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martes, 19 de mayo de 2020

CRÓNICAS PANDÉMICAS. CAPÍTULO 14.

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CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 14.

   Afortunadamente concilié el sueño, no tuve más retortijones, acidez ni diarrea. Mucho menos un infarto. Seguramente se debió al cloruro de magnesio combinado con las aspirinas. Estoy perfectamente bien. No así mi hijo, quien sigue luchando contra la lombriz de Vietnam: dejó huevecillos y éstos son resistentes a todos los antibióticos conocidos en México.   Abro el Whatsapp. El Fifí Número Tres me comparte un meme de AMLO. Está diciendo que ya aplanamos la curva, pero tiene de cabeza la gráfica; esto es, la enfermedad sigue al alza y no se le ve para cuándo. Me levanté sin rastro de enfermedad alguna y con muchas ganas de trabajar. Para calmar un poco mis ansias de torero, le di vueltas al comedor durante media hora y después le ayudé a mi esposa a sacar el agua que se metió a la sala después de la última tormenta. Acabé sudando.
  Vuelvo al Whatsapp. Mis amigos los fifís Número Uno y Número Dos me previenen de que AMLO acaba de lanzar una iniciativa de ley para indagar qué fortunas son mal habidas. Un avance del comunismo para expropiarle su dinero a la gente que trabaja y se ha hecho de un patrimonio de manera honesta, según ellos. Yo no tengo nada que temer pero sí me da nervio que pudiesen tener razón. Para evadirme, retomo la lectura del diario de Marco Antonio Pastrana.
   «24 de diciembre de 2015. Se ve la fotografía de un jubilado cojo, en muletas, tomada el día de ayer. En el espacio donde le falta la pierna derecha, se ve un batallón de granaderos mal encarados que se acerca a él. Ya ni la chinga el gobierno de Javier Duarte: encima de que les robó su pensión ahora los reprime con macanazos y descargas eléctricas. Yo considero que es un grave error derivado de tanta ambición y tanta arrogancia: se sabe que cuando el PRI pierda Veracruz, va a perder todo el país. No creo que a la población en activo le agrade que traten así a sus viejitos. Por lo pronto, esa fotografía ya le dio la vuelta al mundo. Éste es el poder de las imágenes.»
   «Hablando de otra cosa, al hacer mi tarea en el diplomado de fotografía, me encontré con este dato curioso: es un pasaje de Don Catrín de la Fachenda que no fue incluido en la publicación final de la novela póstuma de Don Joaquín Fernández de Lizardi. Los escritores, al igual que los cineastas, escriben y escriben y luego hacen cirugía plástica. Pero cuando un bosquejo llega a nuestros días, su lectura es casi tan reveladora como la de la versión final. Lo transcribo, para tenerlo siempre a la mano: “Trabajaba yo en una estación de galeras, carretas y sopandas como supervisor. De alguna manera tenía que justificar lo que me gano de manera deshonesta. No me faltaba nada, si bien tampoco me sobraba. Un día, apareció sobre mi escritorio una carta. Olía a perfume de mujer. Estaba dirigida a mí.  Desde hace años me llegan este tipo de cartas, de mujeres apasionadas que de la nada se enamoran de mí. Dirigidas a mí, que soy un pillo. Nunca le he creído a ninguna que me acaba de conocer y ya se declara enamorada a la segunda carta de amor, pues intuyo que algo muy desfavorable y a mis costillas quiere a cambio. Pero el 21 de marzo de 1820 no resistí la tentación y me dispuse a seguirle la corriente a la loca de amor anónima. Con suerte y correría una aventura amorosa ¿Qué me podía pasar? Tal vez era una broma pesada de algún compañero de trabajo, tal vez la dama necesitaba dinero y me daría algo a cambio. Seguí sus instrucciones, deposité mi respuesta en un sobre y con unas monedas adentro, pues la dama tendría que pagar el franqueo.
   No era mucho dinero el que yo arriesgaba: tres reales. Este acuerdo me daba la seguridad de que no me estaba liando con una señora noble, sino con una picarona como yo, quien lo más probable es que solamente deseara birlarme los tres reales del prepago.
   Para mi sorpresa, al día siguiente apareció otro sobre y la dama, sin decirme cuál era su nombre, me declaró su amor. Declaración que era a todas luces falsa como un escudo de 19 reales. Pero le seguí el juego. Me siguió enviando cartas llenas de miel y dulzura, corazones y rosas rojas, hasta que un día me preguntó que si la quería yo ver desnuda. No es la primera dama que me ha hecho esta propuesta, pero a las anteriores siempre las tiré a locas. Pues sabía que una dama normal no enloquece así como así por un hombre que no conoce. Entre gitanos no nos vamos a leer la mano. Pero ese 21 de marzo yo quería divertirme y embarcarme en una correría. Ustedes saben, la vida de las oficinas es muy aburrida, no es para mí.
   Le respondí que sí. Me envió una fotografía suya como Dios la trajo al mundo. Un tal Niepce se la había tomado en Francia con una cámara oscura. Me quedé embelesado con la belleza de la mujer: era una auténtica Venus criolla. “Tiene que ser mía”, me dije, “cueste lo que cueste”. Debí haber reparado en que solamente una dama rica estaría en capacidad de tomarse esa fotografía, pues en nuestro tiempo estos procedimientos son para unos cuantos privilegiados. No dudo que en el futuro cualquier plebeyo se pueda tomar una fotografía, pero hoy esto es un privilegio de la aristocracia.
   ¿Me quieres ver desnuda en la vida real? –Dijo–. Soy un volcán de pasión y quiero verte desnudo.
   Cometí el error de acceder a tan descabelladas proposiciones. Me aposenté frente a su ventana, junto a la casa de Don Agustín de Iturbide. Empezaba la noche, el cielo aún estaba azul. Su ventana estaba abierta, iluminada por candelabros. Lo pagué caro, pero valió la pena, la vi como vino al mundo; lentamente se iba quitando sus prendas. Se acercaba a la ventana, su boca dibujaba una sonrisa de malandrina. Sus ojos señalaban hacia alguna parte de su anatomía. Se movía como una culebra relajada, serpenteando con suavidad. Giraba, para que en una pose admirara sus firmes pechos y para que en otra mis ojos se recrearan con sus caderas. Una vez que estuvo completamente desnuda, me lanzó un papel con un recado. Quería que yo le mostrase mis partes nobles, pues el deseo la derretía como se derrite la nieve en verano. No había nadie alrededor. Accedí a su deseo. Me bajé los pantalones y los calzones. En ese momento se abrió la puerta de su casa y su marido se lanzó furioso contra mí armado con un enorme cuchillo. Corrí hacia el zócalo. Pensé que al estar entre la muchedumbre se abstendría de perseguirme. No fue así. Me alcanzó. Discutimos. Forcejeamos, y en un descuido, me dio tan feroz cuchillada en el muslo izquierdo que casi me lo dividió.  El resto de la historia ustedes ya lo conocen”. ¿Será un apócrifo? No lo sé, que se quiebren la cabeza los historiadores.»
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2 comentarios:

  1. El episodio de los pensionados me da mucha tristeza

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  2. Es increíble que se haya llegado a eso. Afortunadamente los responsables lo están pagando. Aunque tienen unos súper abogados, aún no la libran.

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