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martes, 26 de mayo de 2020

CRÓNICAS PANDÉMICAS. CAPÍTULO 19.

CRÓNICAS PANDÉMICAS.
CAPÍTULO 19

   Como somos unos personajes, no tuvimos que tocar la puerta ni entrar por ella. Simplemente salimos de nuestros respectivos escritos. Javier Berlanga tomó una taza, la llenó de café y la metió en una caja blanca, a la que le presionó unos botones, se le prendió una luz, mientras la taza giraba sobre un plato de cerámica. Al parecer era un horno. Los hornos de mi época eran muy diferentes, teníamos que calentarlos con carbón y toda la casa se llenaba de humo mientras alguien calentaba algo en la cocina. En un minuto su café estaba caliente, listo para ser tomado.
   –¿Quieres uno? –Dijo Javier.
   –Sí, por favor. No sé usar estos aparatos.
   –Es fácil, mira –Dijo, tras llenar mi taza y meterla a ese aparato.
   –¿Cómo se llama ese artefacto?
   –Es un horno de microondas. ¿Qué deduces de este aparato?
   Javier estaba junto al hornito, de pie. Tenía los brazos y las piernas cruzados y me miraba con una sonrisa burlona
   –Que el plato de cerámica no se ajusta bien al horno.
   –¡Muy bien, Don Catrín! ¿Qué más?
   –Que ese plato no es el original. Por otra parte, el horno tiene despostillada la pintura en la esquina superior derecha. Es indicio de que se le cayó a Jaime Schütz.
   –¡Excelente!
   –También creo que es probable que se le cayó porque dejó la puerta abierta, pasó por ahí y los ganchos de la puerta se le atoraron en una trabilla del pantalón. El horno hizo contacto con el suelo con la esquina superior.
   –¿Por qué?
   –Además de la falta de pintura, la lámina está abollada e incluso hay una separación entre la tapa y la parte de abajo.
   –¡Muy correcto!
   –El plato de cerámica no es original. A veces no gira y se inclina. Debió de haber uno con algunas patas para atorarse a esas como hélices que tiene en el centro ¿Qué tal soy para deducir?
   –Mejor de lo que me imaginé ¿Qué te dice de la personalidad de Javier?
   –Que es flojo. Y probablemente tiene un problema visual.
   –En efecto, le falta un ojo y por eso se enganchó al micro-horno. Pero no me has explicado el porqué de sus problemas visuales ni tampoco me has hablado de su adicción al café. ¿Qué te pareció su café?
   –Bastante bueno. No como los que dan en la Ciudad de México: saben a garbanzo quemado con canela.
   –¡Claro! El de Jaime es café de Huatusco, de los mejores del mundo. Esto revela que Javier, pese a que siempre anda discutiendo con los fifís para defender a AMLO, también es un fifí.
   –¿Los fifís son como los catrines de mi época?
   –Verás. Algunos sí y algunos no. Los hay quienes son verdaderamente millonarios.
   –Como los Condes del Valle de Orizaba.
   –Exacto. Pero hay otros que son como tú y yo.
   –Nobles venidos a menos por las contingencias de la vida.
   –Jaime es un adicto al café. No era muy bueno para jugar ajedrez, salvo cuando la apuesta era pagar el costo de una taza de café para el vencedor. ¡Ah! Tiene pastillas de algas espirulijas.
   –El frasco dice espirulinas.
   –¡Qué vueltas da la vida! En la novela que está escribiendo a mis costillas dice que yo duermo de día, colgado del techo y con la cabeza para abajo. Y que no necesito más alimento que un par de espirulijas, una cajetilla de cigarros y una taza de café negro. Ahora está tomando las espirulijas por que cree que así va a fortalecer su sistema inmunológico.
   –¿A qué le teme?
   –¿No lo sabes? Al coronavirus. Hay una pandemia.
   –¿Cómo la del siglo XIV?
   –En cierta manera sí, en cierta manera no. Ahora se está muriendo menos gente porque la ciencia ha avanzado. Pero sí, es muy contagiosa y también te puede matar.
   –A mí no y yo creo que a ti tampoco. Si Javier también es un personaje ¿A qué le teme? Nosotros no estamos vivos, por lo tanto tampoco podemos morir.
   –Esta falacia que has expuesto es muy buena; pero, dentro de la historia de ficción que protagonizamos, sí que podemos morir. Incluso la novela puede empezar con la escena de nuestro funeral. Por cierto que tú ya estás muerto.
   –¿Cómo? ¡Si orita estoy joven y con las dos piernas!
   –Porque yo arreglé tu historia. Me debes una caja de cervezas. Pero aún así te moriste en el siglo XIX. Mira, me metí a la computadora de Jaime desde mi celular. Le ganaste al marido celoso, conservaste las dos piernas.
   –¿Y la dama de la casa de los azulejos?
   En eso se escucharon unos pasos en el piso de arriba y el ruido de una tapa del retrete. Luego oímos cómo descendía un chorro de agua por un bajante, más pasos y el ruido de una puerta abriéndose.
   –¡Vámonos! –Dijo Javier–. ¡Métete a tu libro! ¡Si se da cuenta de mi transa va a dejar tu historia como la dejó Joaquín Fernández de Lizardi.
   La probabilidad de que la dama de la casa de los azulejos hubiese tenido algo que ver conmigo se esfumó por los aires. Parece que el narrador oficial de estas crónicas se aproxima. Es mejor que yo también me esfume.

   El trabajo de mi hijo Jaime y mi nuera Mei Ling se vio gravemente afectado con la pandemia. A mi hijo le permitieron hacer su trabajo en casa, pero le rebajaron $10000 pesos mensuales de sueldo. A Mei Ling de plano la forzaron a renunciar. Porque “si ella también trabajaba en casa, los demás iban a querer hacer lo mismo”. Como trabajaban en Veracruz, ella renunció y ambos se vinieron a vivir con nosotros. Esa empresa es china y vinieron varios chinos a administrarla. Algo negreros, al decir de mi hijo, pero, entre que el mexicano es agachón y que luego nuestros tribunales no hacen justicia, pues ni para meter las manos.
   Si mi nuera se hubiese esperado un poco más, la habría protegido un decreto de AMLO que prohibía que los patrones corrieran a sus empleados con motivo de la cuarentena. Además, los tribunales cerraron actividades. Mis amigos abogados apenas me compartieron un comunicado de la Judicatura Federal, en el que se dice que “la justicia no se detiene”, pero también se indica las fechas en que se irán reabriendo los tribunales. No se reincorporarán todas las materias y sólo se habla de tribunales del altiplano, no de Veracruz.
  Cada vez que ellos venían a visitarnos, o venían enfermos o nosotros acabábamos enfermos, tanto de las vías respiratorias como del aparato digestivo. Y enfermedades verdaderamente necias, que solamente se curaban con unos antibióticos bien fuertes. La que más sufrió fue mi hija Mariana, como ya dijo mi autor en el capítulo 15, capítulo rechazado por Facebook incluso en la revisión. Ahora que lo pienso, todos pudimos estar contagiados sin saberlo debido a esos chinos que iban y venían de esa empresa. La verdad, ojalá que así haya sido, porque entonces ya tendríamos “inmunidad de rebaño”. Quizá deberíamos hacernos un estudio para salir de dudas.
   El caso es que mi nuera no tuvo otra opción que renunciar y todavía hacer varios viajes a Veracruz, ya empezada la cuarentena, para recibir su finiquito. La que salió ganando es mi nietecita, quien ahora está “a toda madre”, en el sentido amplio de la palabra.
   La petición que mi autor hizo a change.org está creciendo muy despacio. La gente le teme a las represalias de Facebook, como si éste fuese la gran cosa para promoverse. Es imposible tener éxito con una campaña publicitaria realizada en esta red, porque para ellos es un pecado la autopromoción. Como si fuese algo malo anunciar lo que haces o vendes, y recibir una remuneración a cambio. Un robot, en la actualidad es muy bueno para ganar juegos de mesa. Pero para crear está imposibilitado y también para enteneder la literatura o el lenguaje. Por eso a Ramiro Wallace lo bloqueron por "racista", cuando, en realidad, estaba defendiendo los derechos de las mujeres de piel morena. Lo más que puede hacer un robot son imitaciones más o menos creíbles de artistas consagrados. La explicación más fácil te la daría Ezequiel Matías: los robots no tienen alma. Y tal vez sean un invento del diablo.
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