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viernes, 25 de marzo de 2016

Crimen de Estado en el Medio Oriente

Con el paso del tiempo, es muy difícil que las cuentas se lleven con precisión y más si de por medio hubo un crimen de Estado mezclado con fanatismos religiosos. Del que les estoy hablando, ocurrió hace aproximadamente 1983 años. Los datos no son confiables, pero hay un consenso mayoritario de que así fue. La víctima de este crimen ya venía perseguida desde su nacimiento; pues, por vía materna, descendía de la casa del Rey David, padre de Salomón y otros muchos. Pero su pueblo estaba sometido por el Imperio Romano. Se sabe que, para desaparecerlo, el Rey Herodes I el Grande, cuyos niveles de aceptación pública nada piden a la de ciertos políticos modernos, ordenó la matanza de todos los menores cuyas edades oscilaban de recién nacidos a dos años de edad.
Finalmente, este personaje fue aprehendido, con la ayuda de al menos un delator y juzgado "a la mexicana", aunque México aún no existía como nación; fue sentenciado, torturado con saña; y, finalmente, crucificado. Todavía, por estas fechas, hay manifestaciones en todo el mundo latino y otros países del mundo, recordando este atroz crimen. El iter criminis: además de ser el legítimo heredero al trono de un pueblo sometido por otro, este personaje andaba pregonando ideas subversivas en materia de religión; suficientemente graves como para que los Doctores de la Ley lo consideraran un hereje; y, por consiguiente, digno de un castigo ejemplar.
Lo curioso es que el culto que quisieron desaparecer mediante la eliminación física, la tortura y la difamación, no sólo persite hoy en día, sino que el mismo imperio que intentó acallarlo de esta manera intimidante, se rindió ante este movimiento social-religioso y en el año 313 d.C. lo adoptó como religión oficial y para el 323 no sólo ratificó esta decisión, sino que estableció que el cristianismo, a partir de esa fecha, sería la única religión del Imperio Romano. Al poco tiempo este imperio se dividió en dos, y esta nueva religión sufrió su primer sisma grave: por un lado se quedaron los cristianos por línea directa, los Ortodoxos Sirios, cuyos Papas afirman descender directamente de los primeros apóstoles. Esto fue en Siria, nación que por estas fechas sabemos que el sufrimiento humano parece no tener fin; y, por otro, por la parte no perseguida por los gobiernos de aquel entonces, se crearon la Iglesia Romana y la Ortodoxa Griega o Bizantina. Hacia fines del siglo VI d.C., tras una serie de intrigas y hechos violentos (entre otros, la caída del Imperio Romano de Occidente), el Papa San Gregorio Magno estableció la institución que hoy conocemos como Iglesia Católica Apostólica y Romana. Gracias a esto, es que América Latina, vía España, Francia y Portugal, ahora tienen grandes núcleos de población convertidos al Catolicismo; en tanto que por la parte de Europa Oriental, Grecia y hasta Rusia, lo están a la Iglesia Ortodoxa Bizantina. Y un puñado de seres humanos, que aún viven en una situación de desastre social, practican el cristianismo de la Iglesia Ortodoxa Siria. Antes de todo ésto, un grupo de cristianos emigró a Egipto, donde fundaron el culto de los Coptos; y, en Europa, a raíz de la Reforma Protestante, surgieron otros cultos cristianos: los Protestantes: Luteranos, Calvinistas, los Hugonotes, Los Bautistas, etc., etcétera, hasta llegar a los Mormones, los Testigos de Jehová, los Legionarios de Cristo, etc., etc., todos ellos denominados "cristianos" por contraposición a los "católicos", como si los católicos no fuesen también cristianos.
El hecho es que a mí, el acto de la crucificción de Cristo, me parece que fue un crimen brutal y por razones notoriamente injustificables. Y que fue uno de esos actos de autoridad que no deben de olvidarse pero que tampoco debemos permitir que sucedan. Es fácil decirlo, pero hay que tener muchas agallas para hacerlo. El peor error que cometemos los seres humanos es darle la espalda a nuestra responsabilidad social. Y, el de Cristo, es un ejemplo de cómo hay que actuar y lo que puede suceder si lo hacemos. Quizá por eso el Imperio Romano y los gobiernos subsecuentes nos invitan a que tengamos en los sitios más íntimos de nuestros hogares un crucifijo con la imagen de un cadáver con huellas de tortura y fijado ahí de manera cruel, para que no se nos olvide. Espero no estar blasfemando.

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