En octubre de año próximo la organización Katarsis, música y danza cumplirá 15 años de estar funcionando sin interrupción. Hasta ahora hemos funcionado como un colectivo independiente. Estamos preparando cambios para reposicionarnos y superarnos. Mas ¿Cómo llegamos hasta aquí? Nuestra historia empieza antes. Por mi parte, me preparé como compositor de música en el Taller de Composición del INBAL fundado por Carlos Chávez, donde fui discípulo de Mario Lavista y Joaquín Gutiérrez Heras, bajo la supervisión de Héctor Quintanar, de quien recibí valiosos consejos; sin embargo, ya había tomado clases particulares en Xalapa, con Raúl Ladrón de Guevara, quien realmente me inició en el arte de plasmar los sonidos en el papel; posteriormente, Joaquín Gutiérrez Heras haría lo mismo en el Distrito Federal. Debo agradecer a ambos maestros su paciente y desinteresada labor, a quienes visitaba frecuentemente para recibir grandes lecciones de manera absolutamente gratuita. Con esos conocimientos pude competir con éxito para ingresar al Taller de Composición, lugar sumamente competido; las atractivas becas que ahí se otorgaban eran más de tres veces mayores en monto que las destinadas a las carreras de los instrumentistas, y con derecho a un cubículo privado con escritorio y piano. De ahí que los competidores fuesen personajes del tamaño de Arturo Márquez, Francisco Nuñez, Federico Ibarra, Graciela Agudelo, Víctor Manuel Medeles, Lilia Vázquez y Marcos Lifchitz, por citar algunos cuantos. Anteriormente habían pasado por ahí ni mas ni menos que Mario Lavista y Eduardo Mata.
Mi esposa Angélica, en cambio, estudió en la Escuela Normal Veracruzana y, en Danza, tomó clases con Tulio de la Rosa. Posteriormente, ingresó a la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana, de donde egresó hacia 1982. De 1977 a 1978, fue becada por la Universidad Veracruzana para estudiar en el INBA Metodología de Ballet, Técnica Cubana. También fue bailarina del Taller Coreográfico de la Universidad Veracruzana, grupo que en unos pocos meses se presentó ante cerca de 30 000 espectadores.
Mi hija Rosaura González, por su parte, se graduó de la Facultad de Música con mención honorífica: tenía titulación automática por tener un promedio general de estudios superior a 9; no obstante, realizó un proyecto de titulación cuyo programa estuvo integrado por conciertos en público, más una tesis que defendió en audiencia pública.
Pero no llegamos hasta acá por nuestra linda cara, sino a través de un largo proceso de trabajo, lucha, estudios, caídas, raspones, más caídas, uno que otro éxito, algo de depresiones y corajes; pero, sobretodo, mucha terquedad. Nadie nos regaló nada. A veces nos daba algo de envidia ver que a algunos (se dice el pecado, no el pecador) se les daban las cosas en bandeja sin haber hecho tanto esfuerzo. Pero el tiempo nos ha enseñado que no debemos desear la suerte del otro. Pues no sabemos muchas cosas. Me explico: como compositor, yo podría sentir envidia de Mozart. Pero, pensándolo bien, me conformo con mi suerte. ¿Realmente le fue bien en la vida a Mozart? Se murió a los 35 años de edad, tras de ver la muerte de cinco hijos y sin haber disfrutado de los beneficios de la fructífera obra que compuso. En verdad les digo que no le deseo a nadie la suerte del maestro de Salzburgo. Agradezco a Dios el escaso talento que me ha dado, pero más aún la calidad de vida de la que he gozado. Los sufrimientos son la sal de la vida. En mi caso creo que hay un buen balance de sabores. Parte del placer de llegar a la cima de la Pirámide del Sol de Teotihuacán es darse cuenta de que uno fue capaz de subirla, cosa que se antoja difícil cuando se está al inicio de la escalinata. Tampoco diré que he triunfado, porque no estoy satisfecho con lo logrado, para mi fortuna. ¿Se imaginan qué aburrida sería mi vida si pensara que ya logré todo lo que podía lograr y que ahora mi destino sería estar apoltronado en un mullido sofá viendo la televisión?
Cuando fui becario del Taller de Composición de INBAL, la beca era de $1000 pesos mensuales. Corría la década de los setenta, las heridas del 2 de octubre de 1968 estaban recientes. A mí por poco y me tocó vivir en carne propia el ataque de los "Halcones" del 10 de junio de 1971, por andar en la manifestación estudiantil. Pero me salí a tiempo. ¿Cobardía? Quizá sí. En mi óptica nunca ha estado enfrentar a un ejército sin armas en la mano. Lo considero una tontería. Yo formaba parte del Comité de Lucha del Conservatorio Nacional de Música y esa organización se convirtió en directiva de la Sociedad de Alumnos, mediante un proceso electoral que ganamos fácilmente, animados por las sugerencias del compositor refugiado español Simón Tapia Colman. El hecho es que mi estadía en el Taller de Composición se entorpeció con los movimientos sociales de la época: hacia 1973 hubo una huelga contra Carlos Chávez, el fundador de mi escuela, de la cual era becario. Quedé en una situación difícil: todos mis antiguos camaradas del Comité de Lucha estaban del lado de los huelguistas. Realmente, del lado del maestro Chávez sólo estaban mis maestros, que eran pocos, y unos cuantos compañeros. El resultado es que, estando yo marcado por el gobierno priísta de Luis Echevarría como rebelde protestón y delirante, perdí el apoyo de mis amigos izquierdistas. Genial ¿No? Las autoridades oficiales priístas me aplicaron el anatema hasta la época de Carlos Salinas de Gortari; y la izquierda, quizá hasta la fecha.
Para colmo de los males, rompí con el hogar paterno y al poco tiempo embaracé a una muchacha. Tuve que trabajar. Pero ¿Saben qué? Fue lo mejor que me pudo pasar. Me hice hombre. Trabajé de cajero en el almacén de la CONASUPO de Tlalnepantla. Tenía que viajar en un camión del servicio urbano desde la colonia Nueva Santa María del Distrito Federal. A veces me hacían trampa con mi paga y la contadora con cualquier pretexto argüía que había faltantes y me los cobraba. Ambos sabíamos que yo no había dispuesto dinero de la caja y que ella también tenía una llave. Los faltantes aparecían después de la hora en que yo tomaba mi alimento del medio día. Pero nunca bajé la guardia. Siempre soñaba con conectar un hit en la música. Por eso compuse las Diferencias sobre el prisionero http://youtu.be/xcQ7yY_BgF0 y el tango Sabrás muy pronto, que ahora forma parte de mi ópera Tropical http://www.youtube.com/watch?v=89JJ0qYGf_c y del espectáculo Historias bajo la luna. https://www.youtube.com/watch?v=jYIJ01xFyMA En cuanto pude, me cambié de trabajo. Fui corrector de pruebas de imprenta de las editoriales Trillas, Siglo XXI, Era, Limusa Wiley y Fondo de Cultura Económica. Después ascendí al departamento de redacción de una Revista de Geografía Mexicana, una especie de National Geographic nopalera. Tanto el ser freelancero como el tener un trabajo de medio tiempo, me permitieron promover las Diferencias sobre el Prisionero. Recuerdo que le regalé la partitura a dos guitarristas: el primero era un compañero avanzado del Conservatorio, al que la plebe había bautizado como El Diablo, seguramente por feo o amargado; el segundo, era ni más ni menos que el triunfador Alfonso Moreno. El primero me ninguneó, y, por supuesto, nunca las tocó. Alfonso estaba alcanzando la cima de su carrera artística, tras sus victorias en el Concurso Internacional para Guitarra de la ORTF en Francia. Ni más ni menos, en 1968 ganó el Primer Lugar. Pero, en 1972, hicieron otra etapa del concurso, donde se enfrentaron los primeros diez ganadores. Entre otros participantes, estaba el brasileño Turibio Santos. Por encima de todos ellos pasó Alfonso Moreno. Curiosamente, yo creía que El Diablo, por ser más insignificante, estaba más cerca de mí, y que Alfonso, quien realmente era un concertista de fama internacional, nada más me daría el avión.
La verdad, es que ninguno de los dos las tocaba. Yo, mientras tanto, aproveché una oportunidad: el grupo Quanta de improvisación electroacústica que fundó Mario Lavista, se quedó temporalmente sin uno de sus músicos. Así que yo ocupé la plaza del Juanjo, como le llamaban. Con Juan Herrejón, Antero Chávez y Víctor Manuel Medeles, formábamos un cuarteto que a menudo tocaba ante auditorios repletos de espectadores. Creo que la función que más me agradó fue cuando nos asociamos con la coreógrafo no recuerdo el nombre, creo que Gladiola Orozco. No me crean. El programa de mano de "Tramas y urdimbres" lo tenía en un álbum portarretratos que perdí en una mudanza Morelia-Xalapa, hacia 1998. O quizá lo extravié en una fotocopiadora. Lamentablemente, mis compañeros Juan Herrejón y Víctor Manuel Medéles ya fallecieron y no me pueden corregir el dato. Pero me parece que Antero Chávez, compositor y percusionista de la OFUNAM todavía vive y él podría conservar un programa o recordar el dato. En caso de que alguien lo consulte, recuérdele que Tramas y urdimbres se llevó a cabo en la Casa del Lago, al aire libre. Los bailarines iban desenredando una madeja de estambre de color por donde se iban moviendo. Los músicos nos podíamos cambiar de instrumento a hacer. Total, era música improvisada. Por hoy, los dejo, pues tengo que ir a comer. Esta saga continuará más pronto de lo que se imaginan. Prepárense, porque da para una novela con tintes históricos: estamos hablando de hechos que se pueden remontar hasta 1956.
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