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jueves, 24 de octubre de 2013

Murió Héctor Quintanar. Descanse en paz.

La vida está llena de alegrías y sinsabores, de ciclos que inician y otros que terminan. Nunca se tiene una alegría completa, siempre hay algo que la empaña. Todos estos días he estado luchando con ahínco para promover con éxito el evento "Lunas de octubre", al cual me hubiera gustado que asistiese mi Maestro Héctor Quintanar. Hace dos o tres semanas fui al Distrito Federal y quise aprovechar para platicar un momento con el maestro. Para saludarlo, para agradecerle sus valiosos consejos y, sobretodo, las enseñanzas que me impartió, gracias a las cuales pude ganarme la vida por más de treinta años y gozar la jubilación de la que ahora disfruto. Durante esa estancia, hablé a su casa. Me contestó su hijo. Tenía una voz muy parecida a la de su padre. Me informó que el maestro ya no recibía a nadie, pues estaba en una situación muy delicada. Comprendí y le pedí de favor que, en cuanto el Maestro estuviera despierto, le comunicara lo mucho que lo estimaba. Que había pasado a saludarlo para agradecerle todo lo que hizo por mí. La última vez que nos comunicamos, fue acá en Xalapa, durante el festival Centroamericano y del Caribe de músicos y compositores, en el año 2000. El guitarrista Víctor Pellegrini había tocado una obra mía y el Maestro Quintanar se acercó a felicitarme. Y me dijo, orgulloso, que se notaba que yo "tenía buena escuela". Y no era para menos: cuando yo era su alumno, me la pasé durante nueve meses de lunes a viernes y de 16 a 20 horas, analizando la obra de W.A. Mozart y la idea era tratar de componer con su estilo y calidad. Un gran ejercicio. "Aunque aquí te faltó chispa, Mozart lo hubiera hecho de otra manera ¿Porqué lo hiciste así?". En pocas palabras, fue algo así como mi maestro Yoda. Pues me transmitió muchos conocimientos y, ante todo, valores para la vida. Pero todo en esta vida, se acaba. Es la parte amarga de la vida, ver cómo los amigos, los parientes, los maestros y los compañeros de escuela, incluso los rivales, todos, tarde o temprano, nos dejan solos, en este valle de lágrimas. Durante aquella estancia en el D.F. me enteré que el año pasado murió mi compañero Víctor Manuel Medeles, alumno también de Héctor Quintanar. Mi hija me acaba de informar que hace unos días se murió el flautista Ignacio Guzmán, otro gran amigo de quien también recibí grandes enseñanzas musicales. Cuando escribí el ensayo para el libro conmemorativo del Teatro del Estado, tampoco pude entrevistar a Nacho. No recibía a nadie. Incluso, no hace mucho hablaba de Joaquín Gutiérrez Heras como si aún viviera, hasta que un exalumno me dijo "¿Qué no se enteró? El maestro falleció hace unos días". Perdón por importunarlos con estos pensamientos. Pero mi conciencia me decía que debía decirlos. Descansen en paz Héctor, Joaquín, Víctor y Nacho.

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