas. En lugar de hacer una ópera sobre temas ya gastados en la Europa de fines del siglo XIX o principios del XX, se basaron en estas dos culturas emergentes en su tiempo. El libreto tiene tal dosis de lacrimogenia, que puede competir en la materia con éxito frente a cualquier telenovela de Televisa; realmente, esta obra mueve las entrañas. Sólo una persona muy insensible puede no conmoverse al ver el engaño de Cio Cio San, quien se niega a aceptar las evidencias hasta rayar en la locura. Puccini aprendió muy bien la técnica del leitmotiv wagneriano y juega tanto con melodías tradicionales japonesas como con las primeras notas del Himno Nacional Norteamericano para tridimensionar a sus personajes. El uso que los libretistas hacen de los valores patrios norteamericanos, que tan bien conocemos los adictos al cine norteamericano (repetidos tan hasta el cansancio que nos fastidian), es genial: Benjamín Franklin Pinkerton es indigno de ellos, su actitud cobarde lo perseguirá por siempre, mientras que Cio Cio San, quien no puede vivir con honor, tiene el coraje de su pueblo para quitarse la vida a la usanza de los japoneses, con una katana. He estado pensando en la calidad del argumento, que si Cio Cio San era una pendeja, pues una mujer moderna se preguntaría ¿Por qué quitarse la vida por un hombre? "No vale la pena", diría. El suicidio no era sólo por el hombre: Cio Cio San repudió a su pueblo -innecesariamente, pero llevada por la emoción, lo cual es lógico- y su tío el Bonzo le lanzó una maldición. Es muy  interesante ver una obra europea de fines del siglo XIX donde alguien recibe una maldición (que surte efecto) por convertirse al cristianismo y no por abjurar de él. Otro punto donde pensé erróneamente que fallaba el libreto, es precisamente porque Cio Cio San abjura de sus dioses ¿Pues no que eran budistas? Investigando un poco, me enteré de que junto al budismo tienen otra religión, el Shintoísmo. Kami kami, canta alguien en esta ópera. ¿Han oído la palabra kamikaze? Los kami son fuerzas especiales que pueden ser divinas, pero no necesariamente. Volviendo al suicidio de Cio Cio San: la pobre mujer se enamora profundamente, mientras Pinkerton sólo desea divertirse un rato. Pero América y Pinkerton significan para Cio Cio San salir de una situación difícil, casi miserable. Al renegar de su pueblo, su familia, su religión y ser traicionada por Pikerton, sólo le quedan dos salidas: mendigar o suicidarse. Además, estamos hablando del Japón de 1890. A nadie le parece raro que el protagonista de El último Samurai con Tom Cruise se suicide o que otros Samurais acepten que los liquide un compañero de armas antes que vivir sin honor. Entonces ¿porqué ha de sorprendernos que Cio Cio San se suicide de manera similar? Y, respecto a la producción del DVD citado líneas antes, el color blanco predomina a lo largo de toda la obra. Incluso las flores de cerezo que Cio Cio San riega en la casa para recibir a Pinkerton cuando regresa, tienen corrección de color y se ven más bien blancas. Éste es otro detalle que aprendí en otra escuela de mercadotecnia: el blanco, al occidental le parece que es un color de vida; al japonés, de muerte. Venderle vitaminas a un nipón envasado en un frasco de cerámica perfectamente blanco, es una de las más grandes metidas de pata que se pueden hacer. Es muy interesante cómo en esta ópera, desde el principio, nos plantean que Pinkerton no piensa comprometerse en serio, y que Cio Cio San hereda la Katana con la que se suicidó su padre: "un regalo del Emperador". Es una novela negra que nos anuncia una traición de amores que culminará en tragedia, y todo el momento nos están diciendo que así va a terminar; pero, en vez de aburrirnos por ya saber el final, lo esperamos con intensidad cada vez mayor. Y esto sucede cada vez que vemos la obra de nuevo. Aquí es donde se sabe si una obra es maestra o no: si al verla de nueva cuenta le encuentra uno algún detalle nuevo y el interés se mantiene o acrecienta, estamos ante una obra maestra. Espero que la producción xalapeña esté a la altura de las circunstancias y que aún quede un boleto para mí para ir a verla, pues parece que han logrado una preventa exitosa. Como debe ser. Madame Butterfly es una obra taquillera.

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