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domingo, 28 de junio de 2015

La reencarnación de G. Gershwin

Siempre me ha parecido que el joven director de orquesta Rubén Barrientos Calderón es la reencarnación de Gerge Gershwin. Mi esposa y mi hija dicen que soy muy mal fisonomista; no obstante esa opinión, les comparto una imagen del compositor americano. Yo digo que Rubén tiene un no sé qué de Gershwin: además de ciertos rasgos fisonómicos, toca el piano y tiene un ritmo bárbaro. Y le sale bien la música del siglo XX.
Ayer estuve en su exámen para obtener el grado de Maestro en Dirección Musical en la Universidad Veracruzana y pude constatar esas percepciones: me pareció que dirigió con una gran precisión una suite orquestal de Igor Stravinsky; además, dirigió uno de los conciertos para violín de J.S. Bach al estilo barroco; es decir, desde el teclado, mientras ejecutaba la parte del bajo continuo. Abrió su programa con una versión del Preludio a la Siesta de Un Fauno de Debussy y cerró con una sinfonía de F.J. Haydn. El auditorio de la Facultad de música estaba repleto. Por un azar del destino, uno de los cantates que van a participar en mi ópera se retiró del evento y eso me facilitó encontrar una butaca vacía. De lo contrario, tendría que haber escuchado el concierto de pie. Pues se me había informado que iniciaría a las 17 horas y comenzó unos 15 minutos antes. Tal vez era la impaciencia de Rubén por dar ese gran salto que cambiaría el rumbo de su vida para siempre. Al terminar el concierto, el jurado le pidió al público que se retirase del recinto, para deliberar. Había una gran expectativa en los pasillos. Entre el público, me percaté de la presencia de varios músicos locales que han destacado en nuestro ambiente: la Maestra y flautista Natalia Valderrama, el Director de Orquesta Fernando Ávila, el gran jazzista Edgar Dorantes, la maestra Beatriz Olmos, los esposos Richard Siwy y Reina Capilla, sin contar a los maestros del jurado, que estaba integrado por Lan Franco Marcelletti, el Doctor Emil Awad, el Doctor Gustavo Castro Ortigoza y el Maestro Arturo Cuevas Guillaumin. Tras unos minutos de ansiosa espera, salió Ruben, feliz. Los sinodales nos invitaron a pasar de nueva cuenta al recinto, para hacer la ceremonia final. A Ruben se le otorgó el grado de Maestro en Dirección de Orquesta, por unanimidad y con mención honorífica. Tras rendir protesta, dirigió unas palabras a la concurrencia, visiblemente emocionado. Y no era para menos: en ese momento dejaba por lo menos doce años de su vida en la Facultad de Música, madre protectora. A partir de ese momento, Rubén sintió que ese ciclo se le había cerrado y ahora iniciaba uno nuevo. Un ciclo desconocido. Tal vez tenga éxito. Tal vez grabe discos. Tal vez dirija muchas orquestas y le lluevan las giras por todo el mundo. Por lo pronto, el primer paso que va a dar como profesional fuera de las aulas, será dirigiendo la ópera Tropical de mi autoría. Me siento muy honrado que sea él quien lleve la batuta en el próximo reestreno.

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