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martes, 30 de junio de 2015

Ópera, contrapunto y minimalismo.

El minimalismo es excelente para hacer logotipos de museos: si el diseñador es bueno, el resultado es sobrio y elegante. En ocasiones, funciona para decorar salas con un toque modernista. En el cine y como música de fondo para coreografías, también es muy funcional: crea un fondo neutro que no le hace sombra a la acción principal, sino que la refuerza. En otras palabras, es un moderno bajo de Alberti. Pero tomarlo como una composición musical en si mismo, es muy bueno para hacer pasajes como los del primer movimiento de la broma musical de Mozart: al no haber melodía ni nada que tome el primer plano, el acompañamiento toma relieve y el resultado es coherente, pero provocando  la sensación de que falta algo. También es excelente para justificar la carencia de ideas de un compositor, quien se pasará largos lapsos de tiempo generando atmósferas sin tener un arco dramático convincente, ni sentido de dirección. Otra utilidad, de gran provecho para los productores sin dinero, es que permitirá justificar producciones donde la pobreza brotará por todas partes. Hay libretos donde la austeridad es su mejor arma. Pero hay obras donde el minimalismo es fatal. Como es el caso de la ópera.
Otro tópico que pongo a discusión es el del empleo del contrapunto en la ópera. Richard Strauss opinaba que los contrapuntistas no tenían nada que hacer en la ópera. Pasaba por alto que Monteverdi sacaba gran provecho de su anterior experiencia como madrigalista y que a menudo nos sorpendía con bellas piezas polifónicas. Erik Satie alguna vez comentó que odiaba el contrapunto y toda su vida lo eludió; hasta que, harto de las críticas, se dedicó por dos años a estudiar contrapunto, para decir, al final del proceso, que "se le había secado la imaginación para el resto de sus días". Y no volvió a componer. En el otro lado de la moneda están Verdi y Camille Saint Saens: Verdi estudiaba atentamente a Palestrina, en tanto que Saint Saens desde temprana edad se hizo un experto en contrapunto. Quizá ése es el secreto de las bellas melodías de los operistas latinos: el contrapunto palestriniano. A diferencia del de J.S. Bach, que es cromático, el de Palestrina es diatónico. No tenía modulaciones, salvo alguna alteración incidental, producto más bien del ajuste entre los modos gregorianos y la polifonía moderna. También Puccini tenía como una de sus mejores armas la melodía diatónica con un punto culminante. Quien lo dude, escuche por favor el aria Nessum dorma.

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