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lunes, 29 de junio de 2020

CRÓNICAS PANDÉMICAS. CAPÍTULO 28.

CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 28.

   Hace un calor insoportable. Si bien estoy en una ciudad inmersa en un bosque subtropical de altura, me siento como en el Sahara. Quizá es a causa de la nube que viene desde África. Ojalá y no traiga chupacabras ni galanes árabes, como lo desean algunas ingenuas amigas mías. Lo que sí puedo hacer es aprovechar el fenómeno natural para sacar unas macetas vacías y esperar a que se llenen con las arenas africanas, pues ya se me acabó la tierra y quiero sembrar unas acelgas, pues no me gusta estar saliendo al súper a comprarlas. Es que los xalapeños, pese a habernos portado bien con Susana Distancia ahora estamos en semáforo rojo mientras que tanto en la Ciudad de México como en el Puerto de Veracruz están en semáforo naranja. Como dice la canción “para qué sirve ser bueno, si se ríen en tu cara”.
   Siempre que viajo a la Ciudad de México desde Veracruz tengo que pasar por Chalco, y cuando voy manejando, me gusta entrar por la Avenida Ixtapalapa como atajo. Pero aún viajando en autobús, desde que me voy acercando a la Ciudad de los Palacios, a mano derecha aparecen dos enormes cerros. Uno de ellos es natural, pero está lleno de basura por dentro. El otro es artificial, es un relleno sanitario construido para suplir al natural, que ya se llenó. Son del mismo tamaño. Lo que sucede es que millones de capitalinos generan billones de toneladas. Pero el uso de esos cerros es perceptible nada más para un ojo analítico, pese a que cerca del cerro natural hay unos depósitos enormes para recoger el gas metano mezclado con dióxido de carbono. Cualquiera diría que son depósitos de petróleo, pero no. Están pintados con pintura plateada y franjas azules desde hace décadas. No tienen el logotipo de PEMEX. Esos gases los produce la basura orgánica al descomponerse y son bastante peligrosos.
   Más impresionante es ingresar a Ixtapalapa a media noche y ver los contenedores de plástico llenos de basura, apilados unos encima de otros, hasta formar laberintos con muros de plástico y basura tan altos como un edificio de ocho pisos. Tampoco es agradable la huida de aquel infierno cuando viene uno de regreso al trópico en el Eje Seis con rumbo a la Calzada de Zaragoza a plena luz del día: son hectáreas de terrenos baldíos llenos de basura. Basura, basura y más basura: llantas de automóvil ponchadas, latas de cerveza vacías, envolturas de botanas y alimentos chatarra, frascos llenos de cucarachas, montañas de pet, ratas pululando entre el tiradero, perros callejeros infestados de parásitos, pañales desechables usados, condones y toallas femeninas, latas de sardina o de atún sin más contenido que la mugre, algún sofá destartalado y demasiada miseria: muchos lotes están ocupados por ejércitos de seres humanos sin casa propia ni dinero para alquilar una vivienda. Sus hogares son tiendas de campaña hechas con telas de hule barato y algunos palos o fierros para sostener esos frágiles y mugrosos toldos. Así es la bienvenida y la despedida que la orgullosa capital de la República Mexicana nos da a los provincianos que venimos del Oriente.
   No hay que tomárselo tan a pecho ni tan a la trágica, pues el buen humor ayuda a mantener un sistema inmunológico fuerte y ésta es la mejor defensa contra cualquier agente patógeno, incluido el COVID 19.
   –Hola Fernando ¿Me llamaste?
   –¿Quién habla?
   –Yo. El COVID19.
   –¿Y a ti quien te invitó? Llegaste antes de lo previsto.
   –Claro, al que madruga Dios le ayuda.
   –No por mucho madrugar amanece más temprano.
   –Por supuesto. Pero yo me he deleitado con las muchachas que vienen a hacer jogging y tú ya no verás nada. Sé que, al igual que yo, te quieres reproducir dentro de ellas.
   –No cabe duda de que cada cabeza es un mundo. Yo me reúno contigo contra mi voluntad y tú vienes a presumirme con tus conquistas. Vienes a hablar de la soga en la casa del ahorcado. Sabes que a causa de mi edad ya no puedo jugar con ellas al juego de las ninfas y los sátiros.
   –Es un ejercicio agradable y deberías hacerlo, así me facilitarías las cosas, en vez de estar encerrado y tomando vitaminas. Yo diría que es un ejercicio bastante inspirador: imágenes en movimiento, gente exponiéndose al contagio creyendo que fortalece su salud.
   –Quizá mañana me levantaré más temprano, para comprobarlo. ¿Qué opinas de este cubre bocas que me vendió mi nuera china? Es un KN95. Y lo refuerzo con este otro que hizo Claudia Pensado.
   –Son de muy mal gusto ¿Ya resolviste tu asunto?
   –¿Cuál?
   –El de la herencia. ¿O vas a dejar tus bienes intestados?
   –No. Ese asunto me mortifica. Tuve una charla con el notario.
   –¿En persona?
   –Fue una video llamada.
   –¿Y qué dijo?
   –Que si quieres excluir a alguien de tu testamento debes agregar la frase “lo desheredo por ingratitud”. De lo contrario, tus descendientes lo pueden impugnar.
   –¿Y se puede saber a quién vas a desheredar?
   –Qué te importa.
   –Ya sé, a tu hijo el millennial. Porque no cree en tus teorías de la conspiración.
   –Lo de los terremotos provocados por el fracking no es teoría de la conspiración.
   –Como tampoco las teorías de que el gobierno chino me fabricó ex profeso, ja ja.
   –Me ofendió mucho. Yo sospecho que a ti te entrenaron en un laboratorio para interactuar con las células humanas.
   –Y tu hijo te dijo “cómo eres pendejo”, ja ja. Pero no olvides que el que da y quita con el diablo se desquita. Yo prefiero ser tu verdugo, no me gustaría que murieses a manos de tu hijo. Me gusta que, aunque los humanos se mueran de otra cosa, los forenses digan que yo los maté.
   Fernando Iturbide Senior tomó un recipiente con Lysol Aerosol y lo accionó empapando al virus sin consideración alguna, el cual se derritió como el hielo en el Sahara. El abogado empezó a ver una luz al final del túnel. Una luz de esperanza. Se acordó de sus amigos Laura y Jaime, quienes planean festejar los 20 años del grupo de danza Epifanía con una nueva versión del performance “Luz de esperanza”, el que estrenaron poco después del once de septiembre del 2001. Pero esa nueva luz se debía a que al final del túnel venía Darth Vader con una espada lasser encendida. Era su nietecita disfrazada con ese atuendo. Fernando se rió de la situación, pues parecía un meme del Whatsapp. Tomó a su nieta, la cargó y salió al patio a ver si la arena del Sahara ya había llenado las macetas.



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