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sábado, 23 de mayo de 2020

CRÓNICAS PANDÉMICAS. CAPÍTULO 17.

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CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 17.

   Veracruz ya está en el quinto lugar nacional de contagiados por el coronavirus. Al parecer, ocho empleados de nuestra Plaza Cristal ya dieron positivo al maldito virus. El Puerto de Veracruz es el que más casos tiene. Xalapa todavía se mantiene en cuarenta. No faltan los memes y el humor del mexicano: hay uno que tiene a López Gatell, el Subsecretario de Salud, diciendo que ya casi llegamos al pico. Pero no se trata del pico de la gráfica, sino del pico del zopilote. Para los extranjeros, ya casi llegamos al pico del buitre. En Sudamérica, al del cóndor.
   Me he retrasado a causa de un disgusto con los Torquemada del féisbuc. Algo tendré que hacer para aplacarlos. Tal vez si como imagen pongo un fondo morado con una especie de rayo amarillo, pero seguro que tienen una norma para ser violada por esta estrategia, aunque no es mi objetivo. Mi objetivo es criticar su rigorismo absurdo y liberticida, pues los de féisbuc no quieren que los anuncios tengan el 20 por ciento de texto ¿Qué les importa? Es problema del anunciante que va a pagar ¿O no? ¡Ah!, pero si usa uno imágenes y aparece la secuencia evolutiva que vivió la especie humana desde un simio hasta el hombre de Cromagnon, ya te andan cerrando la cuenta porque estás publicando juguetes sexuales ¿Qué tienen en la cabeza? Entonces, si en vez de subir seres humanos, quieres publicar imágenes con virus y cadenas de ARN y ADN de nuevo violas sus políticas comunitarias (según ellos, pues si las revisas bien, realmente eso no está prohibido) porque estas "metiendo imágenes confusas con el objetivo de evadir sus políticas represoras". (¡¡¿¿??!!) Es como en Salem, 1694: si te acusaban de practicar la brujería, ya estabas ardiendo en la hoguera: no había prueba que te pudiese salvar. Si tu abogado defensor estaba echando por tierra las acusaciones y sus falsas pruebas, entonces el acusador decía “¿Lo ven? El diablo está aconsejando a su abogado, por eso nos está ganando.” Y vas para la hoguera, a ser quemado (quemada en caso de las mujeres) con leña verde, para que te ardan más los ojos.
   Las normas comunitarias de Facebook están diseñadas para dejarte en estado de indefensión e impedir al máximo que tú ejerzas tu libertad de expresión o la libertad de publicar tus ideas. El problema es que las redes sociales acabaron con los medios publicitarios tradicionales y ahora, para anunciar lo que vendes, tienes que contratarlos. Porque el que no anuncia no vende, aquí y en China, aunque el servicio de féisbuc sea pésimo. Realmente, no sé cómo féisbuc puede sobrevivir con tanto maltrato a su clientela. Otro tipo de negocio ya habría tronado como sapo inflado, porque su servicio es un servicio traicionero.
   También es que a veces el cuerpo y la mente piden descanso. Ya se me acabó la tinta del tóner y ni para ir a comprar otro o reciclar los que tengo. No quiero salir ni a la tienda. Escucho el concierto para piano y orquesta en re menor de Mozart, ahora en versión de Martha Arguerich. Es más acelerada que la de Uchida. La guadaña que me imagino se mueve al son de la pianista sudamericana: más rápido.
   La tonalidad de re menor, según algunos musicólogos, tiene un significado psicológico muy preciso en Mozart, no así en otros compositores: es la tonalidad del dolor ocasionado por fuerzas sobrehumanas: la muerte, el más allá. Ponen de ejemplo que tanto la Misa del funeral masónico como su Réquiem están escritos en esta tonalidad. Cuando en su ópera se le aparece el fantasma del Comendador a Don Juan, también. Es una tonalidad oscura, descarnada, pero llena de energía estática y de alta tensión, con algunas llamaradas anaranjadas de cuando en cuando o un relámpago seguido de un trueno.
   Mi nuera china golpea lo que quedó de una piñata mientras mi nieta juega cerca de la puerta del garaje. Esa piñata la tenemos colgada desde mediados de febrero y fue para el tercer onomástico de mi nieta. Como se trata de un personaje de caricatura muy querido por mi nieta, la conservamos. También porque ahora las hacen de tal manera que no se descuartizan con los golpes y su figura está bastante bien conservada. No sé si está haciendo ejercicio o descargando algún coraje reprimido. Todos me dicen que ella es encantadora, que es muy polite. Mi esposa también, pero añade que es farol de la calle y oscuridad de la casa. Las mujeres son iguales aquí y en China. Cuando mi hijo escuchaba las canciones de Óscar Chávez (QEPD) en su adolescencia nunca se imaginó que la canción de la nuera y la suegra se le iba a hacer una realidad. Dice la canción:

   (Suegra) Mi hijo se casó, ya tiene mujer, mañana veremos lo que sabe hacer. Levántate mi alma, como es de costumbre, lavar tu brasero y poner la lumbre.
   (Nuera) Yo no me casé para trabajar, si en mi casa tengo criados que mandar.
   (Suegra) Demonio de nuera, ¿Pos qué sabe hacer? Coja Usted la escoba, póngase a barrer.
   (Nuera) Demonio de vieja ¿Porqué me regaña? El diablo se pare en sus sucias marañas…

   No transcribo aquí toda la canción recopilada por Óscar Chávez, víctima reciente del coronavirus, porque para muestra basta un botón. Ella piensa que sabe hacer muchas cosas y lo que no puede resolver con la mente, lo resuelve consultando su celular marca Huawei. Como aquella vez en que andábamos por el metro viaducto buscando un restaurante chino con comida para chinos verdaderos. Era en el número 39. En la dirección que su celular marcaba, la numeración crecía con números mayores al 39: 103, 105, 107. Era evidente que nos alejábamos de nuestro destino. Pero ella insistía en que íbamos en la dirección correcta. Yo le dije, como buen boomer que soy: la tecnología es traicionera. Ya me ha pasado que el celular confunde el sur con el norte y en vez de acercarme me aleja. Equivoca no se mi chino celulal es. Pero accedió amablemente a seguir mis indicaciones, pues ella siempre es muy polite. Cruzamos la Calzada de Tlalpan por un túnel peatonal y tomamos rumbo a la dirección que yo decía. Con orgullo veía yo que la numeración iba descendiendo: 91, 89, 87, en tanto que el Huawei decía que cada vez nos alejábamos más. ¡Ja! Un triunfo del hombre primitivo sobre la tecnología. Después de quince minutos de caminar, la numeración continuó 45, 43, 41 y 2. Típico de la República Mexicana. ¿Dónde está el restaurante? Oiga, ¿No sabe dónde está el número 39? Nooo, pos no. ¿Un restaurante de comida china? No joven (con típico acento chilango), por aquí no hay restaurantes de ninguna clase. Los de chinos están para allá, del otro lado de la Calzada de Tlalpan. Me rendí.
   Para tomar el taxi de regreso, invertimos otros quince minutos, y cuando estábamos cerca, el celular marcaba la proximidad, pero ni el taxi ni nosotros acertábamos con el lugar. Para no gastar más dinero, nos bajamos y caminamos un poco. Había dos restaurantes chinos, pero uno tenía comida para turistas. Éste no es. Entramos al que sí. Nijao (hola), dijo mi nuera. Los chinos abrieron los ojos y contestaron Nijao. Mi nuera se soltó hablando cosas ininteligibles, salvo cuando decía xie xié (gracias) y nos sentamos a esperar nuestros guisados. Sí era comida para chinos, diferente a la que nos sirven en los bufetes para turistas. Quizá no era tan diferente a un chilatole de jaiba pero con ingredientes chinos: jengibre, sabores agridulces. Me tuve que armar de algo de valor para comerlo. Su salsa picaba como el culo del diablo, mucho más que cualquier salsa de chile habanero. Comida mexicana no pical, me dijo mi nuera. Al día siguiente me dio una diarrea que me duró una semana. Pero nada que no se pudiese combatir con antibióticos mexicanos.
   En otra ocasión fui de compras a Costco y me pareció muy buena idea comprar una bolsa de wontons y me preguntó por su costo. Doscientos noventa y cinco pesos con cincuenta centavos ¡Es carísimo! Yo lo puedo hacer. Y, en efecto, con harina común y corriente, carne molida, jengibre y no sé que más, hizo las deliciosas empanadas chinas. Pobrecita, cuando llegó a Xalapa hizo unos pastelillos que ella denominó Moon cakes, que según ella los dan en China en los restaurantes de lujo. Son unos mini bisquets hechos con aceite de coco, mantequilla y queso parmesano. Deliciosos y llenadores. Pero caros y chiquitos. Para recuperar el costo de producción tenia que venderlos a veinte pesos la pieza. Y, no es por ofender, pero el público xalapeño es excesivamente tacaño. Por un bísquet Obregón, que es de mayor tamaño y menor calidad, sufre cuando tiene que pagar quince pesos.
   En nuestra familia se respetan los derechos de la mujer y nos repartimos más o menos equitativamente los quehaceres domésticos, sin que esto signifique que yo sea un mandilón. Lo hago por respeto a los derechos de la mujer. Pero, cuando me toca lavar los trastes que empleé en el desayuno, mi nuera se me adelanta a lavar los suyos. Y me tengo que esperar hasta que ella acabe para yo lavar los míos. Lo hace para que vea yo que sí es acomedida. Pero cuando es mi mujer la que desayuna primero, mi nuera no lava nada, para poder tener una guerra entre mujeres, una guerra de poderes y para que mi hijo no olvide la canción de Óscar Chávez.
   La verdad es que cuando mi hijo me dijo: me voy a casar con una china, yo dije: ya me rayé, a mí me encanta la comida china. Pero no es lo mismo la comida china para chinos que el bufete oriental para turistas. Usted lo puede comprobar: cuando vaya a un sitio de estos observe los platillos y las bebidas con cuidado y verá que hay cosas como que no son muy chinas, empezando por el refresco de coca cola. En descargo de los chinos diré que es culpa de nosotros los mexicanos, por nacos y tacaños: cuando nos ofrecen la carta, los auténticos platillos orientales cuestan de doscientos pesos para arriba y nos vamos con el paquete de setenta pesos. No. No dan guisados de murciélago, serpiente o pangolín.
   La última vez que fuimos a la Ciudad de México, quizá ya en época de coronavirus, porque estaba próxima la Navidad del año pasado, nos fuimos a uno de los restaurantes del barrio chino cercanos a la Alameda Central. El lugar se veía muy limpio, con predominio de colores rojos y motivos orientales por todas partes. Los meseros y todo el personal tenían los ojos rasgados. Claro que la mesera era morena y parecía que era de Xico, Veracruz; pero, al fin, tenía los ojos rasgados. Podría ser una nieta de los dueños originales, quienes sí se veían auténticos, aunque apenas si se podían mover, a causa de la tortícolis y de la edad. Pensé que nos los habíamos ganado con el saludo nijao y el speech de mi nuera ¿Y tú de donde sel? De Changan. Nosotlos de Hong Kong. Bueno, nada que ver, pero de todas maneras se ve auténtico el lugar.
   No medimos las proporciones: nos dieron más comida de la que podíamos engullir en ese momento. Pero uno de los platos estrella estaba completamente insípido. Mi nuera estaba verdaderamente enojada. Yo estaba haciendo un esfuerzo para acabarme siquiera uno de los guisados, cuando mi nuera gritó y mi mujer la secundó: de uno de los guisados salió una enorme cucaracha. ¡No vuelvo a comer comida china en México! Dijo mi nuera, furiosa.
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