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sábado, 30 de noviembre de 2013

Música y nazismo


Uno de los compositores que más conflicto de aceptación me crea, es Richard Wagner (22 de mayo de 1813-13 de febrero de 1883). En primer lugar, fue un gran compositor, con excelente dominio de la orquesta y una gran capacidad para la dramaturgia, cualidades que le valieron para posicionarse como uno de los tres mejores compositores de ópera de todos los tiempos. Pero, según Aaron Copland, lo mejor de Richard Wagner ocurre en el foso de la orquesta: el Preludio a Tristán e Isolda, La Muerte de Sigfrido, el Preludio al Holandés Errante, los preludios a los actos I y III de Lohengrin,  y La Cabalgata de las Valquirias, la cual me remite a Apocalypsis Now de Francis Ford Coppola. Aunque mi interés reciente en este filme se debe a la necesidad de analizar la edición de Walter Murch, justamente este afán me llevó a la escena de los helicópteros con marines norteamericanos atacando una humilde aldea de pescadores y campesinos vietnamitas.
-Esto es guerra psicológica- dice el personaje principal, desde su helicóptero, y hace sonar como música de fondo La Cabalgata de las Walkirias, la cual se oye magnífica en las bocinas del cine, como saliendo del helicóptero.
Y la guerra psicológica, creo que no iba dirigida exclusivamente hacia los vietnamitas, sino al público bien informado: Wagner era el compositor favorito de Adolfo Hitler, y, en vida, escribió escritos antisemitas. En ese momento, los norteamericanos quedaron equiparados a los nazis: soldados imperiales agrediendo con ventaja tecnológica a un pueblo notoriamente humilde, y, para colmo, inspirados por la música favorita de quien pregonó el racismo y la superioridad de la raza blanca. Francis Ford Coppola, inteligentemente, se deslindó de inmediato del punto de vista del protagonista, al mostrar a una esbelta joven vietnamita, con cuerpo de adolescente, que se acerca a uno de los helicópteros, sin que los marines se den cuenta a tiempo, y les arroja una granada al interior del aparato, el cual explota casi de inmediato. La vietnamita no corre la suerte de la protagonista de Los juegos del hambre, pues la persigue otro helicóptero y termina acribillada por la espalda a causa de una ráfaga de ametralladora; esto es, muere asesinada en un acto de cobardía, en todos los sentidos. Después de esta escena, es difícil que una persona sensible siga siendo partidaria del bando norteamericano. Siempre he creído que las mejores películas bélicas son las antibélicas: Patrulla Infernal de Stanley Kubrick, Hermandad de Guerra de  Taegukgi Hwinalrimyeo, La Conquista del Honor y Cartas desde Iwo Jima de Clint Eastwood, por citar algunas. La escena de los helicópteros de Apocalypsis Now no sólo es un ejemplo de un excelente manejo de la imagen, de una edición impecable de material visual tomado por ocho cámaras en movimiento, sino de una combinación psicológica de música e imagen: justo como lo hacía Wagner en sus óperas. Qué paradoja. Los personajes de Wagner por eso son tridimensionales. El director de orquesta Zubin Meta lo sabía y por eso se atrevió a hacer un programa entero con música de Wagner en Tel Aviv. La idea era separar la belleza musical de las tonterías racistas del compositor. Ocurrió que los israelitas mayores de edad se sintieron insultados y se retiraron del teatro, en medio de innumerables protestas. Y no era para menos: cuando los nazis dejaban salir el gas letal para envenenar a los prisioneros judíos encerrados en los campos de concentración, como guerra psicológica, hacían sonar la música de Wagner. ¿Si éste hubiera sabido lo que Hitler haría con su música en el futuro la habría compuesto? ¿O le habría aplaudido al genocida? Lo cierto es que Richard Strauss se erigió en el principal continuador de Wagner y compuso excelentes óperas como Salomé y Elektra. Más Richard Strauss era amigo del judío Stephan Zweig y, aunque llegó a ser la máxima autoridad musical de Hitler, la amistad con este escritor judío terminó por arruinar la carrera del autor de Salomé. Además, Strauss componía “sumando”. Karl Orff, el compositor de Carmina Burana, en cambio, componía “restando”. De modo que el músico que se ajustaba perfectamente  a los preceptos nazis para el arte no era Strauss, sino Karl Orff, cuya obra, está escrita decididamente para las masas. Me gusta la música de Wagner, en especial la ópera Tristán e Isolda, pero me repugnan los crímenes de guerra del nazismo. Ese es mi conflicto con la música de Wagner. Y con la de Orff.

2 comentarios:

  1. Me parece que esta sera la eterna (y en ocasiones trágica) paradoja en el arte: su espíritu universal y glosolalia dimensión harán de ella la materia prima para sin fin de usos ideológicos y pragmáticos sin reparar en distinciones. Aquí tiene la ultima palabra el juicio particular y privado sobre la interpretación concreta y publica.

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  2. Aunque sea un concepto pasado de moda, prefiero el arte por el arte. Desgraciadamente, la cultura es un arma de guerra. Cuando debería ser un instrumento de paz.

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