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lunes, 18 de mayo de 2020

CRÓNICAS PANDÉMICAS. CAPÍTULO 13.

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CRÓNICAS PANDÉMICAS. 
CAPÍTULO 13.

   El hombre de 68 años dormía como un tronco. En el sueño recordaba un episodio de la infancia que lo avergonzó muchísimo:

«Cómo me has hecho sentir mal esta mañana, ¿cómo se te ocurrió meterte a la casa de la señora Mirna sin su permiso? ¿No te podrías haber esperado a que llegara? Tocaste la puerta y no te abrieron. Lo hiciste varias veces. Pensaste que no te contestaban por un desprecio. Y, en vez de retirarte o esperar, te brincaste la barda, y al ver una ventila abierta, te metiste por ahí, poniendo en riesgo tu integridad física. Para colmo, esa mujer era la agregada cultural de la República de Nicaragua. Hizo un escándalo. Te trató como delincuente y le echó la culpa a tus padres por haberte maleducado, siendo que ellos para nada estarían de acuerdo con lo que hiciste. Pero palo dado ni Dios lo quita. Te salvó el hecho de ser menor de edad, de lo contrario habrías acabado en la cárcel. Entiende: cometiste un delito muy grave: allanamiento de morada. Lo bueno es que no se te ocurrió robar ni romper nada.»

   “Vamos, describa un poco más lo que ocurrió con este hombre el día de ayer”, decía la misteriosa y omnipresente voz.

   «El día de ayer vi que llegó al Superama una pareja: el hombre, de 68 años; la mujer, de 39. Venían en un Tsuru escarlata con la pintura bastante deteriorada, pues se nota que es un modelo de hace 16 años. La mujer se bajó en la entrada del súper. Verificaron que traía el cubre bocas puesto y le untaron un gel antibacterial en las manos. El hombre se llevó el automóvil a un sitio del estacionamiento donde había unos arbolitos que proyectaban una media sombra, que él aprovechó para estacionarse ahí y esperar mientras la mujer salía del almacén. Sacó una libreta roja y se puso a escribir algo; luego, tomó su teléfono móvil y empezó a examinar algo en su pantalla. Después retomó la escritura hasta que un par de llamadas lo interrumpieron. Él, a su vez, hizo dos llamadas. Al parecer, no le respondieron, pues en seguida se dedicó a escribir un par de mensajes y se bajó del auto. Se encaminó a la entrada de autoservicio, se colocó un cubre bocas y una careta de plástico transparente de fabricación casera. Al igual que a la mujer, le rociaron gel antibacterial en las manos. Tomó un carrito y se dispuso a recorrer toda la tienda, empezando por el área de frutas y legumbres.
   Compró naranjas, pepinos, un melón chino, aguacates; pero, al parecer, no encontró lo que buscaba, pues dio varias vueltas por las góndolas de frutas y legumbres. Se encaminó al área de alimentos enlatados, tomó unas latas de huitlacoche, otra de ate de membrillo con chamoy, pero siguió buscando afanosamente algo que no encontró.
   Posteriormente se encaminó a las áreas de salchichonería y cárnicos, de donde tomó dos tubos de queso de cabra, un paquete de tocino, carne molida, carne para hamburguesas con tocino, varias fajitas de carne de res para asar y un par de pechugas de pollo. Se topó con la mujer de 39 años.
  –Me dijeron que compraras arroz integral, pero no me tomaste las llamadas.
   –Es que estaba usando el celular para comunicarme con BANAMEX. ¿Tú crees que me aplicaron el descuento pero a la tienda no le comunicaron nada? Por eso la tienda no surtió mi pedido.
  –Bueno, yo voy a comprar algunas cosas ¿Dónde nos vemos?
   –En el café Bola de Oro que está en la entrada.
   El hombre de los 68 años tomó rumbo a la panadería, en tanto que la mujer avanzó en sentido contrario. El hombre se detuvo, vio pasar a otro hombre que traía una careta de plástico casera similar a la suya. Se miraron con aire de complicidad, pero no se saludaron. El hombre de sesenta y ocho años solicitó un producto a los panaderos de la tienda.
   –Oye ¿Tenemos pan de aceite de oliva?
   –No lo trabajamos.
   Decepcionado, el hombre de sesenta y ocho años giró hacia la derecha. Buscaba algo con cierta impaciencia, pero sólo se topó con una decepción mayor: en la última vez que había visitado el lugar, había una nutrida cava de vinos y licores, que invitaba a la buena vida. En su lugar había una enorme farmacia de tonos blancos y grises. Esas tonalidades, en el Lejano Oriente, son colores de enfermedad y muerte. Retrocede un poco y advierte que hay un pasillo con licores. Pero un par de cintas policiales de plástico amarillo con caracteres negros indican a los clientes que está prohibido pasar a esa área. Pegada a las botellas de Whiskey que quería comprar, hay una cartulina que dice “Por disposiciones de la Secretaría de Salud, lamentamos decirles que durante la cuarentena está prohibida la venta de bebidas alcohólicas”.
   Sobreponiéndose a la frustración, el hombre de 68 años se encaminó al área de cajas. Trae el carrito lleno de mercancías. La cajera le comenta a un compañero de trabajo que “éste ni disimula”. El hombre paga una cantidad con dinero en efectivo y el resto con una tarjeta bancaria. Pide permiso para llevarse el carrito hasta su automóvil, puesto que el oficio de “cerillos” desapareció a causa de la restricción del uso de bolsas de plástico. Se encuentra con la mujer de 39 años, quien le deja encargado su carrito –que también viene lleno– y se dirige al área de sanitarios. Cuando ella regresa, el hombre hace lo mismo. Una vez satisfechas sus necesidades fisiológicas, ambos salen del almacén. Una empleada los escanea con un dispositivo de mano. El hombre de 68 años piensa que les están induciendo el covid-19 mediante tecnología 5G. A la mujer de 39 no le importa.
   A la hora de estar subiendo la mercancía a la cajuela del automóvil, la mujer hace un movimiento brusco y riega el té chai que compró en el café Bola de Oro sobre las mercancías de su carrito. Se queja. El hombre le ayuda a secarse, con un Kleenex que trae en el bolsillo. Una vez colocadas todas las compras en el automóvil, se suben a él, arrancan y se van. El viene viene al que le dio una moneda por anticipado para que le “echara aguas” mientras movía el carro en reversa, desapareció con los carritos del súper, sin cumplir con la misión efímera para la cual fue contratado por el hombre de 68 años.
   Al llegar a su casa, los otros familiares los rociaron con Lyssol, les obligaron a limpiarse los zapatos con una jerga llena de cloro que está sobre el tapete de bienvenida y les ayudaron a bajar las mercancías. La mesa estaba llena de bolsas, ya pasaban las tres de la tarde, de modo que abrieron brecha y cada quien en el poco espacio que pudo lograr, tomó un plato, le hizo unas rebanadas al pollo rostizado que acababan de comprar, abrieron una bolsa con una ensalada de lechuga y otros vegetales “lista para servirse” y pusieron unas tortillas en un comal. El hombre de 68 años tomó “un caballito” de vodka sin rebajar y le echó salsa de chile habanero verde a los cuatro tacos de pollo que se comió. Por la noche, abrió una bolsa de frijoles recién comprada, puso seis sopes de nopal que compró en Superama en un sartén con aceite hirviendo. Cuatro para él, dos para su esposa. Les colocó queso de hebra encima, los metió al micro por un minuto, a fin de derretir el queso y finalmente los decoró con cuadritos de cebolla picada. Al comerlos hacía gestos de placer. Al parecer no le quedaron tan mal. Acompañó la cena con una taza de té que él se prepara con manzanilla, te verde y hojas de diente de león. Según él, que es para resistir al coronavirus. Además, tomó una cápsula de vitaminas, otra de cloruro de magnesio y dos aspirinas de 500 miligramos. A las dos de la madrugada sentía unos horribles retortijones en el estómago, en tanto que le parecía que los intestinos se le desgarraban por el ardor. Corrió al retrete. Tuvo que ir en varias ocasiones al gabinete. Al final, se dio cuenta de que tenía diarrea a la vez que sentía que le iba a dar un infarto. Se recostó sobre su costado izquierdo y logró conciliar el sueño.»
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5 comentarios:

  1. Me encanto, pero no desinfectaron la compra, ya es la nueva moda también. Saludos

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  2. Tal vez por eso le dieron los retortijones en la noche. Un descuido imperdonable, ja ja.

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  3. La historia nos va llevando por los caminos de una nueva realidad, de manera muy sencilla, diáfana y precisa.


    Como acotación, me surgió una inquietud ...que, de inmediato, consulté y ya despejé: aprendí!

    ... POR COMPARTIR: GRACIAS!

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  4. Mi duda era la siguiente palabra:

    ¿Se dice retortijón o retorcijón?

    Ambos vocablos, retorcijón y retortijón, son correctos para referirse al 'retorcimiento o retorsión grandes, especialmente de alguna parte del cuerpo',

    de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española (Madrid: Espasa Libros, 2014).

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    Respuestas
    1. Bueno, yo pensé en "retortijón", pues así se dice en mi país (México), y consulté un diccionario práctico del estudiante que trae los escudos de la RAE y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, y dice "Retortijón. Dolor breve y agudo en el vientre. "Tiene retortijones y diarrea" (justo lo que le pasó a mi personaje). El Pequeño Laruosse Ilustrado, por su parte, dice que "retorcijón" equivale a "retortijón", pero que se emplea en Argentina. Chile, Colombia y Guatemala. Y respecto a "retortijón", el Larousse, como segunda opción, dice que en España equivale a "acción de retorcer una cosa." Lo dije en el sentido del dolor agudo y repentino en el vientre; aunque, claro, se le están retorciendo las tripas o al menos eso es lo que siente el personaje. Uno de los síntomas del COVID19 puede ser diarrea.

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