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lunes, 1 de junio de 2020

bitácora analítica

   Desde el sábado pasado estuve tratando de hacer un donativo, comprar un anuncio en Twitter y pagar una deuda en INBURSA. Mi tarjeta rechazó todos los movimientos. Traté resolver mi problema por vía electrónica, pero fue imposible. Tuve que ir a que me atendiera un ser de carne y hueso. Pero mi sucursal, a la que asistimos pocas personas, estaba cerrada y llena de papelitos que informaban que a causa de la contingencia sanitaria, sólo atenderían en las tres sucursales que más tráfico humano tienen. En especial, nos remitían a la del centro de la ciudad y a la de Plaza Cristal donde ya se han reportado al menos ocho casos de coronavirus. La otra opción era la de Plaza Ánimas, que por ser una plaza medio fifí, tiene menos tráfico. Pero la sucursal de esa plaza tiene mucho más tráfico que la de la mía. No me quedó más remedio que formarme a pleno sol. Los que estábamos hasta atrás de la larga fila no estuvimos a los dos metros de separación por un largo tiempo. Yo llevaba un libro de cuentos de Saroyan para entretenerme durante las tres horas que duró la fila y leí varios de ellos.

   A la mitad de la fila, se presentó una empleada del banco que nos ordenó estar a dos metros de distancia cada uno. Había unos cuadros pintados en el suelo para tal fin; pero, al llegar a la puerta de acceso al banco, mi fila se unió a la de los que iban a cajeros automáticos, que se movía más rápido y en la que no se respetaba la sana distancia. De modo que estuve cerca de media hora expuesto a que los de la otra fila me contagiasen del virus. Por fin llegó mi turno. La batería de mi celular ya se había descargado a causa del tiempo transcurrido. El local del ejecutivo que me iba a atender estaba artificialmente frío, como para que, tras la insolación de tres o más horas, repentinamente pasásemos a un lugar frío y nos diese una enfermedad respiratoria. 

   Llegó mi turno, expuse mi caso. la gerente tecleó mis datos en su computadora, y me informó que mi tarjeta no tenía ningún problema, que esos rechazos "se hacían por mi seguridad". Pues como yo pago cada mes la tarjeta de INBURSA, para los estúpidos robots del banco "es una actividad inusual" y "para mi seguridad", en vez de permitirme hacer la transacción en línea, me obligaron a estar expuesto al contagio por varias horas. Mejor ya no me cuiden tanto, no sea que en una de esas me vayan a contagiar un enfermedad. Así es la vida en el mundo post moderno, cuyo eslogan puede resumirse en "para tu seguridad, mejor te matamos".
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